QUIJOTE (místico)

De Escuela idente

QUIJOTE (místico): F. Rielo pronunció una conferencia, en 1970, titulada Esencia mística del Quijote en texto comparado con san Juan de la Cruz, de donde nació la obra Teoría del Quijote[1]. El autor descontextualiza el Quijote, como hiciera M. de Unamuno, para realizar una lectura simbólica del mismo en clave sanjuanista; así, como el místico, D. Quijote “sale sin ser notado” para vivir, como él, la noche oscura, hasta aspirar a la unión MÍSTICA. En coherencia con la mística de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús, sostiene que Cervantes supo llevar la mística a la novela. El Quijote no es un texto profano leído en clave religiosa, sino la descripción misma de “un camino de perfección” y de una experiencia mística auténtica para quien sepa leerlo. Cervantes es el gran místico desconocido en España; tan místico como lo fueran san Juan de la Cruz o santa Teresa. Cervantes sería algo así como el hagiógrafo del espíritu místico nacional del Siglo de Oro, a la manera de los profetas del Antiguo Testamento, que no hablaron en nombre propio, sino del Dios revelado. Así como san Juan de la Cruz intentó la reforma religiosa de una orden, D. Quijote se propone la reforma de la sociedad para hacer de ella un paraíso donde reinen todas las justicias que tutelan la dignidad humana.

Curiosamente, para nuestro autor, no es solo importante D. Quijote como la personificación de JESUCRISTO (en clave unamuniana) sino que, a nivel alegórico, Dulcinea es la imagen hispánica de la Virgen, y el símbolo de la castidad de D. Quijote. Dulcinea es tan mística y mariana que es ajena a cualquier agresión freudiana. Sancho, además, es la figura del abandono y de la generosidad hasta el extremo. Y, si D. Quijote simboliza el alma, Rocinante encarna el cuerpo estoico y doloroso del caballero andante y, por lo mismo, el peso dolorosísimo de la España mística de su tiempo.

Más aún, el Quijote no refleja solo la experiencia mística de un individuo, sino la del místico pueblo español hacia Jesucristo, como amado, y a manera de miembros de su Cuerpo. La España mística es la presidida por un Jesucristo de la Mancha y una Virgen María del Toboso. Otros autores, le contestan que no ha comprendido el verdadero sentido del Quijote ya que esta obra es justamente lo contrario: «el movimiento de abandono de la mística por la novela»[2]. La polémica sigue viva y abierta, tanto como el pensamiento y la obra de F. Rielo[3].

 Nos detenemos en algún aspecto singular del Quijote según lo entiende nuestro poeta místico. Hay que destacar, en primer lugar, que «la fuente del “quijote escrito” reside en el “quijote hablado”»[4]. Cervantes con su Quijote eleva a símbolo esta riqueza histórica que le viene a través de la tradición oral y escrita de un pueblo que, haciéndose con el mensaje divino de Santiago Apóstol, da vida y destino a su histórico vivir. En este sentido, dirá nuestro autor, «Santiago es el primer Quijote de España»[5]. El ideal del caballero tenía la confianza del pueblo que veía en él a su defensor sobre todo contra el bandidaje.

El segundo hecho, también fuente oral del Quijote, es el ideal de justicia con símbolo en el caballero. El monje y el caballero forman una unidad intercambiable. El santo, con símbolo en el monje, es para Don Quijote el mejor caballero: del Patrón de las Españas dice: «Este sí que es caballero, … uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene agora el cielo; y, entre otros, dirá también de san Pablo: caballero andante por la vida, y santo a pie quedó por la muerte, trabajador incansable en la viña del Señor, doctor de las gentes, a quien sirvieron de escuelas los cielos y de catedrático y maestro que le enseñase el mismo Jesucristo». Este espíritu de santidad impreso como modelo en la tradición española es el que Don Quijote desea para sí mismo; por eso, nos dice: «Por buen agüero he tenido, hermanos, haber visto lo que he visto, porque estos santos y caballeros profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas; sino que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino, y yo soy pecador y peleo a lo humano»[6].

Pero no puede haber caballero sin dama por la cual, símbolo del amor, acometer sus empresas: «Digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan propio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas»[7]. La mística popular, que comienza literariamente con María de mano de Berceo y de Raimundo Lulio con su Blanquerna, «queda atrapada en Don Quijote con símbolo en Dulcinea»[8]. De este modo, Cervantes impugnará un narcisismo ajeno a la esencia de la conciencia hispánica porque su vivir no es, como propugna una filosofía de corte existencial, un vivir para sí, sino, como propugna el ideal místico, un vivir para el otro en puro amor. El quijotismo, nos dirá Rielo, hipostasía la conciencia hispánica para una aspiración ideal que halla su consumación fuera de sí misma y no como en el caso del freudismo, que nos entrega una conciencia cerrada o para sí misma[9].

Cervantes, fiel a la tradición mística del pueblo español, eleva a símbolo estético con su Quijote aquella realidad vital que más acucia existencialmente al hombre de todas las épocas: su origen y su destino. Este origen y destino se hacen en España específicamente cristológicos_:_ «Nuestra cultura ha producido y elaborado algunos de los mitos más importantes de la cultura occidental: los mitos de Santiago Matamoros, del Cid Campeador, de la Celestina, de Don Quijote, de la España ideal, y, sobre todo, el mito de Cristo, que recorre de arriba abajo toda la cultura española… Estos grandes mitos han hecho vivir y soñar a las imaginaciones del mundo entero y pensar a los filósofos; ellos constituyen el fermento más vivo de nuestra tradición»[10].

Rielo defiende la esencia plateresca de la tradición hispánica: Góngora, plateresco nominal; Quevedo, plateresco epistémico[11]: «La platería, arte sobre todo de la vida, desde luego de su devenir místico, es, como categoría estética, el modo como se nos da el origen y fin de nuestro ser. Si de nuestro ser, también del lenguaje. Cervantes toca límite en esta platería…»[12]. El plateresco es, por otra parte, expresión de la pasión romántica del espíritu místico. Este romanticismo, que tiene una significación más amplia que la decimonónica corriente europea del mismo nombre, proyecta una nueva forma de concebir una delicada armonía de los hombres, de la vida y de las cosas que, con razón, puede llamarse ‘arte plateresco’. A este respecto, dice nuestro autor sobre la obra cervantina: «Atentos al Quijote, ¿quién no ve en él la plenitud sobrenatural de un espíritu romántico que convierte la expresión castellana en pura metáfora plateresca?»[13]. Esta metáfora, que es pura desnudez y sobriedad de un lenguaje que se apoya en el ideal de una vida absoluta, encuentra su cima en un comportamiento que Don Quijote hace suyo: el ridículo: «Don Quijote hizo suyo el ridículo sin hacer el ridículo. Su origen es mímesis de una tradición en el comportamiento de no pocos santos de aquellas edades que se hacían con lo ridículo… Su motivación fue evocar las horas ridículas y trágicas de Cristo, sobre todo, desde el Domingo de Ramos hasta su muerte. También esta anécdota de la mística española la pasó Cervantes a su novela»[14]. Don Quijote emprende, sin heridos ni muertos, sus aventuras en pro del amor y de la justicia haciendo arte del ridículo: un ridículo en el que la inocencia de Don Quijote impone una victoria espiritual sobre la “razón vulgar” de Sancho, razón que, a su vez, impone una derrota material.

El comportamiento simbólico del ridículo se complementa también con otro símbolo: la locura. En este sentido, dirá nuestro escritor, que la locura tiene en Cervantes el sentido de una “razón aristocrática” frente a la “razón vulgar”[15]. Don Quijote significa, de este modo, una razón aristocrática para acometer con locura la gran empresa de la justicia: «La locura del Quijote, locura metafórica, es para conquista de la justicia; ciertamente la justicia se conquista a base de locura…»[16]. Don Quijote ha elegido la sabiduría en función de una justicia que es necedad o locura para el mundo. El apóstol san Pablo nos remite a la locura o necedad como contraposición de dos sabidurías: la sabiduría de Dios y la sabiduría del mundo. La sabiduría de Dios es necedad o locura para el mundo, y la sabiduría del mundo es necedad o locura para la sabiduría de Dios: «nuestro acierto consiste en dar con la sabiduría de Dios que es tenida como necedad o locura por el mundo»[17]. El influjo del Quijote en Dostoievski puede considerarse, en este punto, capital. La gran empresa de la unión mística, unión de amor; esta es la gran hazaña de derribar con las armas a los gigantes, símbolo de las pasiones que atenazan nuestra vida: «Hemos de matar en los gigantes a la soberbia; a la envidia, en la generosidad y buen pecho; a la ira en el reposado continente y quietud del ánimo; a la gula y al sueño, en el poco comer que comemos y en el mucho velar que velamos; a la lujuria y lascivia, en la lealtad que guardamos a las que hemos hecho señoras de nuestros pensamientos; a la pereza, con andar por todas las partes del mundo, buscando las ocasiones que nos puedan hacer y hagan, sobre cristianos, famosos caballeros»[18].

Dulcinea es su modelo místico, su romance de amor, por el que se presta a las más heroicas acciones en defensa de los valores eternos de la vida, y para cuyo logro la muerte debía estimarla siempre merecida. Por eso, Don Quijote es símbolo de una de las supremas verdades místicas que, partiendo de la savia de un pueblo, es propiedad de toda la humanidad: la justicia en función de lo bello.

En el fondo, el Quijote nos habla de la esencia de la filosofía y de la mística hispánica. No ha sido, desde luego, el verbo ‘ser’ el más expresivo del pensamiento español; de haber sido así, España habríase conmovido con la metafísica griega dando lugar posiblemente a una metafísica que sería punto de transición con la filosofía alemana. El verbo histórico del que resultó el etnos español se resume en el siguiente enunciado: ‘salir de para llegar a’. Este ‘salir para llegar’ y este ‘llegar para salir’ son las dos finalidades, entrada y salida, que hacen del español un tipo de exiliado, cuando menos, en potencia[19]. Este es el núcleo de nuestra filosofía popular que está constituida por la expresión ‘salir de’ para ‘ir’, ‘llegar’, ‘entrar’, ‘alcanzar’… y no por expresiones formadas con el verbo ‘ser’. La expresión ‘salir de’, constante muy antigua en orden a las cosas divinas, es, en opinión de nuestro autor, una constante con la que el pueblo español puede resumir su historia. La noción ‘entrar en’ se hace, para el español, filosóficamente inexpresiva porque su característica no es la interioridad agustiniana y sí aquel ‘fuera de sí’ que define el éxtasis de nuestros místicos, entre ellos a Don Quijote[20]: «Lo que justifica este ‘salir de’ en Don Quijote es ‘deshacer entuertos’ por amor a la amada a la cual persigue… Los peligros a los que se expone adquieren el motivo de que su amada tenga noticia, y sobre todo de su móvil, cual es su lucha a favor de la libertad como expresión suprema de la justicia. Don Quijote dice: “… no quiero otra cosa, sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho” (I,8)»[21]. De este modo, la justicia definida por el amor se inscribe en una ética quijotesca que, liberando al hombre de la injusticia que le oprime, se convierte en un código de honor, ese honor que será también recogido por san Ignacio para definir con él la gloria de Dios[22]. La experiencia mística, ajena al clausurante inmanentismo del ‘ser en cuanto ser’, es enormemente creativa y dinámica haciendo patente, posesiva y visceral, la forma de caminar nuestro ser abierto al absoluto. Esta realidad andante nos la expresa Cervantes, por medio de Don Quijote, como esencia de nuestro existir, y no ningún otro ser: no el ser parmenideo, porque su esencia, lo inmóvil, no nos mueve a ningún destino; no el ser heracliteo, porque su esencia, el movimiento, no tiene más destino que ir ‘de la ceca a la meca’; no el ser existencialista, porque su esencia, el tiempo, no tiene más destino que contar las horas. «La concepción hispánica, recogida por Cervantes de su pueblo, es de un ser, nuestro ser, que camina, se aventura, a un destino del cual, como diría Dante, no se vuelve nunca; carece, pues, de retornos y reencarnaciones. Don Quijote tiene en su habla este parámetro lingüístico entorno del cual giran con medida las aventuras de sus ensoñaciones»[23]. ¿Cuál es, entonces, la filosofía que Cervantes nos revela en su Quijote? Rielo nos dirá que «el Quijote es novela que propicia una concepción general de carácter filosófico, en el cual se enigmatiza un contenido específico: lo místico real»[24] .

Nuestro autor, en conclusión, con su Teoría del Quijote resuelve una cuestión vital que ha preocupado siempre a los intelectuales hispanistas. Esta cuestión podría plantearse del siguiente modo: «¿qué es aquello que caracteriza a la cultura hispánica? o si se prefiere ¿en qué consiste la esencialidad de nuestra cultura?».

La característica que define nuestra cultura hispánica es el “hecho místico”. ¿Qué es, entonces, el hecho místico?: «El contenido de la unión amorosa, unión mística, de la persona humana con su sujeto absoluto». Este contenido se inscribe en las diversas formas de un romanticismo que, irreductible a un criterio taxonómico convencional (ej., al siglo XIX europeo), es propiedad de toda la historia de la humanidad. Si hay una característica que mejor defina al hombre es su romanticismo: el hombre es un ser que, más que razón, más que voluntad, tiene capacidad para amar. La autenticidad o inautenticidad de su vida se define por la forma cómo se manifieste su amor. En esto consiste sencillamente el hecho místico. El hombre, en este sentido, es un ser místico. La cultura española ha encarnado la dimensión universal del hecho místico; quizás esta sea la causa de su expansión e influencia.

Nuestro teólogo metafísico con su CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN [25] eleva, por vez primera en la historia del pensamiento, explícitamente el hecho místico a metafísica pura. Este sistema metafísico carece del abstraccionismo de la metafísica histórica porque tiene por metalenguaje a la teología mística, y la teología mística no queda en simple dogma porque tiene por metalenguaje a la metafísica. El dato racional y el dato revelado se complementan en este sistema rieliano: no existe una razón cerrada que no pueda recibir el dato revelado, ni existe una revelación que no sea capaz de ser recibida por una razón abierta. Esta CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN define, dentro de una sistematización metafísica, el hecho místico en el que consiste la esencialidad de la cultura española: «El estudio de esta metafísica genética parece aportar el convencimiento de que el cristianismo halla en Cristo al metafísico que, no solo redime al ser humano, sino, también, le instruye sobre la constitución ontológica de su ser. Revela, por otra parte, en qué consiste la esencia de esta religión: la mística procesión (Véase Divina Presencia Santificante o Mística Procesión) que, sobrenatural, sitúa a la persona humana en su verdadera dimensión metafísica»[26].



© Reproducción reservada. Todos los derechos están reservados al editor.

  1. F. Rielo, Teoría del Quijote. Su mística hispánica, José Porrúa Turanzas, Madrid 1982.
  2. Cfr. J. M. López Sevillano, Paso de la mística española a la novela en Teoría del Quijote de Fernando Rielo, en AA. VV., Fernando Rielo: poeta y filosofo, 133-148.
  3. Cfr. Z. I. BROOKS, Acercamiento a la “teoría del Quijote” de F. Rielo, en S. NEUMEISTER, Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (18-23 de 1986), Frankfurt am Main, Vervuert 1989, 373-379.
  4. F. Rielo, Teoría del Quijote, ob. cit., 23.
  5. Ibid., 63.
  6. Quijote, II, 58.
  7. F. Rielo, Teoría del Quijote, ob. cit., 63.
  8. Ibid., 143.
  9. Ibid., 128.
  10. Ibid., 122.
  11. Ibid., 178ss.
  12. Ibid., 120.
  13. Ibid, 179.
  14. Ibid., 181.
  15. Ibid., 32.
  16. Ibid., 17.
  17. Id.
  18. Quijote, II, VIII.
  19. Cfr. F. Rielo, Teoría del Quijote, ob. cit., 154.
  20. Ibid., 140-141.
  21. Id.
  22. Ibid., 137.
  23. Ibid., 193-194.
  24. Ibid., 72.
  25. Rielo ha expuesto sucintamente su metafísica genética en dos de sus conferencias: “Hacia una nueva concepción metafísica del ser” y “Concepción genética de lo que no es el sujeto absoluto y fundamento metafísico de la ética” publicadas respectivamente en ¿Existe una filosofía española?, ob. cit., 115-142, y en Raíces y valores históricos del pensamiento español, o. c., 97-134.
  26. F. Rielo, Existe una Filosofía española?, 142.