FILIACIÓN MÍSTICA

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FILIACIÓN MÍSTICA: Nuestro teólogo místico utiliza algunas veces el término ‘filiación divina’ en sentido tradicional para expresar la ‘unión mística’ en sentido propio de su doctrina. En sentido estricto, utilizará ‘filiación divina’ para la persona del Hijo. El término ‘filiación desposada’, que utiliza algunas veces, se refiere a la ‘unión transverberativa’, que es la unión máxima que se puede dar del ser humano con la Santísima Trinidad.

El ontológico PATRIMONIO GENÉTICO nos hace hijos de Dios; por tanto, Dios es nuestro Padre. Él nos ha creado y nos ha constituido hijos, a su imagen y semejanza, con el PATRIMONIO GENÉTICO dado constitutivamente por Él mismo. En consecuencia, venimos de Él, y esta es verdadera procesión ontológica: “procedemos”, místicamente, de Dios Padre (Véase PROCESIONES MÍSTICAS). Todos los seres humanos poseemos esta filiación constitutiva (Véase Filiación Mística), que ninguna religión debe negar a las demás; por esta causa, podemos todos los hombres decirnos, con propiedad, hermanos. Cada ser humano posee, constitutivamente, la capacidad de tener conciencia de esta filiación. La razón se debe a que en el espíritu humano está la divina presencia constitutiva del absoluto o Dios que nos hace hijos a su imagen y semejanza. Esta divina presencia constitutiva del absoluto nos define y vivifica haciendo que todo ser humano tienda hacia Dios, cuya esencia es el amor absoluto. En este amor absoluto están, a su vez, asumidos todos los atributos divinos. Lo que Dios es infinitamente ad intra lo recibe, finitamente, en herencia nuestro espíritu que, aunque finito, queda abierto al infinito por la propia DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del Infinito. Podemos caminar, por ello, en amor y en virtud, hacia la perfección de amor significada en Dios Padre. En Él todos los seres humanos hallamos nuestro origen, y en Él todos podemos concebir y realizar nuestro celeste destino. Esta filiación constitutiva, que tiene como término a Dios Padre, es propiedad de todas las religiones sin excepción alguna, pues todos los seres humanos son constituidos “hijos” desde el mismo momento de su concepción. Y ahí radica la máxima dignidad con la que está investido todo ser humano. Esta filiación es lo que nos constituye como personas.

Si tenemos en herencia biológica unas características complejas, unos aspectos paternos o maternos, que dominan unos sobre otros…, también tenemos en el campo del espíritu, de nuestra sustancia, el germen de lo que es una filiación heredada, que es, a su vez, haber heredado la paternidad del Padre. Aquí ya no es que seamos hijos, sino además que nos sintamos, verdaderamente, hijos.

La filiación santificante es elevación de la filiación constitutiva al orden cristológico o salvífico adquirida en el bautismo por los méritos de la redención de Cristo.

1_.- ¿Qué significa la filiación mística?_ – Sencillamente, que somos hijos del Padre. A la pregunta, ¿cuál es nuestro origen y nuestro destino último?, F. Rielo responde: «Que tenemos un Padre absoluto, infinito y eterno, que me ha pensado siempre, que he estado en su mente como idea, que iba a verificar un propósito cerca de mí, y que me iba a traer este mundo. Somos hijos de un Padre»[1].

2_.- ¿Qué tiene que hacer un hijo? –_ Cuidar a su padre, dedicarnos a Él, darle a conocer. Ser hijos suyos es la más alta dignidad que tenemos, y es nuestro destino. El primer derecho de todo ser humano es de la filiación mística con el Padre[2].

3_.- ¿Cómo vivió JESUCRISTO su Filiación? –_ El Testamento de Cristo fue dar testimonio del Padre. JESUCRISTO es el primero de todos los hijos del Padre, no cronológicamente, sino desde su misma persona divina, ya que siempre fue Hijo. En este sentido, es Hijo único del Padre. Y, como Verbo encarnado, como hombre, es el Primogénito. Cristo, ante todo y sobre todo, nos revela al Padre[3]. Más aún: Él y el Padre son uno (Jn 10,30). El modo como Cristo habló al Padre, su intimidad divina con Él, fue única, absoluta; la nuestra es mítica. Él nos enseñó a dirigirnos al Padre (Mt 6,6), y nos mandó que lo diéramos a conocer[4]. Cristo muere en la cruz por haber dado testimonio de su filiación divina (Mt 26,64), y por hacerse una misma cosa con el Padre (Jn 17,4). Todo lo que hizo Cristo en su vida fue solo por la gloria del Padre. Nada más. Como Cristo, por Él y en Él, debemos también glorificar al Padre y dar testimonio de Él[5].

4.- ¿Cómo ayudarnos a hacer patente la filiación? – F. Rielo afirma tener el mismo sentimiento acerca del Padre que tuvo ya desde su niñez. ¿Quién se lo enseñó?… «Él, y nadie más que Él. Y, por eso, tengo el deber especial de dar testimonio siempre de Él en cuantas oportunidades tenga»[6]. Esta gloria de la filiación es la que deseaba a todos y por la cual ofrecía su vida. El punto de vista para ver la vida es la contemplarla desde nuestro origen, como hijos del Padre: «Solo desde aquí, desde un Padre absoluto que no se nos muere nunca, puede adquirir sentido la vida»[7].

El Padre es el principio de todas las cosas y también del amor. De aquí deriva el desposorio filial: de un hijo que se desposa con su Padre, y de un Padre que se desposa con su hijo; de la vida que se desposa con la muerte y de la muerte que se desposa con la vida. Tenemos por eso que buscar incluso «el purgatorio del amor, el purgatorio puro»[8], hasta conseguir vivir, unos con otros, en nuestros corazones, el sentido de hogar, de cariño familiar, de ternura íntima, según el modelo de la Trinidad[9].

Este es el mensaje de nuestra misión: que los hombres piensen que, además de estar en la tierra, ya están también en el cielo. La forma humanísima de estar en el cielo, muy interior e íntima fue la divinidad de Cristo, la del Hijo de Dios (Mt 14,33; 16,16; 27,54; Mc 15,29). Nuestra forma de vivir unos con otros ha de ser hogareña, es decir, que todos nuestros sentimientos sean de paz, concordia, unidad, comprensión, ayuda, delicadeza, educación, en todo: «Hay que crecer entre nosotros, que somos criaturas celestes, entrando en intimidad con nuestra familia celestial, y nuestro hogar celestial»[10].



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  1. F. Rielo, En el corazón del Padre, ob. cit., 37-38.
  2. Ibid., 38.
  3. Ibid., 39.
  4. Ibid., 40.
  5. Ibid., 41.
  6. Ibid., 41.
  7. Ibid., 42-43.
  8. Ibid., 45-46.
  9. Cfr. Ibid., 46.
  10. Ibid., 47.