COMUNICACIÓN, Concepción genética de la

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COMUNICACIÓN, Concepción genética de la: La comunicación, que viene de la composición latina communis-actio, significa acción en común, transmisión mutua de información; más aún, significa disposición verbal o capacidad de transmitir lo que se es y de ser “+” que lo que se transmite. La comunicación es capacidad de aspiración transcendental, participativa, dialogal, transverbal. Es, en una palabra, capacidad de comunión personal frente a la simple reciprocidad estimúlica y responsiva de los seres impersonales. La comunicación es, en este sentido, el sustrato formal de la potestad ontológica. No existe vivencia que no sea compartida porque su esencia es la comunicación, la relación entre personas. Comunicar es hacer partícipe a alguien de la propia vivencia y, a la vez, participar de la vivencia de ese alguien.

La comunicación con su logos o verbo, estructurada transcendentalmente por la potestad ontológica, no puede concebirse sin la percepción con su nous o mens, estructurada transcendentalmente por la consciencia ontológica; tampoco la percepción o consciencia puede concebirse sin la comunicación o potestad, en tal grado que la comunicación es perceptiva y la percepción es comunicativa; de la misma manera, la consciencia es potestativa y la potestad es consciencial. La comunicación logética o verbal, genetizada transcendentalmente por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del modelo absoluto en el espíritu humano, haciendo de este potestad ontológica, es el fundamento de los distintos lenguajes y formas de expresión del ser humano, que se dan como resultado de la sicosomatización de la potestad ontológica o consciencial. No es el lenguaje el origen de la comunicación, ni tampoco es el que posibilita el pensamiento como quieren algunos. Ni la experiencia perceptual ni la experiencia lingüística posibilitan la actividad pensante. Todo lo contrario. Es la potestad consciencial la que, posibilitando la comunicación con sus lenguajes, posibilita, a su vez, la actuación libre, intuitiva, fruitiva, pensante, desiderativa, intencional, etc., del ser humano.

Debemos tener en cuenta que la consciencia potestativa no solo es percepción; tampoco la potestad consciencial se reduce solo a comunicación. La consciencia potestativa es “+” que percepción, y la potestad consciencial es “+” que comunicación. La consciencia potestativa es, sobre todo, percibir dianoéticamente y comunicar dialogéticamente, en virtud de la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del modelo absoluto como principio epistémico. La noeticidad y la logeticidad nos facultan, formalmente, para conocer y percibir consciencialmente y transmitir y comunicar potestativamente. La consciencia es, por esta causa, dianoética e hipernoética; y la potestad es dialogética o hiperlogética. La consciencia potestativa es, por tanto, dianoeticidad dialogética. La potestad consciencial es, al mismo tiempo, dialogeticidad dianoética; por ello, la potestad consciencial transmite, comunica y manifiesta, sicosomatizada en las distintas formas del verbo, del lenguaje y de la comunicación expresiva, el objeto de consciencia proyectado en las facultades con sus FUNCIONES SICOESPIRITUALES Y SICOSOMÁTICAS . Si la persona humana se define por un ESPÍRITU SICOSOMATIZADO inhabitado por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del absoluto, que actúa en aquel como PRINCIPIO CONCREACIONAL, actual y epistémico (Véase Principio Absoluto o Metafísico), aquella, la persona humana, es, recibiendo el PATRIMONIO GENÉTICO del absoluto, genética PLENITUD DE SER de su estado de ser y de su acto de ser; esto es, la persona humana es, sustancial y esencialmente, vida y existencia plena, a imagen y semejanza del absoluto.

La DEGRADACIÓN de la consciencialidad en virtud de la egotización (Véase Ego y EGÓTICO) lleva a la persona humana a sumirse en los procesos homeostáticos de la subconsciencialidad e inconsciencialidad con el recurso a los mecanismos sicológicos de defensa que estudian la sicología y la siquiatría. Por su parte, la DEGRADACIÓN de la comunicación en virtud de la egotización lleva a la persona humana a forjarse estados de anormalidad en los que la patología relacional lleva a diferentes modos del autismo y de la desmotivación, no solo ontológica por la carencia de amor, sino también desmotivación síquica, biológica y sicofísica. Los seres humanos no podemos ocultar nuestra experiencia vivencial. Tenemos necesidad de comunicar —y no de cualquier forma— nuestras experiencias positivas o negativas que pasan por nuestros razonamientos, nuestros deseos, nuestras intenciones, nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestras fantasías, nuestras dolencias, nuestras dichas, nuestras preocupaciones, nuestros anhelos. La incomunicación tiene devastadoras consecuencias en nuestro carácter, en nuestro estado de ánimo, obligándonos a adoptar conductas extrañas, distorsionadas, disgenéticas. La falta de comunicación favorece una despersonalización que se suple con máscaras —personalidad artificial— detrás de las cuales se oculta la soledad, el individualismo, la angustia, el desánimo, la insatisfacción, la desesperación, la inseguridad y la desconfianza ante los demás.

Sufrimos cuando no podemos expresar lo que sentimos experiencialmente en nuestro interior. Pero no solo eso, sino que además sufrimos cuando no lo sabemos expresar, o juzgamos que los demás no nos comprenden o tergiversan aquello que expresamos. El lenguaje, aunque posee múltiples condicionantes, no tiene la culpa. Todo ello es debido, sobre todo, a las disgenesias morales que se derivan de la tendencia egotizadora del ser humano y que nos conducen a desvirtuar la esencia que define nuestro espíritu como potestad consciencial entre personas en comunicación dialogal. Esta desvirtuación hace que la comunicación sea imperfecta, traumática. La razón es sencilla: el amor como estructura y operador unitivo, síntesis de las demás estructuras y operadores transcendentales , ha quedado egotizado. Es un amor egolátrico de un YO que se vuelve hacia sí mismo a imagen y semejanza de sí mismo. El amor egolátrico proyecta en el sujeto que lo padece y en los demás la incomunicación del YO en el YO. Para que el amor no sea egolátrico, no es suficiente tener la intención o el DESEO de compartir con los demás, porque lo importante es saber, fundamentalmente, que se comparte algo que merezca la pena y no de cualquier manera; no es suficiente ir tras una solidaridad que no se sabe en qué pueda consistir; ni tampoco es suficiente concebir o tener la intención de dedicarse a los pobres, cuando no se sabe qué es un pobre y qué estamos dispuestos a darle.

El amor es un hecho transcendental: un compartir la vida con el absoluto y, desde el absoluto, compartir la vida con nuestros semejantes al modo del propio absoluto. En la vivencia del modelo radica, no solo compartir la vida, sino la forma y razón de compartirla. Solo un amor que está bien formado, un amor que procede genéticamente, está dirigido a la verificación real, transformante, creativa, de una caridad que proporciona calidad de vida espiritual, calidad de vida síquica, calidad de vida biológica, calidad de vida social. Solo el amor, como estructura y operador transcendental, puede liberarnos y liberar a nuestro prójimo de toda incomunicación. La esencia transcendental de la comunicación humana es, pues, la estructura y operador transcendental del amor. El amor es el más excelente de todos los lenguajes.

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