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Revisión actual - 14:44 21 sep 2024
MUERTE: La muerte del ser humano no es otra cosa que la reducción a cero físico, en él, de la materia; en ningún caso, su aniquilación. Dicho de otro modo: la persona humana deja, con la muerte, su espíritu liberado de las propiedades y estructuras físicas de la materia y de su marco espaciotemporal, pero, en ningún caso, puede darse en la persona humana la aniquilación absoluta de la materia que forma parte de su naturaleza. Hay transformación; en ningún caso, aniquilación. El espíritu humano, a su vez, no puede ser concebido sin su apertura al absoluto; por tanto, sin la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA de este en aquel. No existe, refiriéndonos al ser humano, el monismo absoluto de la materia o del espíritu, ni el dualismo absoluto de materia y espíritu. La persona humana posee el límite de dos presencias:
formal, la presencia integral de la materia;
transcendental, la divina presencia constitutiva, inhabitación genética, del sujeto absoluto en el espíritu.
Si es cierta nuestra materialidad estructurada por medio de leyes físicas reguladas por la ACTIO IN DISTANS del sujeto absoluto , más lo es nuestra espiritualidad definida por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del sujeto absoluto.
Afirma Rielo que la muerte se debe al pecado original; la inmortalidad, a que Dios no aniquila lo que crea. Sabemos por revelación que todo el universo fue contaminado por el pecado adámico: de no haber sucedido este pecado, la evolución, con origen en la creación, habría sido maravillosamente armónica sin necesidad de que se diera la muerte de los vivientes. La Sagrada Escritura afirma que Dios no hizo la muerte ni se goza en que perezcan los vivientes. Pues Él creó todas las cosas para la existencia (Sab 1,13ss.). Si Dios creó todas las cosas para la existencia, ¿cómo, entonces, va a aniquilarlas retractando su acto creador? Si nos referimos a la transformación del mundo, hay que advertir que el protoevangelio (Gn 3,15) incluye, en nuestro sentir, la redención de todo el universo y no solo la del ser humano, en virtud de que el universo, contaminado por el pecado original, a que hace mención la Sagrada Escritura, espera ser libertado de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Rom 8,18-25; 2Pe 3,13; Act 3,21; Ap 21,1-8).
Algo de nuestro cuerpo no muere, sentencia el pensamiento rieliano. Este algo es la constante de la clave genética (Véase Clave Genética), asumida por el espíritu con su sique . La muerte del cuerpo no es aniquilación de la figura del cuerpo ni de la forma estructural, antes bien, separación de las propiedades materiales, cuantitativas y espaciotemporales, producto de las variables de la clave genética de la figura corpórea, quedando esta, sin las variables, reducida a su raíz o constante de la clave genética, que queda en estado pasivo con la muerte. La resurrección consistiría en la activación de la constante de la clave genética por la omnipotencia divina, dándose lugar a la transfiguración o actualización de la figura (Véase FIGURA Y FORMA) del cuerpo en estado glorioso adaptado a las condiciones propias del espíritu; esto es, más allá de las propiedades físicas y cuantitativas de la materia, que han sido reducidas a cero (Véase REDUCCIONES A CERO) físico quedando la figura del cuerpo transfisicada y transfigurada.
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