MÍSTICA
MÍSTICA: La Tradición es abundantísima en la utilización del sustantivo ‘mística’ con sus formas adjetivas, adverbiales y derivaciones. La palabra mística incluye la polisemia de dos verbos griegos: μυέω, cuya acepción es ‘iniciar en los misterios’, ‘consagrar’; y μύω, con el significado de ‘cerrar los ojos para ver interiormente’, ‘recogerse para ponerse en contacto con lo que es misterioso’. De la misma familia es el sustantivo griego μυστήριον (misterio, secreto, algo sagrado) – empleado ya algunas veces en la versión griega del AT, y unas 28 veces en la del NT–que da lugar, a su vez, al sustantivo μύστης ου, (‘el que está iniciado en los misterios’), del que, a su vez, viene μυστικός ή, όν (místico, secreto, relativo al misterio), de donde deriva etimológicamente la palabra mística o místico. De este modo, la palabra ‘mística’ tiene la connotación de algo inalcanzable, secreto o abscóndito, que, poniendo en estado de transcendencia al ser humano, deja sumido a este en el misterio, porque el ser humano, aunque abierto al infinito, no es el infinito.
Nadie debe de extrañarse que este término pase traducido al latín por la palabra mysterium o sacramentum sin perder la significación originaria de lo ‘sobrenatural’ y ‘sagrado’, esto es, lo que, siendo espiritual, queda escondido a la sensibilidad externa; sin embargo, en los primeros siglos, se va decantando, en pugna con las corrientes gnósticas y neoplatónicas de corte oriental, con una significación bastante perfilada. Para el neoplatonismo, que tanto habría de influir en la espiritualidad cristiana, sobre todo a través de las diversas síntesis que culminaron en el siglo IV-V con san Agustín, la mística es la actividad que produce el contacto [ἁφή] del alma individual con el principio divino. Este contacto suscita una iluminación interior de esta alma, que le hace conocer inefablemente la esencia y la existencia de la realidad divina.
Orígenes y Metodio son los primeros en emplear la palabra ‘mística’ en el sentido de las verdades religiosas profundas y escondidas; Eusebio de Cesarea recoge del s. IV el término ‘teología inefable y mística’; en el siglo V, el Pseudo-Dionisio incorpora ya como expresión habitual la de ‘teología mística’, que pasa ya a ser ‘lugar común’.
Gerson, en la Edad Media, dividía su gran tratado latino de Theologia mystica en especulativa y práctica: la práctica equivalía a la mística experimental; la especulativa, a la doctrinal. En Alemania habría de predominar la mística especulativa, mientras que en España lo sería la ‘mística práctica o experiencial’.
Más adelante, san Francisco de Sales en su Tratado del amor de Dios (1.6 c.1) habría también de precisar que: «La teología especulativa trata de Dios con los hombres y entre los hombres; la teología mística habla de Dios, con Dios y en Dios».
Sin embargo, la desconfianza y excesiva prudencia, por parte de sectores católicos, en la utilización de la palabra ‘mística’ se ha debido, sobre todo, a la reacción antimística del siglo XVI y XVII con la herejía quietista (que levantó sospechas y recelos contra la mística), y al apasionado ataque que hicieron las corrientes jansenistas. Este hecho motivó en gran medida el eclipse de la mística durante el siglo XVIII y gran parte del XIX. El prejuicio contra la mística va aún más allá con los sucesivos estudios y supuestas investigaciones por parte de la sicología de los fenómenos místicos, sobre todo con lo que William James denomina ‘materialismo médico’ que trata de explicar como patológicas las experiencias místicas.
Hay que tener en cuenta que la forma de cómo se producen diversos fenómenos llamados ‘místicos’ como la telepatía, la bilocación, la traslación, la levitación, las premoniciones, las visiones o apariciones, los éxtasis, las locuciones, la estigmatización, etc., hace difícil dilucidar los límites entre lo enfermizo y lo espiritual, pues en muchos casos tienen un fuerte componente sicopatológico con aspectos sicosomáticos anejos, como pueden ser la crisis de histeria o algunos estados de sicastenia. Por esta causa la mística ha sufrido un serio menoscabo rebajando su realidad auténtica perteneciente al mundo de las vivencias del ser humano. El místico ha pasado a ser, en este contexto conceptual, un ser fuera de lo común; y la mística, una experiencia anómala puramente fenoménica. Eso ha hecho que el místico –sin discernir lo auténtico de lo inauténtico– haya sido no pocas veces tachado de extravagante y heterodoxo. ¿Cómo no entender, puestas así las cosas, que la mística aparezca a la mentalidad común, e incluso culta, como un fenómeno marginal y sin significado para muchos letrados e intelectuales del mundo actual?
Debemos afirmar, contra el ‘materialismo médico’, que el hecho místico y la experiencia mística no desaparecen en la actuación del ser humano, aunque este se encuentre enfermo física o sicológicamente, pues la persona humana es, por definición, un ser místico. Y es, precisamente, en la experiencia mística, donde el ser humano puede encontrar su máxima normalidad, como propugnan hoy ciertos sicólogos y siquiatras.
Nada más lejos de la experiencia mística que los estados anímicos o sicofísicos de la conciencia (estados de trance) causados o estimulados artificialmente por sustancias químicas ingeridas por el individuo, como pueden ser las drogas o los sicofármacos (psilocibina, psilocina, etc., que son principios activos en hongos alucinógenos), que alteran el estado de ánimo y la afectividad, los procesos sensoriales y perceptivos, el funcionamiento intelectual y la percepción de la realidad, los procesos intuitivos e intelectivos, la voluntad y el comportamiento. Son estados seudomísticos, también artificialmente inducidos, los trances provocados por la excitación de rituales, danzas y músicas especialmente rítmicas y prolongadas, que producen estados sicofísicos que nada tienen que ver con los efectos enormemente positivos del éxtasis místico o de la experiencia mística en el espíritu, en el alma y en el cuerpo. La auténtica experiencia mística se la conoce por sus frutos.
El siglo XX comenzó en España con un auge considerable en su interés por la mística, sobre todo con estudiosos y eruditos de la talla de Menéndez Pelayo, Helmut Hatzfeld, Allison Peers, Max Milner, Roger Duvivier, Jean Baruzi, Bruce W. Wardropper, Sainz Rodríguez, Emilio Orozco, Dámaso Alonso…, que redescubrieron la importancia de la mística –en su potencialidad creativa, humanística y literaria– con las investigaciones sobre la poesía y literatura de san Juan de la Cruz, santa Teresa o Fray Luis de León, principalmente.
Una distinta sensibilidad hacia lo místico, sobre todo desde el ámbito literario y filosófico, ha venido fraguándose efectivamente en las últimas décadas en distintos espacios y foros culturales, tanto civiles como eclesiásticos.
A todo ello ha contribuido no poco nuestro autor que, en la década de los ochenta, crea el Premio Mundial de Poesía Mística, el Premio Internacional de Música Sacra, el Aula de Pensamiento y otras fundaciones y organismos que se han movido y se mueven en este sentido, quizás sin meter mucho ruido; de modo especial, podemos citar el trienal Congreso Mundial de Metafísica.
Lo original en Rielo no es, propiamente, el acercamiento decidido hacia la dimensión mística de la cultura cristiana, sino la definición del ser humano como una criatura esencialmente mística, que ha sido desarrollada en numerosas conferencias.
Afirma nuestro teólogo metafísico que la naturaleza humana es esencialmente mística porque su transcendencia ontológica reside en que esta se define por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del sujeto absoluto en el elemento creado del ser humano.
El fundador de la Escuela Idente descarta, en primer lugar, el tópico de que la experiencia mística pueda reducirse a que el ser humano tenga experiencias de fenómenos extraordinarios de carácter paranormal o metapsíquico[1]. Estos fenómenos, aunque puedan tener origen sobrenatural, no son necesarios a la experiencia mística. Esta, propiedad de todo ser humano, es mucho más amplia, más importante y más profunda que los llamados fenómenos místicos extraordinarios sensacionales y llamativos, que deben estar dirigidos a la conversión y a la santificación lo mismo que toda otra experiencia mística que, por su sencillez, sobriedad y discreción, pasa desapercibida.
Insiste nuestro teólogo, en que la experiencia mística tampoco puede reducirse a experiencias de carácter esotérico, ni a formas devocionales o supersticiosas, ni a componentes religiosos emocionales, ni a sentimientos o sensaciones provocados artificialmente[2]. La experiencia mística es un don sobrenatural que, en ningún caso, puede ser provocado artificialmente, ni siquiera por medio de métodos meditativos o de concentración intelectual o afectiva. Estaríamos, en dichos casos, ante experiencias de carácter seudomístico.
1_. ¿Cómo se plantea la genuina y verdadera cuestión mística en el sistema rieliano? –_ La experiencia mística es un don sobrenatural que, en ningún caso, puede ser provocado artificialmente, ni por medio de métodos meditativos, o de concentración intelectual o afectiva. Lo místico no debe confundirse, por otra parte, simplemente con lo divino; antes bien, lo divino, que es infinitud modélica, es lo que, ad extra, define, forma y configura lo místico, supuesta la libre creación. La persona humana posee, de este modo, dos modos fundamentales de experiencia: por un lado, la experiencia de su finitud, limitándole y condicionándole, haciéndole tender a la complejidad, a la dispersión, y a lo efímero; por otro lado, la experiencia de estar abierta al infinito, porque la infinitud (DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del modelo absoluto ) está presente en el ser humano, haciéndole tender a la perfección, a la transcendencia, a la unidad, y a la realización personal. Ahondando, la experiencia mística no radica en la inteligencia con su INTUICIÓN , con su razón , con su sentimiento (Véase Sentimientos, emociones y pasiones), con su IMAGINACIÓN, con su MEMORIA , o con su fantasía; ni radica en la voluntad con su FRUICIÓN , con su DESEO, o con su emoción; ni tampoco radica en la unión con su libertad, con su INTENCIÓN, o con su pasión.
La experiencia mística, que es acción divina en el ser humano con el ser humano, transciende las facultades y sus FUNCIONES SICOESPIRITUALES Y SICOSOMÁTICAS , dándose en la POTENCIA DE UNIÓN del espíritu, pero no es sin aquellas, ya que el espíritu no es puro, sino sicosomatizado; por eso, la experiencia mística, que es espiritual, tiene carácter libre, intuitivo, fruitivo, racional, desiderativo, intencional, sensitivo, emotivo, afectivo, imaginativo, pasional, pero no se reduce a ninguna de estas funciones. Hay que tener en cuenta que influyen en la experiencia mística, los ámbitos (personal, sacral, social, cósmico) y dimensiones (historia, cultura, ciencia, arte…) del ser humano (Véase Niveles, ámbitos y dimensiones). Pueden darse desviaciones místicas cuando alguna o algunas de las funciones sicoespirituales o sicosomáticas se absolutizan (Véase ABSOLUTIZACIÓN y ABSOLUTIZAR): puede ser, por ejemplo, el sentimiento o la imaginación o incluso la misma razón; o también pueden darse desviaciones debidas a la educación, a la cultura, al influjo medioambiental, al prejuicio, cuando interviene la tendencia egótica; por último, pueden darse estados seudomísticos como consecuencia de debilidades síquicas o somáticas causadas por enfermedad o por otros factores externos: «La unión mística es, en los dos ámbitos —constitutivo y santificante— oración ASCÉTICA porque es respuesta del ser humano a la acción agente de la PRESENCIA DIVINA, y es oración mística porque es acción de la PRESENCIA DIVINA en el ser humano. La ASCÉTICA contempla la acción del hombre respondiendo a la gracia; la mística, a su vez, contempla la acción de la gracia actuando en el ser humano. Tanto la ASCÉTICA como la mística suponen la complementariedad de la libertad de Dios y del hombre»[3].
2.- ¿Qué es la unión mística como CONCIENCIA FILIAL trinitaria? – Nuestro autor habla de la suprema importancia que posee la unión mística o CONCIENCIA FILIAL . El ser humano, por el hecho de venir a la existencia, está provisto de esta unión mística o CONCIENCIA FILIAL en sentido incoado, implícito. Es la ALIANZA ONTOLÓGICA O MÍSTICA que Dios establece con todo ser humano, en virtud de la cual posee tendencia a la verdad, al bien, a la hermosura, a la virtud, al valor, a la transcendencia, al AMOR , a la CREENCIA , a la EXPECTATIVA .
Esta alianza es DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del modelo absoluto en el espíritu humano; por tanto, provisto de un místico PATRIMONIO GENÉTICO , que puede, con su libertad , hacer crecer o degradar. La persona se realiza con aquello que la define o constituye, y se degrada con aquello que la limita o condiciona.
Si no partimos de la unión mística, no podremos jamás saber lo que es la experiencia mística de la CONCIENCIA FILIAL que, para el cristiano, es trinitaria. Nuestra consciencia ontológica debe ser explicitada en la unidad. Su forma debe ser la unión con Dios. Partir de la unión con Dios es comenzar a caminar, a ejercitar la confianza, el honor, el respeto, la verdad, el bien, la generosidad. Lo contrario es la CONSCIENCIA DE SEPARACIÓN en la cual se dan toda clase de justificaciones y falsificaciones cuya raíz última es la tendencia egótica; en ningún caso, es la unión mística que contiene implícita la perfección del amor en todo acto ascético que realiza la persona.
El mayor acto ascético y, por tanto, la mayor perfección del amor y prueba de que esto es cierto es dar la vida por el otro, como afirma Cristo. Se puede dar la vida de muchas maneras, pero el mayor testimonio de amor es dar la vida en la humildad frente a la soberbia, en la generosidad frente a la avaricia, en la castidad frente a la lujuria, en la paciencia frente a la ira, en la magnanimidad frente a la envidia, en la templanza frente a la gula y en la diligencia frente a la pereza.
Todo ello hace que el ejercicio de las VIRTUDES teologales –fe, esperanza y caridad– y con ellas los dones del Espíritu Santo y las bienaventuranzas, desarrolle, incremente y llene de mística experiencia la unión con Cristo, y, en Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo. Dase en esta unión mística la unidad, dirección y sentido de una CONCIENCIA FILIAL del Padre, en Cristo, y por el Espíritu Santo que constituye comunidad en la comunidad, iglesia en la iglesia, lugar de realización de todo ser humano. Esta comunidad de amor se va explicitando en la oración, en el Evangelio, en la acción litúrgica, en el servicio y dedicación a los necesitados física, sicológica y espiritualmente.
Un cristiano solitario es un solitario cristiano, que esconde la luz bajo el celemín. La luz escondida es luz que acaba por apagarse. La luz debe ser puesta al aire libre, para que se oxigene, para que todos la vean y para que, encendiendo cada uno su vela en ella, vayan juntos dando luz al mundo.
Por aquí va la mística rieliana, una mística que, en su compromiso de vida y diálogo, surge del Evangelio para ser potenciante, incluyente y dialogante, en tal grado que no haya una nota o pizca de humanismo que no quede integrado en la unión mística como signo o lenguaje del infinito amor divino.
La luz de la CONCIENCIA FILIAL debe lucir allí donde está el hombre con su soledad, su cultura, sus hábitos, sus ilusiones y sus desesperanzas, sus crisis y victorias, sus guerras y sus paces. Por eso, la luz debe ir a todos los lugares y pliegues de la geografía, de la cultura, del actuar humano. Debe ir a las cafeterías, a los cines, a las plazas, a las aglomeraciones, a los medios de transporte, al trabajo, al teléfono, a internet, al iPod; a la universidad, al laboratorio, al deporte, a la carretera, al hospital. No hay rincón humano que la luz de Cristo no pueda iluminar.
Lo que viene de fuera es neutro en sentido ético o moral: «No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre» (Mt 15,11). Todo depende del estado interior para hacerlo bueno o malo, verdadero o falso, hermoso o feo. Quien vive la unión mística transforma, redime, eleva, crea. Es ver como Dios ve, sentir como Dios siente. No es proyectar los estados de ánimo invadidos por la tendencia egotizante, sino el estado de ser amante, generoso, sencillo, servicial, paciente. Pero el místico está, sobre todo, con su presencia, con su oración, con su sonrisa, allí, donde está el dolor, el sufrimiento, la muerte, para asumir en sí mismo la gracia de la cruz que, por amor, abrazaron con Cristo los santos.
Bien conocidas son las místicas experiencias de nuestro autor recogidas, sobre todo, en su obra Leyendas, en su libro de entrevistas Diálogo a tres voces, en el libro de Isabel Orellana Fernando Rielo Fundador de los Misioneros Identes y en el libro En el Corazón del Padre. Son experiencias dadas en el metro, como el encuentro con santa Teresa; en el tren en marcha, cuando es salvado por la Virgen; en el avión, fundando ciudades monásticas; en los hospitales, de los cuales afirmaba: “He visitado más hospitales que iglesias”; en el oratorio hecho por sus manos; en las cafeterías, donde dialogaba con las personas divinas; en sus paseos por la avenida Anaga en Tenerife; en el madrileño parque del Oeste, con la experiencia del “SER+”; en los montes de Valsaín, con la experiencia del Padre a los dieciséis años. Todo era ocasión para que se manifestara su CONCIENCIA FILIAL, formando también parte de su expresión poética: sus encuentros con niños, pobres, enfermos, amigos creyentes y no creyentes, escritores, profesores, embajadores, artistas. Ahora podemos comprender la máxima del fundador del instituto idente: “Contemplad la tierra desde el cielo, y no el cielo desde la tierra”.
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- ↑ Ejemplo de estos fenómenos son la telepatía, la bilocación, la traslación, la levitación, las premoniciones, las visiones o apariciones, los éxtasis, las locuciones, la estigmatización, etc. La forma cómo se dan algunos de estos fenómenos hace difícil dilucidar los límites entre lo enfermizo y lo espiritual, pues en muchos casos tienen un fuerte componente sicopatológico con aspectos sicosomáticos anejos, como pueden ser la crisis de histeria o algunos estados de sicastenia. Debe desecharse, por absurdo, el “materialismo médico” de William James que reduce la experiencia mística a simple patología. Habría que afirmar, contra esta seudoconcepción jamesiana, que el hecho místico y la experiencia mística no desaparecen en la actuación del ser humano, aunque este se encuentre enfermo física o sicológicamente, pues la persona humana es, por definición, un ser místico. Y es, precisamente, en la experiencia mística, donde el ser humano puede encontrar su máxima normalidad, como propugnan hoy ciertos sicólogos y siquiatras.
- ↑ Nada más lejos de la experiencia mística que los estados anímicos o sicofísicos de la conciencia (estados de trance) causados o estimulados artificialmente por sustancias químicas ingeridas por el individuo, como pueden ser las drogas o los sicofármacos (psilocibina, psilocina, etc., que son principios activos en hongos alucinógenos), que alteran el estado de ánimo y la afectividad, los procesos sensoriales y perceptivos, el funcionamiento intelectual y la percepción de la realidad, los procesos intuitivos e intelectivos, la voluntad y el comportamiento. Son estados seudomísticos, también artificialmente inducidos, los trances provocados por la excitación de rituales, danzas y músicas especialmente rítmicas y prolongadas, que producen estados sicofísicos que nada tienen que ver con el éxtasis místico o con la experiencia mística.
- ↑ F. Rielo, Antropología, ob. cit., 123.