HUMANISMO DE CRISTO

De Escuela idente

HUMANISMO DE CRISTO: Es el contenido central de la denominada APOLOGÉTICA FORENSE de F. Rielo. La Iglesia en su misión universal ha intentado acometer siempre su tarea evangelizadora en todos los niveles, ámbitos y dimensiones del ser humano, en especial cuando se ha ido abriendo camino geográfica, social y culturalmente. Un espacio importante, periférico, en la Iglesia es el de la juventud universitaria, atea o agnóstica, creyente no cristiana, o creyente cristiana que ha perdido la fe o está a punto de perderla. Complementario a este amplio sector son las periferias del diálogo con los intelectuales, con la ciencia, con las culturas y con las religiones en los contextos históricos y geográficos variados de nuestro mundo: «Se trata del encuentro entre la fe, la razón y las ciencias, que procura desarrollar un nuevo discurso de la credibilidad, una original apologética que ayude a crear las disposiciones para que el Evangelio sea escuchado por todos»[1]. Ello implica un camino de diálogo en tres campos: «el diálogo con los Estados, con la sociedad —que incluye el diálogo con las culturas y con las ciencias— y con otros creyentes que no forman parte de la Iglesia católica». En esta dirección, se encuentra la APOLOGÉTICA FORENSE con su trilogía: El criterio de credibilidad y el don de la fe, El humanismo de Cristo, y Cristo y su sentido de empresa, tres libros que fundamentan la base de la nueva apologética de nuestro autor[2].

El Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia, y seguirá suscitando, numerosas formas de vivir y transmitir el Evangelio de Cristo para hacerlo llegar «a la diversidad de contextos culturales y de destinatarios»[3] . No obstante, son miles de millones de seres humanos a los que no ha llegado la evangelización en el contexto religioso y cultural de la actual sociedad mundial, de modo que la religión cristiana es considerada como una de tantas. «El cristianismo es un hecho casi reciente, maravillosamente tardío en el contexto general de la historia humana. Ya existían religiones antes de Cristo. La sociedad era religiosa cuando Él vino al mundo. No se puede confundir con su mensaje esa necesidad que todo ser humano posee de apelación a un ser supremo que le haga justicia, que le otorgue la salvación, que le dé la felicidad, que premie a los buenos y castigue a los malos. Cristo viene a este mundo, supuesto lo dicho, para otra tarea mucho más importante». ¿Cuál es, en realidad, esta tarea?… ¿Cómo hacerla ver a las distintas mentalidades y situaciones?… - La palabra clave, la más común, que todos podríamos comprender es humanismo.

1_.- ¿Qué es el ‘humanismo’ de Cristo? –_ Si cuando hablamos de Cristo no sabemos expresar su humanismo, es difícil que podamos entablar un discurso sólido con la cultura de hoy. Y esto no puede realizarse si nos contentamos con una ‘teología de escritorio’[4]. Rielo nos invita a comenzar por entender y vivir el humanismo de Cristo con un sentido pleno de Iglesia como ‘empresa mística’ que, en sus diversas formas de ser y de hacer, dé unidad, dirección y sentido al actuar humano en todos sus niveles, ámbitos y dimensiones : «El humanismo de Cristo tiene una proyección social. Su espíritu de empresa tiene que influir en todos los ámbitos de la sociedad. Este humanismo es creador de instituciones, fomenta toda clase de bienes y realiza sus esfuerzos a favor de los demás seres humanos. Su idea básica, su inspiración fundamental, es la promoción de nuevos valores, el hallazgo de nuevos líderes para continuar cada vez más ampliamente la gran batalla que decimos con palabras del argot religioso: apostolado, evangelización, pastoral, etc.

Tenemos que entender la función social del humanismo de Cristo sobre la base del ideal de la fe empresarial que debemos poseer en orden a nosotros mismos. Este espíritu debemos acogerlo con entusiasmo y con proyección hacia los demás seres humanos. No es otra la base de la vida social de la Iglesia, de todos los cristianos sin discriminación de laicos, clérigos o religiosos»[5]. Esta ‘fe empresarial’ es la que hace Iglesia con la Iglesia constituyendo el principio fundamental de todo evangelizador: «Evangelizar nunca es un acto aislado, individual, privado, sino que es siempre eclesial»[6]. El apóstol no está nunca solo, sino que forma parte de la empresa mística, esto es, de un «solo Cuerpo animado por el ESPÍRITU SANTO». El sentido de empresa nos compromete totalmente vivirlo porque, de lo contrario, «Cristo solamente sería incomprendido por los malos estudiosos, por las personas moralmente primitivas, egoístas. Estas piensan solo en satisfacer sus necesidades primarias, sus instintos, sus intereses, su hedonismo, sin querer salir de este estado elemental, diríamos prehistórico, de este como callado u oculto salvajismo que llevamos dentro de nosotros y que no queremos dominar»[7]. La exigencia de vivir esta empresa debe envolver todo nuestro existir, lejos de la rutina, de hábitos arraigados, o de ideologías .

El apóstol tiene que saber sacar de donde no hay: «Estamos en un mundo de selectividad. El apóstol es un tipo humano maravillosamente selecto, cuya vida espiritual consiste precisamente en esta dedicación íntima de preparación continua durante toda su vida para ser apologista de Cristo, pues debe ser ‘luz del mundo y sal de la tierra’ (Mt 5,13s). En esto, ciertamente, los Apóstoles dieron ejemplo porque, no siendo universitarios como pueden serlo los que viven en nuestro tiempo, recogieron la verdad de Cristo como si hubieran sido unas personas cultísimas; se lanzaron a dar la catequesis, y su primera apología la fundaron en su experiencia insólita, maravillosamente admirable, de su Resurrección»[8].

Los primeros cristianos supieron salir de la centralidad a la periferia geográfica, religiosa y cultural para dar testimonio de la presencia viva del Resucitado, del Maestro, del Mesías, en cada persona y en la comunidad. Esto perdurará a través de los siglos. Pero siempre ha existido la impresión de que algo ha faltado: «Se ha hablado y hablamos mucho del Evangelio. Se han comentado innumerables veces las parábolas y los dichos y los hechos de Cristo, pero en manera alguna se ha anunciado realmente el Evangelio en su contenido clave a todas las gentes. La razón es sencilla: los cristianos, considerados en su globalidad, no han sabido vivir y transmitir el Evangelio desde ese modelo virginal establecido por Cristo, como rector de la verdad, rector de la ciencia y rector de la vida humana en general y de la vida mística o religiosa en particular»[9]. Para conseguir esto, el cristiano, el apóstol, además de su preparación intelectual y humanística, tiene que ser coherente, vivir un estado de conversión, de disposición, de servicio.

F. Rielo, en una de sus cartas a Pablo VI, le manifestaba que «la santidad es un presupuesto irrenunciable para dar comienzo a la conversión del mundo y a la reforma de la Iglesia. (…): la santidad es la sustancia del ministerio apostólico y es su fluyente el toque carismático con el que el apóstol o santo dispone al prójimo para que reciba el acto personal del Espíritu Santo»[10]. El apóstol debe trabajar en todos los ámbitos, también en el filosófico y en el teológico, para explicitar la verdad revelada en el Evangelio: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,28). También en las universidades la Iglesia debe tener auténticos apologistas. Son los nuevos Areópagos, como el Atrio de los Gentiles’, donde «creyentes y no creyentes pueden dialogar sobre los temas fundamentales de la ética, del arte y de la ciencia, y sobre la búsqueda de la trascendencia»[11]. Se impone, por ello, la necesidad de un modelo absoluto o metafísico: el modelo genético .

2.- ¿Por qué el humanismo es lo contrario de la deshumanización? – El humanismo es lo contrario de la deshumanización, que es opresión, enajenación, tiranía. Podemos hacer ídolos, idolizar el instinto, la sensorialidad, la estimulación, la razón, los sentimientos, el cosmos, el cuerpo, la sique. Una IDEOLOGÍA se caracteriza por su reduccionismo, exclusivismo y fanatismo. E idolizar es reducir, empequeñecer, humillar, esclavizar. El MATERIALISMO, por ejemplo, reduce al ser humano a materia, excluye todo lo que no va con el discurso materialista e incurre en el voluntarismo de la PETITIO PRINCIPII por la que debe reduplicar el punto de partida: la materia halla su explicación en la materia. El materialismo instaura un determinismo con un comportamiento irresponsable y a la deriva. No hay mayor humillación y esclavitud que dejarse aplastar por la materia o por cualquier otra cosa que no sea la luz liberadora, potenciante, dialogante, generosa del absoluto, que ha creado la materia y sus fenómenos con sus leyes en evolución hacia la vida. Cristo acomete la tarea de desidolizar y desideologizar. Cuando el ídolo pasa a discurso, se incurre en ideología. La ideología exige claudicación, sometimiento, superstición, proselitismo. No nos conformamos con adorar solos a nuestro ídolo; intentamos que otros lo adoren y ponemos las condiciones de pertenencia a nuestro clan: el mejor clan, por supuesto. Todo sectarismo, por su extremismo e intolerancia, posee un fuerte componente ideológico. Los peores ídolos son los que se ocultan y se solapan en el discurso ideológico. ¡Qué engañosos y persuasivos son los ídolos del materialismo, del escepticismo, del relativismo, del hedonismo, de la riqueza, de la hipocresía y del fanatismo político e, incluso, religioso…!: «Reconocer que estamos hechos para el infinito significa recorrer un camino de purificación de los que hemos llamado falsos infinitos, un camino de conversión del corazón y de la mente. Es necesario erradicar todas las falsas promesas de infinito que seducen al hombre y lo hacen esclavo»[12].

El humanismo de Cristo desenmascara las ideologías denunciando sus paradojas y contradicciones, y, sobre todo, demostrando la degradación que aquellas suponen para el propio ser humano. Una ideología es el discurso que, lejos de la realidad, alimenta el ídolo que es presentado como quimérica promesa de salvación. Solo Cristo con su humanismo nos proporciona una fe y una esperanza de salvación real y auténtica que da comienzo ya en este mundo: los santos dieron prueba de ello con su alegría en medio de la prueba, con su gran personalidad en medio de las debilidades, y, sobre todo, su testimonio de vida con los valores y VIRTUDES que desarrollaron frente a la corrupción y degradación que han estado presentes siempre en la sociedad, en las instituciones, forjando las estructuras de pecado. Estar en el humanismo de Cristo no es tener consciencia de estar bajo la ley, bajo el dominio de la norma, angustiados con una ética cuya linde no podemos traspasar. El humanismo de Cristo comienza donde termina la ley. Los mandamientos, la ley del Talión, el código de Hammurabi, el no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan…, todo ello es historia que define al mundo precristiano. El nuevo mandamiento de Cristo, «amar como Él ha amado» (Jn 13,34), no tiene la medida de un humanismo individualista, rutinario, sino que es el amor sin medida de un activo humanismo cristológico que:

  1. rozando nuestro cuerpo, lo va resucitando;

  2. tocando nuestra sicología, la va transformando;

  3. penetrando nuestro espíritu, lo va sanando.

No debemos olvidarnos de la cruz presente en nuestro mundo viador. Ahí la tenemos: en el dolor y la muerte que nos pesan, en la maldad e injusticia que nos persiguen, en las calamidades y desgracias que nos acechan, en las contrariedades y desdichas que nos suceden diariamente, en las decepciones y desengaños que, con frecuencia, debemos soportar. Cristo hubiera podido evitar toda esta tragedia sufriente: viviríamos, sin duda, en un mundo idílico, utópico. Pero Él ha hecho algo más, algo eminentemente humano, que todos podemos entender si nuestra inteligencia está generosamente abierta: ha elevado al orden de la eternidad el dolor, la tragedia, la muerte, transformándolos en gloria, en mérito para siempre, en mejor forma de vida eterna.

La cruz, desposada con la gloria, ha sido elevada a discurso ontológico. Antes el dolor y la muerte carecían de ontología, de metafísica. Hoy tiene sentido el morir a uno mismo y por los otros: el discurso de la muerte, que encierra la generosidad del amor, recorre el arte, las gestas heroicas, las grandes conquistas de la humanidad. Nuestra muerte y nuestro sufrir son ahora celestial moneda con la cual podemos comprar una gloria inmensa que Cristo con su redención nos ha merecido. En Él cobra sentido el dolor y la muerte como dimensión humanística.



© Reproducción reservada. Todos los derechos están reservados al editor.

  1. Papa Francisco, Evangelii gaudium, 24 de noviembre de 2013, n. 132.
  2. Cfr. F. Rielo, Cristo hoy, ob. cit.; El humanismo de Cristo, ob. cit.; Cristo y su sentido de empresa, ob. cit. El concepto de empresa posee, en Rielo, sentido místico, es decir, significa la actuación en común de los bienes espirituales, llevándolos a su plenitud, para provecho de la comunidad.
  3. Evangelii gaudium, n. 133.
  4. Cfr. Evangelii gaudium, n. 133.
  5. F. Rielo, Cristo y su sentido de empresa, ob. cit., 103.
  6. Papa Francisco, “Jornada mundial de las misiones”, 19 de mayo de 2013.
  7. F. Rielo, El humanismo de Cristo, ob. cit., 64s.
  8. F. Rielo, Cristo y su sentido de empresa, ob. cit., 114.
  9. F. Rielo, El humanismo de Cristo, ob. cit., 63s.
  10. Carta a Pablo VI, 25 de diciembre de 1968.
  11. Evangelii gaudium_, n. 257.
  12. Benedicto XVI, Mensaje, 10 de agosto de 2012.