CREENCIA
CREENCIA: La creencia, según nuestro autor, es, con la expectativa y el amor, la estructura y operador genéticos de carácter receptivo, infundidos por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del absoluto en el espíritu creado en el momento de la concepción biológica. La omnisciencia divina tiene su correspondencia mística en la creencia, constitutiva en todo ser humano; sin la creencia, la persona no posee dirección en su vida, tiene que creer en algo en virtud de lo cual intuye, piensa, recuerda, siente, con el objeto de formar bien el OBJETO DE CONSCIENCIA . La fe es la elevación al orden santificante de la creencia; esta es el DISPOSICIONAL de la fe; sin la creencia, connatural o constitutiva, no sería posible recibir el don sobrenatural de la virtud teologal de la fe.
Todo ser humano posee, de este modo, capacidad para la metafísica y la teología. El nivel DIANOÉTICO es, así, un DISPOSICIONAL, esto es, prepara y dispone al ser humano para recibir las virtudes teologales, que son elevación al orden santificante:
la fe, de la creencia;
la expectativa, de la esperanza;
la caridad, del amor.
Este orden cristológico o santificante es el nivel HIPERNOÉTICO o de la razón formada por la fe. La divina presencia santificante o mística procesión es la elevación de la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA al nivel HIPERNOÉTICO por la divina presencia santificante de la Santísima Trinidad en virtud de la redención de Cristo. En este nivel hipernoético, es donde se obtiene, pasando a experiencia vivencial, la plenitud del ser y del conocimiento.
El problema ya no era la razón y la fe, sino la razón formada por la creencia constitutiva y la razón formada por la fe santificante; dicho de otro modo, el problema era, sobre todo, entre la razón credencial y la razón fiducial. La razón es una función de la inteligencia que tiene necesidad de la creencia o de la fe para abrirse al objeto de conocimiento. La razón credencial ‘bien formada’ prepara y dispone a la inteligencia para ser elevada por la gracia a razón fiducial cuyo objeto de conocimiento inmediato es la Santísima Trinidad, que da unidad, dirección y sentido a todo otro objeto de conocimiento.
Habría que preguntarse primero si existe una razón pura o una fe pura. Todas estas expresiones –’fe moral’, ‘fe filosófica’, ‘fe racional’, ‘creencias’–, que no se refieren directamente a la ‘fe teologal’, nos acercan al pensamiento de nuestro autor cuando trata la ‘creencia’, como energía espiritual constitutiva del ser humano, o como estructura y operador genético que, dándose, por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del absoluto, en el espíritu creado, se proyecta en la inteligencia con el objeto de ofrecerle aquella energía que dé unidad, dirección y sentido a las ideas, raciocinios y discurso sobre el objeto de conocimiento o de la realidad en que vive. «La creencia –afirma Rielo– es visión abierta al infinito que tiene por objeto primordial una verdadera búsqueda etiológica de la verdad absoluta. […]. La creencia como energía DISPOSICIONAL es la que mueve también al científico a poner fe en sus hipótesis; al empresario, en sus inversiones; al ciudadano que vota, en sus políticos… La pérdida o disminución de la creencia trae como resultado el estado de inseguridad, de despersonalización, en el individuo y en la sociedad. Cuando esta energía de la creencia no ha sido corrompida, constituye lo más exquisito de la personalidad del ser humano»[1].
Se necesita, pues, la creencia para formular una hipótesis, para fiarse de alguien, para confiar en el trabajo, para constituir una familia, para hacer política, deporte, arte. Sin la creencia, que es lo más propio de la persona, el ser humano no podría ni tan siquiera pensar en algo: ‘para pensar en algo debo creer en ese algo’. Pero no solo eso, sino que, como afirma el mismo Rielo, «sin esta energía, la persona humana no podría subsistir; su merma comportaría el desánimo, la depresión e, incluso, la catalepsia espiritual y síquica»[2]. Todavía más, hay quienes «utilizan la creencia para no creer en el absoluto ayudando a la razón a buscar argumentos de la no existencia de Dios»[3]. Y esto por una sencilla razón: «El objeto último de creencia puede errarse, falsificarse o enmascararse si no se tiene una visión bien formada de la realidad, lo cual puede suceder a todos: al ateo, al creyente, al agnóstico y, como no, al indiferente, al escéptico o al relativista, que solapan en sus actitudes esta falsificación de la enérgeia a la cual nadie puede renunciar porque el ser humano la necesita, existencialmente, para seguir viviendo como persona»[4].
Llegados a este punto, deberíamos afirmar que el mundo de la creencia abarca todas las religiones y culturas, y todos los ámbitos y dimensiones del actuar humano. Una creencia bien formada no puede ir contra la ciencia, ni la ciencia que utiliza el método experimental tampoco puede negar el hecho religioso aportado por la creencia y el mundo de las vivencias: «No se puede usar la ciencia para tratar de desprestigiar a las grandes religiones monoteístas del mundo, que descansan en siglos de historia, filosofía moral y la poderosa evidencia que ofrece el altruismo humano»[5].
En virtud de la actuación de la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA en el ser humano con el ser humano, el mundo de las vivencias profundas tiene mucho de expresión común en la historia, en la filosofía, en la religión, en el arte, en la cultura; por tanto, en la reflexión teológica y filosófica, de tal modo que se hace necesario el diálogo abierto, incluyente, y, de modo especial, la actitud de escucha y acogida. La creencia, bien formada, nos lleva a este diálogo y actitud, preparándonos y disponiéndonos para recibir el don de la fe.
Todas las filosofías, todas las culturas, todas las religiones e, incluso, las actitudes agnósticas y ateas, intentan adquirir sentido y fundamento dentro de este dialogal genético, que, como místico u ontológico PATRIMONIO GENÉTICO de todo ser humano, dado a todos sin excepción como el sol y la lluvia, se presenta abierto en ‘grado de suficiencia’. Este patrimonio es la enérgeia —creencia, expectativa y amor— que nos capacita para ser personas entre personas y para concebir y actuar como personas en cualquier ámbito de la realidad en que nos movemos.
Resumiendo, el problema no es tanto el de ‘ciencia y creencia’, o ‘ciencia y fe’, sino el paso de la creencia a la fe. Si formamos bien la creencia en el hombre, en el mundo, en la sociedad, en la ciencia, aquella nos dispone para la fe teologal. La fe no puede emerger de la creencia, pero es dada como gracia a la creencia. La fe es -más allá del mundo de las creencias, pero no sin ellas- un hecho sobrenatural, cristológico, santificante, que puede iluminar, ilustrar, transformar el nivel DIANOÉTICO , en el cual se inscribe el denominado ECUMENISMO ontológico. No hay, en cierto sentido, conflicto. La creencia, que por sí abre y dirige nuestra inteligencia, tiene necesidad del don de la fe. La fe es, pues, don sobrenatural que se da en la creencia, elevando a esta al nivel HIPERNOÉTICO : «La creencia y la fe no son dos especies distintas; antes bien, dos formas o niveles de la virtud de la fe: el primer nivel, que llamamos creencia, es el ámbito general que envuelve, no solo a las religiones y creencias, antes bien, a toda la actividad humana; el segundo nivel, fe teologal, que llamamos fe, no es un acto distinto, antes bien, es la elevación al orden sobrenatural del primer nivel. […]. La energía transformante de la fe, siendo elevación de la creencia al orden de la gracia santificante, pone a la creencia en estado selectivo de creer en las personas divinas, subordinando a este los demás objetos de creencia»[6].
© Reproducción reservada. Todos los derechos están reservados al editor.
- ↑ F. Rielo, “Función de la fe en la educación para la paz”, en Educar desde y para la paz, FFR, Madrid, 2001, 113s.
- ↑ F. Rielo, “Prioridad de la fe en la formación humana”, en Educación y desarrollo personal, 46.
- ↑ F. Rielo, Antropología, ob. cit., FFR, Madrid, 2012, 88.
- ↑ Ibid., 89.
- ↑ F. Collins, ¿Cómo habla Dios?, Ed. Temas de hoy, Madrid, 2007, 184.
- ↑ F. Rielo, Mis meditaciones, ob. cit., 105ss.