PADRE (Dios)

De Escuela idente
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PADRE (Dios): ¿Qué importancia tiene el Padre Dios en el nacimiento del sistema genético de F. Rielo? – La clave hermenéutica profunda de su vida, de su pensamiento y de su obra, es tan original y novedosa como tradicional y radical. Porque él siempre tuvo conciencia de que el Padre Celeste estaba en el origen de todo y en el centro mismo de su espíritu: «Si Parménides invoca a la diosa de la verdad, ¿por qué yo, siendo cristiano, no puedo afirmar que mi Padre Celeste me ha revelado, en visión, el punto de partida de la suma verdad del ser?… El poema de Parménides canta que su autor emprendió un camino intelectual para visitar a la diosa de la verdad. A su vuelta vio que la verdad era “el ser es y el no ser no es”. Mi crítica a Parménides se reduce a la ambigüedad sobre concepto verdad. Yo le hubiera dicho: si tu Parménides, has ido en búsqueda de la verdad, y manifiestas que la has encontrado, no debes afirmar que la verdad es “el ser es y el no ser no es”, sino “la verdad es una diosa»[1]. A pesar de todo, reconoció como hombre viador lo que le faltaba todavía de su mística experiencia: «me falta aun la plenitud del divino tacto metafísico, ontológico, vital, para poder decir que acaricio, inmediatamente, a las tres personas divinas. Esto es para mí de necesidad absoluta»[2].

Según testificaba_,_ «siempre había sido llevado por una experiencia mística, habitado por Dios, escuchando como un silbo de otro mundo, o un mundo de seres de otro mundo; se sentía, sobre todo, como hijo legítimo y descendiente de un Padre Eterno, concelebrado (Véase Concelebración) por el Hijo y el Espíritu Santo»[3]. Tenía consciencia de que, «desde el primer momento de su concepción, su espíritu le fue infundido con un beso»[4]. Guardaba siempre la viva impresión espiritual de ese beso del Padre desde el momento mismo de ser concebido en el seno de su madre. Este hecho le había dado una CONCIENCIA FILIAL que permaneció durante toda su vida[5]. Y, esta CONCIENCIA FILIAL, le hace, desde otro punto de vista, ser alter Christus, atravesado transverberativamente por los mismos pensamientos y sentimientos de Jesucristo, que se convierte no solo en Hermano Divino, sino en su Metafísico por excelencia, revelador de toda Verdad[6].

En resumen, F. Rielo creyó, como algo decisivo, que Dios Padre le había hablado al menos dos veces en su vida: la primera, con la alocución: “Hijo, sé santo como yo soy santo”; la segunda voz, con el imperativo a participar de los sufrimientos de Cristo con la locución: “te entrego en manos de tu Celeste Hermano”[7]. Desde estas dos experiencias, que constituyen como lo que pudiéramos denominar sus principios y fundamentos existenciales y teológicos, el amor y el dolor fueron, a su vez, como las dos caras vividas de una misma moneda, o mejor como “el dolor del amor experimentado en su entraña misma”; porque nunca se sintió solo en su yo; sino en “un yo+ que su yo”: “Dolor meus, gloria mea”[8].

¿Qué significó para F. Rielo vivir en el Corazón del Padre? – Toda su vida, según confiesa, fue un grito: «Padre, te he querido siempre y siempre te querré; me he pasado toda mi existencia pidiéndote auxilio… Padre, te pido perdón por mis equivocaciones y por las posibles faltas que pueda cometer hoy»[9]. Los santos vivieron, en este mundo, el purgatorio y la desesperación de estar locamente enamorados de un Padre al que se adora con toda la mente, con toda la voluntad, y con todas las fuerzas[10]. La Palabra Padre, todo lo llena, y es el origen y plenitud de la vida espiritual. Dios Padre es el origen de todo. En el Padre reside la plenitud significativa de la misma Trinidad, y en Él encuentra su máximo sentido todo lo que es y todo lo que pueda existir. Además, en la palabra Padre, se resume y recapitula toda la existencia humana, todo el vivir cristiano, y todos los aspectos del saber, del querer, o del sentir[11].

 En el Corazón del Padre se encuentra todo cuanto Cristo nos dice en el Evangelio (Mt 13,41; 25,34). El Corazón del Padre es como un arcón donde hay cosas antiguas y nuevas[12]. F. Rielo confiesa que «en el Corazón del Padre, he vivido reclinado toda mi vida; he encontrado, y sigo encontrando, el sentido de todas las cosas y, sobre todo, la razón de ser para vivir. Sin Él, no soy nada; con Él, cobra para mí sentido todo»[13]. Porque, si queremos ser cristianos, y conocer bien a Cristo, debemos primero ser, y saber ser, hijos.

Nos pide que sigamos al Padre, y tendremos una felicidad como no la puede dar este mundo, sobrehumana, sobrenatural; es un acto que pone el Espíritu Santo en el alma de quienes se han preparado para ello[14]. Si bien, esta felicidad, al mismo tiempo, llena el corazón de aflicción por el Padre, porque es lo único que se desea, pero no se posee en plenitud. Por eso se ha podido decir también, que Jesucristo, profundamente humano, “era inmensamente triste” porque enseñaba un gozo y una paz que no pertenecen a este mundo (Jn 14,27)[15].

El Padre es la expresión de la Providencia misma. Antes que la gracia santificante, que se atribuye al Espíritu Santo, es Él. Y es la razón última del actuar humano y cristiano, y de los misioneros identes. Es la clave de todas las bendiciones, y la verdadera motivación. Es el origen, el fin y la esencia transcendentalísima de la Iglesia y del propio Instituto idente[16].

Hay que pronunciar la palabra Padre con inocencia de alma, con sencillez[17], y amarle con toda nuestra mente, con la totalidad de nuestra inteligencia, hasta que nos pueda decir: «No hay otro que pueda haber en tu mente, sino yo; antes que el Mesías fuera, era Yo; antes que apareciera la humanidad de Cristo, era Yo»[18]. Amarlo con toda la mente y concebir todas las cosas bajo esta palabra: Padre, «porque es la ciencia suprema, sin la cual el Hijo y el Espíritu Santo carecerían de todo sentido»[19]. Así pues, hay que pensar en el Padre con toda nuestra mente y amarle con todo nuestro pensamiento: «No tendrás otra cosa en tu pensamiento que a Mí, y al tenerme solamente a Mí, no puede haber ningún momento en tu vida en que mi nombre pueda quedar en suspenso, porque estés pensando en otras cosas aunque a Mí se refieran»[20].

Una nota importante y decisiva: no vamos en busca del Padre, sino que tenemos conciencia de que «venimos de Él y volvemos a Él. De Él recibimos toda nuestra ilusión y toda nuestra fuerza… Y, porque nuestras fuerzas humanas son limitadas, el Padre nos concede un poder sobrehumano, sobrenatural, que es la gracia que está por encima de todo límite»[21]. La Palabra Padre es esa «energía latente, presta a desatarse, energía contenida, que lleva a la paradoja de una tristeza y de una alegría que tendrían que ser eternas»[22].

En resumen, la palabra Padre es CARISMA supremo y primado, que produce lo que significa, que infunde y se transfunde, que fluye y afluye por todas las vidas[23]:

a)    Con esta energía se profetiza, se adquiere el verdadero lenguaje universal (la lengua suprema de todas las lenguas), el habla única que hace la síntesis de todos los idiomas, y de todas las ciencias y saberes[24].

b)    Es la palabra purificativa del corazón por antonomasia; calma y aquieta las pasiones; infunde no solo VIRTUDES sino la gran pasión del amor.

c)    La mayor de todas las empresas apostólicas es pasar una vida dedicada al Padre; lo demás es subsidiario[25]. Ahí es donde está el centro de toda sabiduría, de toda esperanza, de toda fe, de toda piedad, de toda autenticidad. La palabra Padre nos preserva de todo fraude.

Tenemos que hacer de la palabra Padre la única fuente de nuestra felicidad moral, social, e intelectual y pedirle que «nos infunda tremenda tristeza de las cosas de este mundo para que, preservados de todo lo que no eres Tú, siendo Tú todo para nosotros, nos consumamos en Ti»[26]. La palabra Padre es la clave de la vocación cristiana y consagrada.



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  1. Ibid., 187.
  2. Id.
  3. Ibid, 28.
  4. Id. El beso del que nos habla Rielo es el “místico beso” atribuido al Padre, que recibe todo ser humano en el momento de su concepción. La experiencia de Rielo, expresada maravillosamente en su poesía, es que el Padre es ese beso absoluto que, sellando con beso místico al espíritu creado, hace a este hijo suyo desde el primer momento de su concepción. Esta es una filiatio sub ratione creationis, una filiación constitutiva, no una filiatio sub ratione sanctificationis o sub ratione redemptionis Christi. Por eso, afirma Rielo: «Oh beso que me hizo: primero, tuyo; después, cristiano» (Llanto Azul, 72). Si negamos la filiatio sub ratione creationis, filiación que dispone a todo ser humano para recibir la filiación santificante, ¿qué ECUMENISMO podemos establecer con las religiones que tienen también a Dios como Padre? Todo ser humano es, antes que nada, hijo de Dios. Cristo, con su redención, eleva esta filiación constitutiva a filiación salvífica, santificante.
  5. Cfr. Ibid., 29. «¿Dios me había escogido antes de que naciera?… Hago mía una proposición de fe acerca de la única predestinación a la eterna bienaventuranza; es decir, estoy destinado para ser bienaventurado ante praevisa merita y, desde toda la eternidad, por los exclusivos méritos de Cristo. La Santísima Trinidad no ha predestinado a nadie a la condenación. Somos imagen y semejanza de la Trinidad; por eso tengo que suponer en principio, que todo ser humano es posible bienaventurado, destinado a la vida eterna. Si hubiere alguien que se habría de condenar, es él el que se destina a sí mismo, por su propia voluntad» (Ibid, 77).
  6. Cfr. F. Rielo, El HUMANISMO DE CRISTO, ob. cit.
  7. Ibid., 85. «Me queda la tercera y última voz que creo, será finalmente, la que me arrebatará entre sus brazos a la celeste morada que con desespero espero. Lo más duro de esta vida ha sido el tiempo, porque solo deseo ser con la Santísima Trinidad absolutamente feliz sin mezcla de infelicidad alguna, ser absolutamente dichoso sin mezcla de desdicha alguna como ellos son felices y dichosos; en caso contrario, le pediría, aunque parezca absurdo, que me devolvieran a la nada» (Ibid., 85-86).
  8. «Los santos se caracterizaron por su entrañable amor a Cristo crucificado… Si yo tuviera que ponerme nombre religioso, aunque pudiera parecer presuntuoso, me pondría “Fernando de Cristo Crucificado”. Me he pasado la vida con el deseo de ser cruz de su cruz, de tal manera que se me ha convertido en constante vivir cruento». Ibid., 80.
  9. F. Rielo, En el corazón del Padre., ob. cit., 21.
  10. Ibid., 22.
  11. Ibid., 23.
  12. Ibid., 23-24.
  13. Ibid., 24.
  14. Ibid., 25.
  15. Ibid.
  16. Ibid., 27-29.
  17. Ibid., 29-30.
  18. Ibid., 31.
  19. Id.
  20. Id.
  21. Ibid., 32.
  22. Id.
  23. Cfr. ibid., 33.
  24. Cfr. ibid., 34.
  25. Cfr. id.
  26. Ibid., 36.