UNCIÓN

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UNCIÓN: Es el acto religioso de la facultad unitiva por la que los cristianos nos podemos unir a Dios aceptando intelectualmente el Evangelio, resolviendo los conflictos de las pasiones a la luz del Evangelio y desarrollando en el ejercicio de nuestra libertad, de nuestras intenciones y de nuestras tendencias, un verdadero espíritu evangélico por amor de nuestra acción unitiva a Dios: Amarás al Señor, tu Dios, con toda tu unción (alma, corazón) (Lc, 10,27; Mc 12,30). Si el Evangelio es para los cristianos la Palabra de Dios, con la cual y desde la cual pueden unirse a Él, para las otras religiones son sus textos sagrados, que disponen, si existe buena voluntad, a la unión santificante.

La unción se refiere al acto religioso (religante) de la unión o facultad unitiva por el que se nos da la capacidad, la gracia, para unirnos con el absoluto no de cualquier forma, sino con un sentido de humildad, de espíritu de obediencia y de aceptación de la voluntad divina. El medio que nosotros los cristianos tenemos es el Evangelio (incluyendo en él o desde él toda la Sagrada Escritura: AT y NT).

La unción es, por tanto, la forma sacral de la unión; en este sentido, todo carácter de unión o de unidad en el ser humano, cuando dimana del amor, es unciológico. La unción o sacralidad es la manifestación más propia del ser humano en virtud de la definición mística de este por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del modelo absoluto en su espíritu. Las manifestaciones sacrales o unciológicas no solo se aprecian en el comportamiento religioso, sino en cualquier otra actividad familiar, social, política y cultural del ser humano: ceremonias, protocolos, formas de educación. La relación de un ser humano con otro ser humano no tiende a ser de cualquier manera, sino de la mejor manera posible. F. Rielo denomina a este hecho ACTITUD UNCIOLÓGICA porque busca la perfección de la unión bajo sus diversas formas. Esta dispositio perfectionis del ser humano no puede encontrar otra explicación que la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del modelo absoluto que dota a nuestro espíritu de ESTRUCTURAS Y OPERADORES GENÉTICOS o transcendentales. Las relaciones anómalas o disgregadoras se deben no a la unción, sino a los diversos modos de DISGENESIA; entre estos, los más graves son las disgenesias provocadas por las formas negativas de comportamiento o de actitudes morales.

Si nos referimos al carácter unciológico, la unción es la forma de unión o “unión bien formada” del ser humano con alguien, con algo, con una profesión, con una situación, con un grupo social, con la historia, con la religión, con una filosofía, con la ciencia. Radica aquí la potestad del ser personal en virtud de la cual ejerce su libertad de amor: la DEGRADACIÓN de esta potestad es el libertinaje y toda forma de desunión y escisión moral y sicológica que, en última instancia, puede conducir a los diversos tipos de esquizofrenia moral o síquica. La CARIDAD o vínculo, elevación al orden cristológico o santificante del amor, es el “preveniente” o sanante de las posibles responsabilidades morales que conducen a este estado enfermizo, o que dimanan, con sus atenuantes o agravantes, de este estado anómalo. La forma constitutiva y suprema de unción, determinante de todas las demás formas de unión, es la unión del sujeto humano con su modelo absoluto. Todo a lo que el ser humano se une está marcado por esta genética unión fundamental, hasta tal punto que puede degradar o perfeccionar con su actitud este vínculo.

La unción posee como funciones inseparables la videncia y la FRUICIÓN. El conocimiento unitivo es síntesis del conocimiento intelectivo y del conocimiento volitivo. No hay conocimiento intelectivo ni conocimiento volitivo sin el conocimiento unitivo. “Dime a qué estás unido y te diré cuáles son tus pensamientos y tus quereres; dime cómo estás unido a algo y te diré cuál es tu modo de pensar y tu modo de querer”. Si alguien traslada, por ejemplo, a la política o a la ciencia su unción de tal forma que la política o la ciencia adquieren valor absoluto, ese alguien tenderá a su despersonalización convirtiendo estos objetos en obsesión alienante, hasta tal extremo que la política o la ciencia se transforman en fetiche sin el cual no se puede vivir, ni pensar, ni actuar, ni sentirse realizado. El comportamiento del ser humano, cuando esto sucede, adquiere una mímesis religiosa y litúrgica al servicio de estos idola a los que rinde culto contra natura su mística sacralidad: esa sacralidad que, aunque desviada o desacralizada, dimana de la esencia deitática del propio ser humano.

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