JUAN DE LA CRUZ, San

De Escuela idente
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JUAN DE LA CRUZ, San: F. Rielo, en síntesis y para explicar lo nuclear de la doctrina sanjuanista, se detiene sobre un conocido texto donde yace guardado el místico saber de la vida cristiana que san Juan de la Cruz se propone explicar con el firme cimiento de su íntima experiencia. El poema es el siguiente: «Para venir a gustarlo todo, / no quieras tener gusto en nada; / para venir a poseerlo todo, / no quieras poseer algo en nada; / para venir a serlo todo, / no quieras ser algo en nada; / para venir a saberlo todo, / no quieras saber algo en nada; / para venir a lo que no gustas, / has de ir por donde no gustas; / para venir a lo que no sabes, / has de ir por donde no sabes; / para venir a lo que no posees, / has de ir por donde no posees; / para venir a lo que no eres, / has de ir por donde no eres»[1]. Según nuestro teólogo y poeta místico[2], «este poema sanjuanista “para venir a gustarlo todo” de sentencial carácter, lejos de conceder a san Juan de la Cruz el irrisorio título de “Doctor de las nadas”, concentra en plenitud el continuo proceso de la mística unión que debe realizarse en el centro mismísimo de una transcendental humildad que es el punto de equilibrio que impide un ‘todeísmo’ y ‘nadaísmo’ que son solo recurso del lenguaje hiperbólico. El poema está afirmando con claridad implícita el sí total que exige una intensa unión mística que, comenzando en este mundo cuanto es posible, halla su plenitud en la Iglesia triunfante. Esta unión ‘totalista’ consiste en una entera consagración del alma humana a la Santísima Trinidad que concede ya en esta vida errante su sello indisoluble con amoroso trueque: Cristo crucificado y crucificada alma en total libertad por el amor formada».

«El místico proceso, en san Juan de la Cruz, de la DEIFICACIÓN de la persona humana por acción aspirante del Espíritu Santo es un ir y venir, entre el todo y la nada, hasta llegar a ser el alma espiritual lo que tiene que ser: «Hallar su quietud y descanso, / porque, no codiciando nada, / nada le fatiga hacia arriba / y nada le oprime hacia abajo, / porque está en el centro de su humildad»[3].

«El lema senequista conócete a ti mismo es, mutatis mutandis, solo el imperativo de entrar en uno mismo para encontrar la clave que fundamenta todo el edificio místico, no por medio de sí, antes bien, por infuso de la divina luz. Esta clave es llamada por san Juan de la Cruz “centro de la humildad”. Resumo esta dinámica vivida por el Santo con ejemplo de sí en dilema preciso: o humildad o soberbia. Remito este dilema al origen del hombre creado de la nada a semejanza e imagen de su único Creador: la primera pareja humana, ciertamente, con su libre albedrío escogió la soberbia quedando clausurada la comunicación amorosa con Dios. Esta soberbia no era un vicio solamente, sino la afirmación de aquella identidad absoluta de sí en tal grado que hizo del hombre un hombre en sí y un hombre para sí sin posibilidad de salir por sí mismo de su honda mismidad. El pecado de origen consistió esencialmente en esta egolatría que ha sido transmitida a todo ser humano, no por medio de herencia biológica, sino antes bien, moral de raigambre ontológica o mística transcendencia».

«La absurda identidad, que de manera explícita fundamenta el sistema idealista de Fichte y de modo impreciso el dasein de Heidegger, inficiona la historia del pensar filosófico a partir de Parménides. El Doctor del Carmelo con su experiencia viva propugna la constante de la mística auténtica: el rechazo total del ser identitático. Esta constante mística consiste en una forma de relación genética que está constituida, con imposibilitación metafísica a priori de un principio absoluto de identidad: por tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en comunicación divina o metafísica, activa PERICÓRESIS ad intra entre personas divinas, y, supuesta la creación de la nada de la persona humana, activa pericóresis ad extra entre personas humanas y divinas. Si negamos ad intra la comunicación de personas divinas, establecido habríamos un seudoinmanentismo sin origen ni fin; por tanto, una quimera. Si negamos ad extra la comunicación de personas divinas con la persona humana, habríamos establecido el abstracto quimérico (Véase ABSTRACTISMO) de un antropocentrismo que nadie puede nunca saber en qué consiste. Mi enunciado es preciso: las personas divinas son ad intra entre sí divina pericóresis que a la persona humana, formándola ad extra, hace mística PERICÓRESIS . Lo que ad intra es divino, es ad extra lo místico: esto es, místico inesse definido o formado por el divino inesse».

Nuestro autor se remite al «texto de la fórmula fulgenciana sobre la pericóresis, o bien circumincessio divina, recogida en el magisterial Decretum pro Iacobitis del Concilio unionista celebrado en Florencia: «el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo» (Dz 704). El totus in implica el inesse pasivo. El Doctor del Carmelo sintetiza esta fórmula en la aspiración mística y aspiración divina del Espíritu Santo con el inesse activo: «el Espíritu Santo… con aquella su aspiración divina muy subidamente levanta el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre (divina circumincessio activa), que es el mismo Espíritu Santo, que a ella la aspira en el Padre y el Hijo (mística circumincessio activa) en la dicha transformación para unirla consigo»[4].

Su modelo ontológico implicita estos textos completándolos dentro de nueva concepción metafísica y mística con tres sustituciones: el nombre ‘pericóresis’ por el de ‘CIRCUNGÉNESIS , el nombre ‘aspiración’ por el de ‘inspiración’, el inesse pasivo por el cumesse activo. Su pensamiento llama ‘divina CIRCUNGÉNESIS’ a la siguiente fórmula: el Padre es en el Hijo, el Hijo es en el Padre, el Padre con el Hijo es en el Espíritu Santo y el Espíritu Santo es en el Padre con el Hijo. Se fundamenta en esta divina CIRCUNGÉNESIS lo que la teología vino en denominar procesiones divinas que incluyo en el concepto divina CIRCUNLÓGESIS . Nueva fórmula adscribo en esta CIRCUNLÓGESIS: el Padre con el Hijo es persona divina, el Espíritu Santo. El punto de partida para determinar la unión de los dos ámbitos, metafísico y místico, es, precisando el texto de san Juan de la Cruz, la procesión divina del Espíritu Santo: el Espíritu Santo se atrae hacia sí ad extra [processio inspirativa, mística procesión] a la persona humana y en la persona humana al Padre con el Hijo con la misma atracción por la que hacia sí ad intra se atrae [inspiración, divina procesión] al Padre con el Hijo. Este inspirar en nuestra alma por el Espíritu Santo [inspiratio ad extra] al Padre con el Hijo es en tan alto grado que queda completada la palabra de Cristo: «Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros» (Jn 17,21). Este hecho nos remite a la siguiente fórmula: “el alma se define mística CIRCUNGÉNESIS de la que es absoluta divina CIRCUNGÉNESIS”.

«La humildad como centro en san Juan de la Cruz, más que virtud moral, es por su apertura una virtud transcendental en la que se establece la alianza espiritual, una alianza inter pares, de la DEIDAD humana o deidad ontológica con la divinidad o deidad metafísica que está constituida por un celeste Padre celebrado por su Hijo y su Espíritu Santo. Este hecho es revelado por Cristo, confirmando la Sagrada Escritura, dioses sois (Jn 10,34): si dios somos, DEIDAD mística, entonces, de la divinidad o deidad metafísica. Jesucristo restaura la sobrenatural apertura de amor por la que el alma humana con su humildad por centro puede, cuanto es posible en esta vida, ser totalmente formada mística trinidad por la única divina Trinidad metafísica. El enunciado queda con claridad explícito por san Juan de la Cruz. Estas son sus palabras: «Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las tres personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado»[5]. «La conclusión es la negación absoluta de aquella identidad que hace del ser humano absurdo ser en sí. Sustituyo este absurdo por la congenitud absoluta que, siendo hereditaria forma, o consanguinidad divina y metafísica, ad intra entre personas divinas, es ad extra hereditaria forma, o consanguinidad mística y ontológica, de personas divinas con la persona humana. Esta es la ontología que subyace, fundada en una metafísica ajena al ABSTRACTISMO, en los textos de nuestros místicos; entre otros, de san Juan de la Cruz».



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  1. San Juan de la Cruz, Subida, 1,13, 11.
  2. Todo lo que sigue está extraído del Mensaje de F. Rielo dirigido al acto de homenaje a san Juan de la Cruz con motivo del cuarto centenario de su muerte. Madrid, 19 de diciembre de 1991.
  3. San Juan de la Cruz, Subida, 1, 13,13_._
  4. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 39,3_._
  5. Id.