UNCIALES

De Escuela idente
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UNCIALES: Con la palabra “uncial” F. Rielo no se refiere al modo de escritura (“letra uncial”), ni tiene relación con la palabra latina “uncia” (onza, pulgada), ni con una derivación del verbo “iungere” (uncir, atar, amarrar), sino con el verbo latino “ungere” (ungir) y su sustantivo “unctio” (UNCIÓN, acción de ungir). La UNCIÓN sensible con oleo es signo de la gracia infundida, derramada en el espíritu. Afirma san Agustín que somos ungidos «con el don de la gracia simbolizado por la UNCIÓN sensible con que la Iglesia unge a sus bautizados» (De Trinitate XV 26,46). Los “unciales” son, según nuestro autor, impresiones ontológicas (a nivel de la esencia) de la gracia que nos hacen reconocer a cada una de las personas divinas. A cada persona divina se le atribuye la UNCIÓN al místico con su nombre personal: el Padre imprime o graba su nombre y lo que éste significa en tal grado que el místico sabe distinguir, experiencialmente, lo que es el Padre, distinto del Hijo y del Espíritu Santo. Lo mismo sucede con el Hijo y con el Espíritu Santo. Las impresiones unciales son la fuente activa de las propiedades, nociones, atribuciones, apropiaciones, misiones y PROCESIONES MÍSTICAS. El místico es ungido: por el Padre, con su paternidad (con el genio del amor: origen, grandeza, creación…); por el Hijo, con su filiación (con la obediencia del amor: mediación, servicio, redención…); por el Espíritu Santo, con su unidad (con el fuego del amor: fin, plenitud, SANTIFICACIÓN…).

La palabra uncial significa, pues, el infuso de los nombres personales del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la DEIDAD humana: el Padre, el Hijo y el ESPÍRITU SANTO, ungiendo con su nombre personal a la DEIDAD humana, la constituyen en mística treidad. La treidad no es un compuesto de tres deidades: sencillamente, los unciales de cada una de las personas divinas penetran en tal grado de transverberación , concepción genética del amor, en la DEIDAD de la persona humana que esta posee a cada una de las personas divinas con la misma posesión que cada una de las personas divinas la poseen. Nuestro autor afirma el solo hecho de la indivisibilidad de la treidad en el carácter también indivisible de la DEIDAD de la persona humana, salvando la dificultad de todo ejemplo, con la siguiente comparación: la treidad es a modo de una pirámide que, en relación con un haz de luz, en sus tres caras esta reverbera.

Los unciales son “toques, caracteres, marcas” en el espíritu humano, originarias de cada una de las personas de la TRINIDAD, siendo la fuente de las PROCESIONES MÍSTICAS: generación, espiración, inspiración. «El Padre es el primer uncial; me graba el nombre de tal modo que sé distinguirlo de lo que no es Él; ya tengo, entonces, el sentido del Padre. Dase la presentación del Verbo, y es el Verbo quien me graba su nombre. Es el segundo uncial. Ya sé quién es el Verbo, tengo sentido, inclinación de Él, estoy inclinado a Él y Él inclinado a mí formando una misma unión de amor con el Padre. Viene, por último, la presentación del ESPÍRITU SANTO, porque es espíritu y es santo lo que aletea entre nosotros tres, y me graba su nombre, tercer uncial, como persona divina, en mi espíritu»[1].

Los unciales son, según nuestro autor, impresiones ontológicas (a nivel de la esencia) de la gracia que nos hace reconocer a cada una de las personas divinas. A cada persona divina se le atribuye la UNCIÓN al místico con su nombre personal: el Padre imprime o graba su nombre y lo que este significa en tal grado que el místico sabe distinguir, experiencialmente, lo que es el Padre, distinto del Hijo y del Espíritu Santo. Lo mismo sucede con el Hijo y con el Espíritu Santo. Las impresiones unciales son la fuente activa de las propiedades, nociones, atribuciones, apropiaciones, misiones y procesiones místicas. El místico es ungido: por el Padre, con su paternidad (con el genio del amor: origen, grandeza, creación…); por el Hijo, con su filiación (con la obediencia del amor: mediación, servicio, redención…); por el Espíritu Santo, con su unidad (con el fuego del amor: fin, plenitud, santificación…).



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  1. F. Rielo, En el corazón del Padre, ob. cit., 54.