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Revisión actual - 14:55 21 sep 2024
RESURRECCIÓN: F. Rielo subraya la importancia de la resurrección de Cristo. Dirá que debemos tener conciencia de nuestra FE. El niño que bautizan recibe la fe, pero no tiene uso de la fe, no hace uso de la fe, pero tiene infundida la fe. De la misma manera que decimos que tiene RAZÓN, pero no tiene uso de razón; no usa su razón, pues no posee aún la madurez y el discernimiento. Bueno, pues ni la fe ni la razón las usa el niño, aunque esté bautizado. Recibe la fe con las demás VIRTUDES, dones, etc.; todo eso, pero no hace uso de la fe, carece del uso de la fe. Entonces hay que enseñarle este fundamento de la resurrección. Todo lo demás se derivará de aquí. Es decir, la resurrección de Cristo es la que da fuerza a los demás argumentos, notificaciones que constan en la Sagrada Escritura.
Si Cristo resucitó, entonces nosotros resucitamos con Cristo. Tenemos que creer en nuestra resurrección. Y creer en nuestra resurrección en la vida eterna es un hecho consustancial con la resurrección de Cristo; es decir, la resurrección de Cristo es consustancial con nuestra resurrección, formando una única resurrección.
Ahí está todo el fundamento. «Si yo no fuese a resucitar, y solo resucitara Cristo como un hecho individualista, pero a mí no me concediera la resurrección, entonces, ¿de qué me serviría a mí la resurrección de Cristo? La resurrección de Cristo es el fundamento de mi propia resurrección. Yo resucitaré con Cristo en virtud de la resurrección que Cristo hizo, no solo para Él, sino que lo hizo por mí: “Yo resucito, me resucito a Mí mismo para que tú resucites también Conmigo”. Luego hay una finalidad en la resurrección de Cristo: que todos formemos un mismo cuerpo resucitado con el de Cristo»[1].
Podemos decir, por ejemplo, ‘Cuerpo místico de Cristo’, ‘Cuerpo resucitado de Cristo’. Somos Cuerpo resucitado de Cristo. La Iglesia es el Cuerpo resucitado de Cristo. Todos formamos una unidad en la resurrección.
1.- ¿En qué consiste la resurrección de nuestro cuerpo? – La resurrección no es nueva creación de nuestro cuerpo, pues, en este caso, sería otro cuerpo distinto por aniquilación del anterior. La resurrección es, más bien, la activación —por la omnipotencia divina— de todos los elementos pasivos de la constante de la clave genética de nuestro propio cuerpo; en este sentido, nuestro propio cuerpo resucita adaptado a las condiciones de nuestro espíritu glorificado; si de nuestro espíritu, también de nuestra alma. El resplandor, esto es, la verdad, bondad, belleza de nuestro cuerpo resucitado es la que corresponderá a nuestro grado de glorificación.
La MUERTE de nuestro cuerpo no es aniquilación de este; por tanto, nuestra naturaleza humana no queda incompleta. En caso contrario, nuestra naturaleza humana dejaría de ser naturaleza humana para convertirse en naturaleza angélica. Referente a la resurrección del cuerpo, afirma textualmente F. Rielo: «Pienso que la muerte del cuerpo humano, no siendo una aniquilación de este, conserva en la vida eterna en estado pasivo la clave del código GENÉTICO de su sistema inmunológico de tal modo que la resurrección, poniéndolo en acto, será stricto sensu nuestro propio cuerpo; de otro modo, la consustancialidad de la humanidad de Cristo dejaría de serlo temporalmente de nuestra humanidad. Me parece ingenua, supuesto lo afirmado, la opinión de una resurrección por reunión de las partes diseminadas y metabolizadas de nuestro cuerpo en otros cuerpos. La razón es sencilla: ya no es nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo quedará en inmutabilidad mística de la inmutabilidad divina. Nuestro cuerpo reside en la mística clave genética de la divina clave genética [ejemplar divino]» [2]. La proposición de fide, dada por el magisterio en numerosas ocasiones, declara en el capítulo Firmiter del concilio IV de Letrán: «Todos ellos [los muertos] resucitarán con el mismo cuerpo que tuvieron en la tierra»[3]. Esta proposición del magisterio no especifica la forma adverbial ‘numéricamente’ que introducen algunos teólogos. La introducción propia sería en términos de clave genética en estado de plenitud activa; ciertamente, todos los seres humanos conservan, después de su muerte, en estado pasivo la misma clave genética que llevaron durante su estado viador. Hay que advertir que en la época de la definición [año 1215] era desconocida la ciencia genética.
El fundador de la Escuela Idente afirma que concebir que «la identidad del cuerpo resucitado no requiere la reunión de todas las partículas materiales que alguna vez o en determinado instante habían permanecido en el cuerpo terreno, siendo suficiente para salvar la identidad una parte relativamente pequeña de la materia del cuerpo terreno, es calificado por mí de interpretación ingenua de la integridad del cuerpo resucitado». Estimaba no menos ingenua la conjetura de que los cuerpos resucitados sean en su edad madura. Insistía en que esta supuesta madurez hay que entenderla en términos de aquella plenitud inmunológica que dicta la codificación de esta constante clave genética que, activada en un instante por la omnipotencia divina, constituye nuestro cuerpo resucitado; en este sentido, el cuerpo resucitado de Cristo es el modelo de nuestro cuerpo resucitado, consumándose, de este modo, la consustancialidad de la clave genética de Cristo con nuestra clave genética. De este modo, en el cielo no hay edad; no existen niños, jóvenes ni viejos, sino personas en estado glorioso de su ESPÍRITU SICOSOMATIZADO .
2.- A la luz de la antropología mística, surgen, entonces, inevitables preguntas: _¿Resucitaremos con nuestros mismos cuerpos? ¿Qué acontece en el momento de la muerte y en el momento de la resurrección? ¿Mantenemos siempre la integridad de nuestra naturaleza humana compuesta de espíritu, alma y cuerpo__? –_ Según F. Rielo, sabemos que no hay aniquilación, sino transformación por medio de las REDUCCIONES A CERO ontológico, cuando se trata de las formas; o transfisicación (reducción a cero físico, no aniquilación de lo físico), cuando se trata de lo cuantificacional. Por ejemplo, no se da la aniquilación de nuestro cuerpo, sino que hay una transfisicación por reducción a cero físico de la cantidad, de la temporalidad y de la espacialidad físicas, llegando esta transfisicación a su actualización plena en la resurrección.
El cuerpo resucitado no es material, ni espacial ni temporal (pues tiene reducida a cero físico la CUANTIFICACIÓN), pero no ha habido aniquilación de la materia, del espacio y del tiempo. Si esto ocurriera, no tendríamos cuerpo y nuestra naturaleza ya no sería humana, sino angélica. Tendríamos —sin cuerpo— solo alma y espíritu: un espíritu sicologizado, como los ángeles. En esta vida, la forma estructural de nuestro cuerpo asume todo lo relativo a la materialidad de nuestro cuerpo; esto es, la fisicidad de todas sus partes o compositividad. Con nuestra muerte, se produce la transfisicación o reducción a cero físico de la cantidad, espacialidad y temporalidad físicas; esta transfisicación queda asumida por la forma estructural del cuerpo, que, a su vez, recibe, después de la muerte, su estado glorioso adaptado a las condiciones propias del espíritu. En esto consiste la constante de la clave genética de nuestro cuerpo, de la que habla nuestro autor. En el escrito inédito, Lucero de la gloria (NY, 1992), afirma: «Algo de esta carne estrictamente fenomenológica no muere, esto es, la clave genética que, conservándose in radice pasiva, Dios pone nuevamente en actividad para verificar una resurrección de su carne en un solo instante revestida, en este caso, de nuevas propiedades en tal grado que las funciones normales de nuestro organismo carnal quedan reducidas a cero biológico».
La información genética tiene una constante, clave genética, que, por su naturaleza, es indestructible. Esto tiene comprobación científica: si añadimos una razón teológica a una supuesta destrucción de esta constante, no se podría hablar con propiedad de muerte del cuerpo humano, sino de aniquilación de este. Ya he afirmado que lo que Dios crea no aniquila, aunque tiene omnipotencia para hacerlo. Se da la reducción a cero de la cantidad, no la aniquilación. Los cuerpos resucitados son cualitativos: una de sus propiedades, además de la impasibilidad, sutileza… es la reducción a cero de la cantidad. La resurrección corrige todas las deficiencias genéticas del cuerpo humano debidas al PECADO ORIGINAL.
La transfisicación, que está en estado pasivo, tiene toda la virtualidad para recibir las propiedades del cuerpo resucitado en el grado merecido, y se activa en el acto de la resurrección. Resucitamos con nuestro mismo cuerpo (Capítulo Firmiter del concilio IV de Letrán, Dz 429), pero transfisicado y transformado en cuanto que la forma estructural de nuestro cuerpo, reducida a cero ontológico por la forma de nuestro espíritu, adquiere nueva dimensión adaptada a la glorificación del propio espíritu; por tanto, hay una transformación en la forma estructural del cuerpo. Tanto la transfisicación como la transformación, en estado pasivo tras la muerte de nuestro cuerpo, serán activadas en el acto de la resurrección, adquiriendo la adaptación plena a las condiciones de nuestro espíritu, de tal modo que nuestro cuerpo será a imagen del cuerpo resucitado de Cristo: «Él JESUCRISTO transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio» (Flp 3,21). Por eso, las propiedades de nuestro cuerpo resucitado —pasivas tras la MUERTE en la transfisicación y transformación (constante de la clave genética) de nuestro cuerpo— serán, según las Escrituras y la Tradición, las siguientes:
La integridad, por la cual el cuerpo resucitado estará libre de deformaciones, deficiencias, mutilaciones, achaques, adquiriendo toda su perfección natural. Cuando Cristo se aparece a los Apóstoles, les dice que no es un fantasma, sino que posee carne y huesos, y les muestra sus manos y sus pies (Cfr. Lc 24,39). La perfección del cuerpo resucitado en la belleza será relativa a la perfección que haya alcanzado nuestro espíritu. El orden y la belleza del amor proporcionarán al cuerpo resucitado esa hermosura integral como no la puede poseer lo que está formado por la fisicidad material, regida por la cantidad, la simetría, la proporción y la medida. La belleza física, en este sentido, es solo un lejano reflejo, pura metáfora, de lo que es la belleza del cuerpo resucitado.
La agilidad, por la que el cuerpo resucitado tiene pleno dominio sobre las leyes físicas, el espacio y tiempo físicos, pudiendo estar en cualquier sitio del universo. En este sentido, el espíritu tendrá pleno dominio sobre el cuerpo moviéndose de forma instantánea. Las leyes de la materia o de la física no le afectarán en absoluto, ya que estas han quedado reducidas a cero físico. El modelo de agilidad en Cristo lo tenemos cuando se presentó, con su cuerpo resucitado, de repente en medio de sus Apóstoles y desaparece también de repente (Lc 24,31.36).
La penetrabilidad o sutileza, complementaria a la agilidad, por la cual el cuerpo resucitado podrá penetrar todos los cuerpos sin lesionarse ni lesionar. Será a imagen del cuerpo resucitado de Cristo que atravesó las sábanas (Jn 20, 5-7), salió del sepulcro sellado por la piedra (Mt 28,2), entró en el Cenáculo con las puertas cerradas (Jn 20, 19.26).
La impasibilidad, por la cual el cuerpo resucitado adquiere la imposibilidad de sufrir o morir. «Es preciso que lo corruptible se revista de la incorrupción y que este ser mortal se revista de inmortalidad» (1Cor 15,53). El cuerpo resucitado no poseerá, entonces, ningún mal físico. «Él enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado» (Ap 21,4). «Ya no pueden morir» (Lc 20,36).
La claridad o esplendor, por la cual el cuerpo rebosará de hermosura y esplendor conforme al grado de gloria que haya recibido. «Los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13, 43). Modelo de claridad lo tenemos en el Monte Tabor (Mt 17,2). San Agustín afirma: «Es de creer que la claridad con que resplandecerán los justos, como el sol en su resurrección (Mt 13,43), fue velada en el cuerpo de Cristo resucitado a los ojos de los discípulos, porque la debilidad de la mirada humana no la hubiese podido soportar, cuando debían conocerle y oírle»[4]. S. Pablo afirma que el Señor transformará los cuerpos de los justos según su cuerpo glorioso, o sea que compartirán la claridad del Cuerpo glorioso del Señor, pero «Cada cuerpo tiene su propio resplandor» (1Cor 15, 41).
3.- ¿Qué significado tiene, a la luz de la antropología mística, que nuestro cuerpo resucitado será un cuerpo espiritual? – Afirma san Pablo_:_ «Se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual» (1Cor 15,44). El cuerpo espiritual es el cuerpo resucitado; por tanto, si sabemos lo que es el cuerpo resucitado, tendremos conocimiento de lo que es el cuerpo espiritual, que no significa que sea espíritu, sino que está adaptado a las condiciones gloriosas del espíritu en tal grado que este posee pleno dominio sobre aquel. Ya hemos visto cuáles son las propiedades del cuerpo resucitado: «Lo que no muere de nuestro cuerpo es la constante de la clave genética, va a la vida eterna, queda glorificada, pero queda en estado pasivo. Sin embargo, persiste, ahí está, penetrada de la gloria. La resurrección consiste en que Cristo, en un solo instante, pone en desarrollo lo propio de un cuerpo humano con las nuevas cualidades; entre ellas están la claridad, la sutileza, la penetrabilidad, la integridad, la impasibilidad. Es una reedificación de nuestro cuerpo a partir de que Él pone en acto e, inmediatamente, se dan en este cuerpo las condiciones de la gloria, pasivas hasta ahora en la constante de la clave genética. Ahora es cuando se da el desarrollo de la misma».
La interpretación moderna de la clave genética está ya en la Sagrada Escritura. Por ejemplo_:_ «El que cree en mí, aunque muera, vivirá» (Jn 11,25s). ¿Qué es lo que no muere? La interpretación científica, el implícito que está ahí, es la clave genética.
4.- ¿Tiene algún significado teológico o místico decir que nosotros estamos resucitando también cada día en Cristo resucitado? – F. Rielo afirma que la resurrección final no es sino la consumación completa de una resurrección que ya existe, en proceso. Hay, pues, una resurrección en proceso. Por ejemplo, en la conversación con Nicodemo, Cristo le dice que hay que nacer cada día de nuevo (Cfr. Jn 3,1-21). «¡Cuánta grandeza nos da la resurrección de Cristo, una resurrección que tiene que pasar antes por la muerte dando a esta pleno sentido! Esta resurrección en proceso es secreta, no la vemos. Dice Cristo: “El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11,25s.). La vida es un proceso. Es decir, nuestra resurrección, en nuestra vida hoy, está escondida en Cristo (Cfr. Col 3,1-3). Esto quiere decir que tenemos dos cuerpos: nuestro cuerpo biológico, la parte biológica de nuestro cuerpo; y tenemos, dentro de nuestro cuerpo biológico, el Cuerpo resucitado de Cristo, uno e indivisible en todos y en cada uno de los que están en gracia santificante. Dicho de otra manera, nuestro cuerpo está incrustado —vamos a emplear esta palabra— en el Cuerpo resucitado de Cristo. Nosotros somos cuerpo del Cuerpo de Cristo. El Cuerpo resucitado de Cristo está en nuestro cuerpo. Si está en un trozo de pan consagrado, con mayor motivo en un ser humano, aunque se dé de modo diverso. Luego nuestro cuerpo, la vida de nuestro cuerpo, o mejor, la muerte de nuestro cuerpo está reviviendo, reviviéndose, o está siendo revivida, (porque resucitar es un revivir), reviviendo en el Cuerpo resucitado de Cristo. Ya hoy estamos formando parte del Cuerpo resucitado de Cristo. Ahí está el contenido de nuestra esperanza. En Él ya es una cosa final, definitiva. En nosotros, hay un proceso místico, de tal manera que podemos decir que somos mística resurrección de la divina resurrección de Cristo. Eso es lo que quiere decir, en definitiva, que somos “otro Cristo”. El Alter Christus de san Pablo; se trata de “otros Cristos resucitados”. Estamos revestidos con el Cuerpo resucitado de Cristo (Cfr. Rom 6,5s)».
Nuestro autor aún dice más —y de esto tuvo una INTUICIÓN sobrenatural o una visión sobrenatural santa Teresa, pero no sabe explicar lo visto— «Santa Teresa dice que vio que el Padre, al mismo tiempo que ella recibía el Cuerpo resucitado de Cristo en la Eucaristía, recibía también la Eucaristía. Dice: “No sé explicar el modo como era eso”. Yo digo así: El Padre y el Espíritu Santo están revestidos con el Cuerpo resucitado de Cristo. Los ángeles todos están revestidos con el Cuerpo resucitado de Cristo. Naturalmente, la Santísima Trinidad, excluyendo la Encarnación de la segunda persona, es incorpórea: no tiene cuerpo, es espíritu; pero he aquí que se revisten del mismo Cuerpo resucitado de Cristo. ¡Y los bienaventurados también!» …
«Mientras estamos en esta vida, el Cuerpo resucitado de Cristo hace que este cuerpo nuestro esté resucitando cada día, en cada instante. Nos vamos revistiendo, progresivamente, con las cualidades del Cuerpo resucitado de Cristo. Esto es una interpretación que yo doy. Santa Teresa apunta el hecho, pero no llega a la profundidad de la cosa. El Cuerpo resucitado de Cristo tiene unas cualidades de tal naturaleza, ¡divinas!, que podemos decir que, efectivamente, el Padre con el Espíritu Santo forman con Él un mismo Cuerpo. Porque el Cuerpo de Cristo, así como cuando comulgamos, está en cada uno de nosotros de modo que no se le puede dividir, lo mismo está, con mayor motivo que en nosotros o en la Eucaristía, en la misma Santísima TRINIDAD. ¿Os parece bonito esto? El Padre y el Espíritu Santo se han revestido del Cuerpo resucitado de Cristo, y tienen el mismo parecido —vamos a decir—: “ver la cara del uno es ver la cara del otro”…, los Tres quedan revestidos, de una forma indivisible, del Cuerpo resucitado de Cristo. Y los ángeles, que no tienen cuerpo —no fueron creados con cuerpo biológico— quedan revestidos también del Cuerpo resucitado de Cristo, por lo cual los ángeles son “otros Cristos” en el mismo Cristo resucitado»[5].
5.- ¿Por qué no vemos el cuerpo resucitado de Cristo en la Eucaristía? ¿Y por qué no vemos nuestra resurrección unida, formando una misma cosa con la resurrección de Cristo, de tal manera que vamos creciendo, progresando en resurrección? – F. Rielo contestará que “por exceso de luz, exceso de claridad”. Afirma lo siguiente: «Así como nuestro oído tiene su medida para oír ruidos —y si es una explosión imponente se nos puede reventar un tímpano—, y así como no percibimos ruidos muchísimo más poderosos de tipo cósmico, y así como la tierra gira y para nosotros es como si no girara —los que nos tenemos que mover somos nosotros, pero no vemos que se mueva la tierra—, ¿por qué ocurre así? Porque nos falta el sentido de poder ver, oír o percibir, en este último caso, el movimiento de la tierra. Así es como sucede en nuestra visión mística. E incluso la visión del Padre como distinto del Hijo y del ESPÍRITU SANTO, pero al mismo tiempo formando una unidad, es de un exceso de luz tal que necesitamos que nos dé una potencia para que podamos verles cara a cara. Esa potencia es lo que los teólogos denominan lumen gloriae. Ahora no les vemos cara a cara, pero vemos su resplandor, y sé que el resplandor que veo del Padre no es el Padre, pero es del Padre; tiene su característica, y puedo distinguir perfectamente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo… Es, por tanto, por exceso de claridad. ¿Por qué no vemos nuestro espíritu, con visión inmediata? Por exceso de luz de nuestro espíritu. Nuestro espíritu está aprisionado por una cuestión material que tiene que ser transformada. Si nos da ese don de transformación, podríamos ver no solo nuestro espíritu, sino el espíritu del otro, pero eso es ya, en esta vida, un milagro. En realidad, no vemos el espíritu, como tal persona, como DEIDAD, mística DEIDAD de la divina DEIDAD, por exceso de luz. ¿Por qué? Porque tenemos la dura condición de los sentidos, y no podemos ver a través de los órganos sensoriales, es un impedimento»[6].
¿Tenemos visión beatífica o no de la Santísima Trinidad? En palabras de F. Rielo: «Sí, pero es un exceso de divinidad tal, de luz, de claridad tal, que no le vemos. Nos falta que nos dé una incrementación última para poderles ver: la llamada “luz de la gloria”, que es un don distinto de la gracia santificante, pero yo digo es la plenitud de la gracia santificante. Tampoco vemos la gracia santificante. ¿Por qué? Porque todo pertenece a la región de la luz, y es tan absolutamente luminosa, clara, clarísima —voy a decir luminosa porque tengo que poner una comparación— que excede a la visión de nuestros ojos y de nuestro espíritu. Lo que no vemos es por exceso de claridad. Incluso cuando estemos en la vida eterna no tendremos comprensión absoluta de las personas divinas, su Trinidad, su Esencia. ¿Por qué? Porque tendríamos que ser Ellas mismas. Ahora bien, ya se nos ha dado la visión, y Cristo lo está expresando: “Quien me ve a Mí ve a mi Padre, y quien ve a mi Padre me ve a Mí” (Jn 14,9). Eso es “visión beatífica”, solo que en un grado limitado. La INTUICIÓN que tenemos —la INTUICIÓN es el fundamento de todo conocimiento, es inspectio, penetración— tiene que adquirir todo el carácter transcendental, o la plenitud de su carácter transcendental: INTUICIÓN transcendental, pero en grado sumo».
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