Diferencia entre revisiones de «JESUCRISTO»

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Revisión actual - 11:35 21 sep 2024

JESUCRISTO: ¿Qué añade Cristo al nivel DIANOÉTICO del modelo GENÉTICO , y en qué sentido Cristo nos revela la intimidad divina? – Matiza nuestro autor que, racionalmente, podemos comprender que Dios son dos personas divinas, si rompemos la absurda IDENTIDAD absoluta ‘Dios es Dios’. La razón se debe a que las fórmulas identitáticas “Dios es Dios”, “Dios en cuanto Dios”, “Dios = Dios” son carentes de sentido sintáctico, lógico-semántico y metafísico :

  1. carentes de sentido sintáctico, porque en “Dios es Dios”… el sujeto es el mismo que el predicado; y, por tanto, no se comunica o se dice nada del sujeto.

  2. Carentes de sentido lógico-semántico, porque la fórmula “Dios es Dios”, Dios en cuanto Dios” o “D = D” es una expresión o fórmula de functor monádico que reduplica el mismo término sin posibilidad de enunciado; el “es”, “en cuanto”, “=” de “Dios es Dios”, “Dios en cuanto Dios, “Dios = Dios” es un functor monádico; esto es, una seudorrelación porque el functor debe ser diádico, es decir, poseer al menos dos términos distintos para que tenga sentido lógico y semántico.

  3. Carentes de sentido metafísico, porque la identidad, pretendiendo evitar la petitio principii, se transforma a sí misma en la propia PETITIO PRINCIPII, ya que no puede definirse un término por sí mismo.

El concepto “Dios”, contrariamente, tiene que ser constituido bajo la razón de personas que se definen entre sí con el objeto de que no se den ninguna de las CARENCIAS DE SENTIDO . La definición absoluta debe tener, necesariamente, dos términos: definiens y definiendum. Si Dios es definición absoluta debe estar constituido por estos dos términos, que, a su vez, constituyen la relación absoluta. Si no fuera así, la definición absoluta sería tautológica: “definición es definición”. Se darían las carencias de sentido y, de modo especial, se daría la petitio principii: Dios define todo, pero ¿quién define a Dios?… De los dos términos de la relación absoluta, el primer término es el definiens y el segundo el definiendum en INMANENTE COMPLEMENTARIEDAD INTRÍNSECA [≑] . Una visión bien formada , a nivel dianoético, nos dice que son dos personas divinas [], Padre e Hijo, no menos de dos, pues incurrimos en la identidad absoluta ‘Dios es Dios’; no más de dos, pues otra persona divina sería un EXCEDENTE METAFÍSICO . En caso de que hubiera solo una sola persona divina, o fuera impersonal, habríamos introducido en Dios no solo la petitio principii, sino también la irrelación, la nada, la imposibilidad de crear, pues toda la realidad, lo vemos por experiencia, se constituye en relación. Si ad extra todo se constituye en relación, Dios necesariamente debe ser relación absoluta, constituida, cuando menos, por dos términos en razón de lo ya señalado.

Pero el conocimiento de la intimidad divina no queda ahí. Cristo nos revela que Él es el Hijo [] del Padre [] e igual al Padre, y, además, nos revela una tercera persona divina [], el Espíritu Santo, que actúa en nosotros elevándonos al orden santificante por medio del bautismo. Es la persona divina que, enviada por el Padre y el Hijo, nos hace exclamar: «Abbá, Padre» (Ga 4,6; Rm 8,15) de una forma nueva, plena, a imagen y semejanza de Cristo, de su obra redentora y santificadora. Jamás nadie se había presentado al mundo expresando esta familiaridad con Dios, esta intimidad divina de tres personas. Es una FILIACIÓN MÍSTICA especial que Cristo nos revela y nos da la forma de cómo conseguirla. Se trata de la filiación santificante; esto es, la filiación constitutiva elevada, por la redención de Cristo, al orden santificante o salvífico.

Cristo nos descubre la intimidad divina de tres personas en INMANENTE COMPLEMENTARIEDAD INTRÍNSECA [] , en absoluta compenetración de amor. El Rostro de Dios es ahora el Rostro del Padre, el Rostro del Hijo y el Rostro del ESPÍRITU SANTO en compenetración absoluta, proporcionándonos el Rostro Divino. La PERICÓRESIS trinitaria nos dice que las personas divinas están entre sí presentes: «El Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10,38) de tal modo que constituyen un unum geneticum: «El Padre y yo somos una misma cosa» (Jn 10,30), esto es, constituyen una misma unidad, un único absoluto, un único Dios. Quien ve al Hijo ve al Padre: «Quien me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado» (Jn 12,45). El Espíritu Santo es, por otra parte, el que conoce absolutamente al Padre y al Hijo, y nos da a conocer esta plenitud divina otorgada al ser humano en el bautismo: «Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado» (1Cor 2,11-12).

Cristo, además de redimirnos, nos revela la intimidad divina de un Padre que engendra al Hijo, y de un Padre que, con el Hijo, espira al Espíritu Santo. Si el modelo absoluto, a nivel DIANOÉTICO , aparece constituido por dos personas divinas [], Padre e Hijo, el modelo absoluto, a nivel HIPERNOÉTICO , aparece constituido, dentro de la revelación de Cristo, por tres personas divinas []: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Las tres personas divinas se constituyen en único principio ad extra de la creación, de la redención y de la santificación (Véase PRINCIPIO ABSOLUTO O METAFÍSICO). Efectivamente, son único sujeto absoluto ad extra; sin embargo, el sujeto atributivo (Véase SUJETO ABSOLUTO Y SUJETO ATRIBUTIVO) de la creación es el Padre, de la redención es el Hijo, y de la vida mística es, para el cristiano, el Espíritu Santo. El bautizado sabe que el Espíritu Santo es quien nos hace ser conscientes de nuestra mística filiación santificante y llevarnos a su plenitud por medio de los sacramentos, de la vivencia de la virtud y de la oración. Esta filiación santificante es la que recibe el cristiano en el bautismo. Pero esta filiación salvífica es dada a la filiación constitutiva que, como dispositivo, nos prepara para recibir del Espíritu Santo aquella santa filiación mística que nos conforma, por los méritos de Cristo, en hijos del Padre, hermanos del Hijo, y templos del Espíritu Santo. En este sentido, la filiación constitutiva no es salvífica, pero es dispositiva, nos da la capacidad y dispone al ser humano para recibir la filiación santificante.

1_.- ¿Cómo se entiende la redención de Jesucristo? –_ Según nuestro teólogo místico, se hace realidad, en el proyecto divino, la Encarnación y la Redención, con sus dos caras: redención simbólica, o metafísica, y redención mortem autem crucis, o histórica. En la primera, el Hijo encarna la muerte como consagración absoluta de todos los movimientos del espíritu filial; como abnegación total y absoluta ante el Padre; como pasión existencial de amor. En la ‘redención simbólica’, u obediencia del Hijo hasta la muerte, el Verbo redime (simbólicamente) al Padre y lo salva a fin de que nadie lo toque[1]. Esta redención simbólica, que encarna el sentido eminentísimo y sublime de la muerte, es el ámbito puramente metafísico, puramente genético[2]. Los teólogos interpretan la muerte del Hijo como un decreto penal; para F. Rielo, es un «decretum laudis, por el que el Padre alaba la disposición de obediencia total de Cristo, y, en Él, la nuestra»[3].

En la redención como oboediens usque ad mortem, mortem auten crucis, hablamos del ámbito histórico. Con una advertencia: «somos antes del pecado original, y tenemos visión de Dios con pecado o sin él. La santidad es volver a la restauración de la vida moral de ser criaturas originales»[4]. La Redención nos devuelve nuestra dignidad originaria, y, además, se realiza con el cuerpo y el alma de Cristo, dando la vida; de la misma manera, la criatura redimida, se debe unir al Hijo en esta ofrenda de amor existencial y cotidiana hasta la muerte[5].

2_. ¿Qué es lo que hace en nosotros la gratia redemptionis de Jesucristo? –_ Mucho más que una simple restauración: eleva la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA a otro nuevo estado de ser sobrenatural, a divina presencia santificante o mística procesión . Y este nuevo estado es una verdadera transformación ontológica de amor, aquella que hace exclamar a san Juan de la Cruz: «no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las tres personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado […] y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza»[6].

3_.- ¿Jesucristo es la cima en la que hallan la plenitud toda religión, toda cultura, y todo pensamiento? –_ Cristo, en el ámbito revelado, proporciona al modelo absoluto el carácter de SATISFACIBILIDAD por el que el cristiano bautizado puede tener fe, esperanza y caridad[7] en una Santísima Trinidad que eleva la divina presencia constitutiva de este modelo absoluto a inhabitación santificante de las tres personas divinas. Esta inhabitación santificante, fruto de la redención de Cristo, persona divina encarnada en una naturaleza humana, tiene como referencia la perfección del Padre y como sujeto atributivo al Espíritu Santo que nos hace exclamar en Cristo: ¡Abba, Padre!, llevándonos a la completitud total de la verdad, del bien, de la hermosura de la unidad y de todo lo que constituye nuestro patrimonio ontológico o místico.

Si la divina presencia constitutiva del modelo absoluto en la persona humana es el fundamento de todas las ciencias experienciales, referencia última de las ciencias experimentales, y la dirección y el sentido últimos de nuestra vida y de nuestro quehacer en todas sus dimensiones —religiosa, sicológica, cósmica, social, cultural, científica, histórica…—, la inhabitación santificante de la Santísima Trinidad, revelada y merecida por Cristo, es la cima y meta de toda religión y de toda ciencia.

Todas las religiones, en este sentido, están ordenadas a Cristo porque en Él hallan su plenitud y perfección, su plena dirección y sentido. Cristo representa, por ello, la plenitud del modelo absoluto porque, revelándose Hijo del Padre y dador del Espíritu Santo, a su vez nos revela con sus dos naturalezas, divina y humana, en su persona divina, la suprema expresión de un movimiento TEANTRÓPICO del que Él es Supremo Maestro que nos enseña en el Espíritu Santo que Él es el camino, la verdad y la vida hacia un Padre del que nos dice: “Sed perfectos, sed misericordiosos, sed justos, sed santos, como vuestro Padre celestial es perfecto, misericordioso, justo, santo”.

La teantropía es, para F. Rielo, la historia de la acción ad extra de las personas divinas en la persona humana con la persona humana; esto es, el ser humano, supuesta su creación, ha quedado elevado al mayor rango posible: mística u ontológica deidad de la divina o metafísica deidad; de aquí, la confirmación escrituraria de Cristo: «¿No está escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’?» (Jn 10,34). El ser humano es, en este sentido, el homo mysticus, el alter Christus, alter Deus, en el que, roto el síndrome autista de su propia identidad o tautología, se comunica con sus semejantes con la misma comunicación de amor que se tiene con las personas divinas: este es su modelo de actuación, de creatividad y de existencial vivencia.

Esta experiencia vital, no matematizable, incomparablemente más amplia y rica que toda experiencia sensible o sensorial, es la que, siendo deificada por las personas divinas, nos deifica en un amor creacional que se proyecta en la concepción mística de todas las ciencias del hombre, sobre todo, en una concepción genética de la ontología o mística con el supuesto de la concepción genética de la metafísica.

Cristo, camino, verdad y vida, es el Metafísico por excelencia. San Pablo amonesta el partidismo de que unos sean de Pablo, otros de Apolo, otros de Cefas (1Cor 1,12), ¿no habría que decir lo mismo de las adscripciones del pensamiento cuando este se aferra, con carácter de exclusividad, a una determinada metafísica que no sea la metafísica y la ontología que nos revela y nos enseña Cristo con su vida, con su ejemplo y con sus hechos?… Quizás, por ello, sean válidas aquellas palabras de Ortega y Gasset cuando, con razón, se lamenta de la falta de originalidad de la filosofía y, en general, de la filosofía cristiana que ha tenido que acudir a filosofías foráneas para explicarse, cuando en la palabra y en la vida de Cristo viene recopilada y llevada a su plenitud santificante toda filosofía, toda cultura, toda religión y toda la historia humana: «La verdad —afirma Ortega y Gasset— es que lo que hubiera sido la auténtica y original filosofía cristiana ha quedado nonato, y con ello ha perdido la humanidad una de sus más altas posibilidades»[8].

En resumen, ¿qué quería decir F. Rielo con la expresión ‘Cristo Metafísico’?: «Consumado el trance de mi espíritu, observé, configurado con mi fantasía, que Cristo era el metafísico de la Iglesia en virtud de lo cual esta no tenía que empeñarse en cristianizar metafísicas de mano gentílica. La revelación por Cristo de que el ser es Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es definición transacadémica que, ajena al racionalismo y al fideísmo, reside en la justa frontera de la razón y de la fe por Él establecida. Esta afirmación justifica con toda su plenitud la pretensión de que solo Él era el Maestro absoluto: “Vosotros no os dejéis llamar ‘Rabbí’, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos” (Mt 23,8)»[9]. Nuestro autor, insistirá, en otros muchos lugares, sobre quién es, por encima de Parménides, Aristóteles, Descartes o Kant, el verdadero metafísico: «Tengo un sistema de pensamiento con unas características propias. Yo parto de Cristo mismo, que es el metafísico por antonomasia. Si Él dijo: “Yo soy la Verdad”, no nos iba a dejar de enseñar o revelar la concepción del ser. Me considero, por tanto, simplemente discípulo de Él»[10]. Cristo no necesita, para expresarse, de Parménides o de cualquier otro filósofo; antes bien, son los filósofos los que necesitan de Cristo para encontrar la plenitud activa del pensamiento y de la vida: «Tenemos que saber, por otra parte, que Cristo al traer el cristianismo, ha traído también a este mundo la plenitud del saber, la plenitud de la verdad, y de la verdad que tiene que ser enseñada de una forma perfectamente organizada en todas las cátedras de todas las Universidades, de todos los centros estudiosos del mundo»[11].

Antes de Cristo las semillas del Verbo estaban esparcidas en el pensamiento, en la cultura y en la religión. Estas semillas tienen necesidad de la presencia activa del mismo Verbo, que potencia, incluye y dialoga con el hombre. Toda semilla de verdad está incluida en el mismo Verbo. Por eso, nuestro teólogo metafísico defiende que el pensamiento de Cristo es universal: «Mi confesión de la fe cristiana no admite el prejuicio simplista de que el pensamiento de Cristo no tenga validez universal. Otro tema es saber exponer con competencia este pensamiento en el que no puede desprenderse la vivencia de su mensaje. Soy un peregrino que intenta seguir el camino, la verdad y la vida de Cristo»[12].

El ámbito de la revelación de Cristo, o inteligencia formada por la fe (propia de la religión cristiana), superado el ámbito de la inteligencia formada por la CREENCIA (propia de todas las religiones y culturas)[13], le lleva a Rielo a fundamentar todo en el Evangelio; en la Palabra de Cristo está la plenitud del saber metafísico y teológico: «Yo trato de fundamentar toda mi actuación, todas mis conferencias, mi actividad intelectual, mi comunicación con el prójimo, en el Evangelio, teniendo presente, al mismo tiempo, la corroboración del Magisterio»[14].



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  1. Cfr. F. Rielo, En el Corazón del Padre, ob. cit., 59.
  2. Ibid., 60.
  3. Ibid., 60-61.
  4. Ibid., 61.
  5. Ibid., 62.
  6. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 39, 3.
  7. La fe, la esperanza y la caridad son la elevación al ámbito santificante o cristológico de sus constitutivos: CREENCIA, expectativa y amor.
  8. J. Ortega y Gasset, La idea de principio en Leibniz, 19, Obras completas, t. VIII, 167.
  9. F. Rielo, En el Corazón del Padre, ob. cit., 171.
  10. F. Rielo, Diálogo, ob. cit., 127.
  11. F. Rielo, Manuscrito inédito, Roma, 2-VI-73.
  12. F. Rielo, Diálogo, ob. cit., 139.
  13. Rielo distingue entre CREENCIA y FE: la CREENCIA es una estructura y operador constitutivo, propio de todo ser humano, en virtud de la divina presencia constitutiva del modelo absoluto en el espíritu; la fe es elevación de la CREENCIA al ámbito santificante o de la redención de Cristo. El ámbito de la CREENCIA lo denomina Fernando Rielo DIANOÉTICO ; el ámbito de la fe HIPERNOÉTICO .
  14. Ibid., 72.