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POESÍA, metafísica y mística: La poesía, inspirada en la metafísica genética, y plasmada desde la antropología mística, también tiene su especificad[1]. Si nos referimos al lenguaje, «los dos saberes, metafísica y poesía, —dirá nuestro metafísico y poeta místico— se expresan con lenguaje propio. La metafísica, por medio de una forma de definición pura que se constituye en supremo axioma o principio absoluto en tal grado que, siendo evidente por su misma naturaleza revelante, no puede ser demostrado; por otra parte, este axioma es, dentro de esta metafísica, el principio bien formado con la característica esencial de que sus términos se definan entre sí y definan, a su vez, lo que, no siendo el sujeto absoluto, es, sin embargo, por el propio sujeto absoluto. La estética se expresa por medio de una metáfora pura que, formada por inspiración divina, revela la suprema hermosura del amor»[2]. El discurso metafísico puede, por otra parte, recurrir, en virtud de formar la apertura de los lenguajes de las ciencias, a cualquier forma de expresión que incorpora al lenguaje propio como instrumento auxiliar: símbolos tomados de la matemática, lógica, biología, física… e, incluso, puede acudir a la expresión estética.
La esencia del lenguaje místico consiste, por tanto, en expresar, con la suprema maestría del arte de la palabra, que el hombre no es para sí ni para el mundo; antes bien, solo para un Dios que es comunidad de tres personas en infinita apertura de amor, un amor que forma recreativamente al espíritu humano. Esta es la diferencia radical de la auténtica poesía mística con las otras formas del sentir poético aunque estas conlleven una incoación mística. La poesía mística, si es auténtica, tiene que ser, por esta causa, la más creadora de todos los géneros poéticos.
Nadie duda que existan distintas formas del sentir poético; inclusive, muchos de nuestros poetas ensayan, inmersos en su cambiante actitud ante la vida, varias de ellas como un científico ensaya sus experimentos en el laboratorio. Contra estos formalismos literarios, nuestro autor llega a decir en su libro Transfiguración: «El poema que solo danza con palabras / es fantasma como los que se aparecen / en los castillos ingleses»[3].
Son varias las denominaciones que recibe la poesía de nuestro siglo. A título de ejemplo, nombremos las de poesía ‘social’, ‘ultraísta’, ‘surrealista’, ‘cósmica’, ‘existencial’, ‘formalista’, ‘religiosa’, ‘metafísica’, ‘nacionalista’… Pero, entre estos géneros, existe uno que, sin estar por la crítica perfectamente definido, va siendo comúnmente aceptado como tal: la poesía mística. El modelo o prototipo de esta poesía parece ser, según los críticos más cualificados, san Juan de la Cruz.
¿Qué es la poesía mística en F. Rielo? La auténtica poesía mística debe evocar con suma destreza estética, a pesar de los límites impuestos por la lengua, la realidad íntima e inefable de la unión amorosa, en aquel sumo grado que sea posible en esta vida, entre Dios y el poeta. Si esta es la definición stricto sensu de poesía mística, en verdad esta es rara avis desconocida desde el Siglo de Oro español hasta nuestros días. Ni el castellano, ni ninguna otra lengua, quizás hayan producido, salvo este período, semejante género.
En la obra poética de nuestro escritor, nos encontramos ante un hecho insólito, no exento de sorpresa y perplejidad, por la integral manifestación literaria de nuestro autor en la que no hay variación de género: desde el primer verso hasta el último de su dilatada producción poemática es, en mi opinión, auténtica poesía mística. Este hecho nos es insólito por dos razones: primera, porque después de cuatro largos siglos no se ha dado, en sentido estricto, este género místico; segunda, porque la poesía de Rielo tiene, a nuestro parecer, la cualidad, de la suma destreza estética en la que expresa su hondo sentir enamorado de un Padre concelebrado (Véase Concelebración) por el Hijo y el Espíritu Santo que constituyen su único destino; con su destino, su única pasión en esta vida forjada por el dolor y la esperanza de una gloria donde el amor será consumado en plenitud. A esta pasión de amor en el dolor se une la humanidad y la naturaleza entera que también gimen por su liberación. El poeta místico no puede cantar la paz o la alegría o la seudorrelación de intereses que le proporciona, a altísimo precio, un mundo cerrado a la transcendencia. Sigue, más bien, aquella promesa de Cristo que afirma: «Os dejo la paz, os doy mi propia paz: una paz [alegría, libertad, felicidad…] que no os puede dar este mundo» (Jn 14,27).
1.- ¿Son antagonistas, la filosofía y la poesía? – Según F. Rielo, al contrario, filosofía y literatura son dos saberes que están condenados a entenderse: ¿qué obra literaria no tiene su dosis de filosofía y qué obra filosófica no tiene su dosis de literatura? Mucho debe el discurso filosófico al arte de las letras, pero también, según afirmación de Hazard Adams, «toda discusión respetable de literatura debe tener una base filosófica»[4]. De poesía y filosofía, nos habla también María Zambrano: «En la poesía encontramos al hombre completo en su individualidad. En la filosofía, al hombre en su historia universal, en su querer ser. La poesía es encuentro, don, hallazgo por la gracia, respuesta, aunque se presente como pregunta. La filosofía es búsqueda, requerimiento guiado por un método, aunque ofrezca y aún sea ella misma una respuesta»[5].
Nuestro poeta místico estudia el carácter relativo de los lenguajes con los que se expresan las distintas ciencias, haciendo que, por su aperturidad entre sí posibilitada por la aperturidad a su forma transcendente, aquellos tiendan a una armonía que halla su paradigma absoluto en una concepción metafísica que tiene por axioma absoluto la CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN . Esta concepción va más allá de la afirmación de Zambrano: «la razón poética es a la par Metafísica y religiosa»[6]. No existe lo religioso simpliciter. La religión es formada por la mística con el supuesto de la metafísica: su negación habría introducido el concepto de religión informe. La religión no es un hecho natural, ni social, ni sentimental…; la religión es un hecho místico.
2.- ¿Cómo une poesía y metafísica F. Rielo? – Para él, metafísica y poesía, haciéndose inseparables, son, cada una a su modo, manifestaciones de única fuente: el místico éxtasis del divino éxtasis; esto es, el éxtasis humano formado por el éxtasis divino. Metafísica y poesía tienen, de este modo, como función última al absoluto. La poesía es estela fruitiva que deja a su paso la visión extática de nuestro espíritu. El lenguaje artístico de este éxtasis es el poema. La metafísica, más allá de la realidad física y fenomenológica —que en esto consiste el significado dado a la palabra metafísica—, es la ciencia de un absoluto que, bajo una CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN, es el supuesto de esta extática visión en virtud de la divina presencia constitutiva del propio sujeto absoluto en el humano espíritu creado[7]. La metafísica es, entonces, ciencia de un absoluto que, lejos de la identidad del ser en su ser, está constituido, cuando menos, por dos seres personales desde una perspectiva de alcance intelectual y, cuando más, desde el dato revelado, de tres seres personales en INMANENTE COMPLEMENTARIEDAD INTRÍNSECA [8].
Esta metafísica, que estudia el fuero ad intra del axioma absoluto, es el fundamento de una mística u ontología que estudia los atributos, propiedades y funciones que caracterizan la definición del ser humano y las incrementaciones entitativas que experimenta su espíritu bajo la actuación del ACTO ABSOLUTO. La definición mística del ser humano rechaza la inseparabilidad de poesía y mística.
Hay quienes han intentado la unidad de sentido entre la poesía y la mística[9]. Los dos lenguajes se inmanencian, a modo de pericóresis trinitaria, entre sí: la poesía está toda en la mística; la mística está toda en la poesía. Hay que hablar, por esta causa, de poesía mística en grado radical o fundante y de poesía mística en grado integral o formante: el primero, general o incoado, pertenece a todos los géneros poéticos; el segundo, específico o perfectivo, es la poesía mística en el sentido más propio. El ser humano es, por tanto, ser personal abierto a una infinitud singular que, constituida por seres personales entre sí absolutamente definidos, lo constituye, a su vez, como tal persona inhabitándolo.
Tenemos, de este modo, la definición metafísica de persona dada por Rielo: una persona se define por otra persona; en ningún caso, por una noción inferior a esta; tampoco superior, porque, siendo la persona la suprema expresión del ser, no hay término superior al concepto de persona. El ámbito revelado del modelo absoluto lo constituyen tres personas divinas que se definen entre sí. Por otra parte, lo que es ad intra en las personas divinas es ad extra de las personas divinas en la persona humana por las propias personas divinas que, a su vez, la definen. Nuestro autor dirá, por esta causa, que el ser humano es mística u ontológica deidad de la divina o metafísica deidad; más aún, la plenitud de esta deidad en la que es constituido el ser humano, por el mismo hecho de su creación, es ser constituido, a su vez, por las personas divinas en mística u ontológica santísima trinidad de la divina o metafísica Santísima Trinidad. Si nos referimos a lo primero, “el ser humano es mística deidad de la Divina Deidad”, está corroborado por Cristo al confirmar la Escritura con la palabra “dioses sois” (Jn 10,34). Si nos referimos a lo segundo, “el ser humano es mística santísima trinidad de la Divina Santísima Trinidad”, queda corroborado por un texto, casi desapercibido, de san Juan de la Cruz: «porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las tres personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado»[10].
Esta divina presencia constitutiva en el espíritu humano, que, rompiente con la identidad de un yo en su yo, da lugar a la ontología o mística rieliana de un “yo+” formado por la divina presencia de un yo absoluto en el que se constituyen tres seres personales.
La divina presencia constitutiva, frente a la concepción identitática de un ser humano en sí, de sí, o para sí, revela una concepción mística del ser humano como ser en Dios, de Dios, o para Dios. La identidad es, en último término, la causante de la degradación de esta relación suprema que define al ser humano como persona abierta a las personas divinas. Solo en esta apertura inmediata de la persona humana a las personas divinas adquiere sentido pleno la apertura a las otras personas humanas y a la naturaleza.
No ocurre, de hecho, así. Y es que el poeta, lo mismo que acontece con el filósofo, parece anclarse de modo inevitable en la identidad. Esta actitud ha llevado, tanto al filósofo como al poeta, a la anómala búsqueda de un personalismo evanescente que, bajo el recurso de un doble yo ineludible, toma en nuestros poetas diversas manifestaciones: la ‘alteridad’ de estirpe platónica; la ‘otredad’ de estirpe nietzscheana, seguida por Huidobro y Antonio Machado; el ‘yo máscara’ nerudiano; el ‘alter EGO’ unamuniano; la ‘retórica de dualidades’ en Aleixandre o Carlos Bousoño[11]. La metafísica y la poesía rielianas, rechazando a priori estas reduplicaciones identitáticas, afirman, con todo el peso de la ciencia y del sentir, la congenitud de seres personales determinada dentro de una CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN.
La esencia del lenguaje místico consiste, por tanto, en expresar, con la suprema maestría del arte de la palabra, que el hombre no es para sí ni para el mundo; antes bien, solo para un Dios que es comunidad de tres personas en infinita apertura de amor, un amor que forma recreativamente al espíritu humano. Esta es la diferencia radical de la auténtica poesía mística con las otras formas del sentir poético, aunque estas conlleven una incoación mística. La poesía mística, si es auténtica, tiene que ser, por esta causa, la más creadora de todos los géneros poéticos.
Nadie duda que existen distintas formas del sentir poético; inclusive, muchos de nuestros poetas ensayan, inmersos en su cambiante actitud ante la vida, varias de ellas como un científico ensaya sus experimentos en el laboratorio. Contra estos formalismos literarios, F. Rielo llega a decir en su libro Transfiguración: «El poema que solo danza con palabras / es fantasma como los que se aparecen / en los castillos ingleses»[12]. Son varias las denominaciones que recibe la poesía de nuestro siglo. A título de ejemplo, nombremos las de poesía ‘social’, ‘ultraísta’, ‘surrealista’, ‘cósmica’, ‘existencial’, ‘formalista’, ‘religiosa’, ‘metafísica’, ‘nacionalista’… Pero, entre estos géneros, existe uno que, sin estar por la crítica perfectamente definido, va siendo comúnmente aceptado como tal: la poesía mística. El modelo o prototipo de esta poesía parece ser, según los críticos más cualificados, san Juan de la Cruz.
3.- ¿Qué es la poesía mística en F. Rielo, a diferencia de la poesía en general, y de la poesía llamada ‘religiosa’? – Nuestro metafísico y poeta místico distingue entre poesía en general, poesía religiosa en particular y poesía mística en sentido específico. La diferencia es muy sencilla si nos atenemos al estético hacer de un escritor. El poeta siente en sí mismo el acto inspirador, esto es, un impulso de decir ‘algo’; este ‘algo’ es dado, dolorosa y amorosamente, a su estado de espíritu no sin la mayor o menor intensidad vivencial de un hecho, un acontecimiento, un fenómeno, un estado emotivo.
La poesía en general comienza, no por ‘decir algo’, sino por la ‘forma de decir este algo’ y es, en esta transcendencia formal, donde el poeta alcanza, por medio de su original creatividad, su propio estilo. De esta suerte, todo género de poesía lleva ya incoada una religiosidad que no pasa desapercibida al análisis, incluso de los mismos poetas: “La poesía no es más que oración”, definirá León Felipe[13], o “toda poesía es religiosa” sentenciará Dámaso Alonso[14].
La poesía religiosa en particular añade, en cambio, al ‘algo’ y a la ‘forma de decir ese algo’ de la poesía en general, un religere explícito con la divinidad en tal grado que el poeta religioso se sabe poseedor de su sacerdocio estético. La distinción con la poesía mística se encuentra en la acción mayor o menor de este religere que en el poeta religioso es religere débil y en el poeta místico, religere fuerte. Los dos grados poéticos poseen cada uno su dominio: la poesía religiosa, el limitado sacerdocio estético; la poesía mística, el universal pontificado estético. ¿Hay, pues, muchos poetas místicos? El escritor y académico Torrente Ballester, en el prólogo al libro Fernando Rielo: un diálogo a tres voces, afirma que «todos podemos ser poetas religiosos, pocos, por decir alguno, pueden ser poetas místicos»[15]. Asimismo, F. Rielo se expresa en parecidos términos: «muchos son los llamados a la poesía religiosa, pocos los escogidos para la poesía mística»[16].
El religere débil de la poesía religiosa tiene, por otra parte, múltiples gradaciones. Una gran parcela de lo que se considera como poesía religiosa es canalización estética de una visión del mundo que lleva incorporados los sentires del ser humano: desde los más simples y puros hasta su entrevero con los más complejos y ‘estrábicos’. Esta visión puede darse con reconocimiento o con agnosia del absoluto: desde la sinceridad de la relación con Dios y su obra, hasta la actitud imprecativa; desde el estado incierto y dubitativo, deísta a veces, ateísta otras, hasta el estado de displicencia, de incomodidad o desagrado en la religión que se profesa; desde la militancia o devotería, hasta el emplazamiento cultural e ideológico instalado en una tradición dada.
4.- ¿Y qué es la poesía mística para F. Rielo? – Entiende la poesía mística bajo dos aspectos[17]:
a) Específico o pleno: consistente en expresar con suficiente destreza poética los diversos modos de la íntima experiencia personal que, en amor y dolor, el alma tiene de su unión con Dios: bajo la razón de Santísima Trinidad, el poeta cristiano; bajo la razón de solo Dios, el poeta no cristiano. La plenísima consagración exclusiva al Supremo Amor en lo que es posible en esta vida es lo que diferencia a la poesía mística de los demás géneros poéticos. Si la poesía religiosa y, con ella, los demás géneros de poesía no son formados por esta unión de amor con el absoluto, quedan reducidos a un religere, más que informe, deforme. Esta deformación es el punto de partida de lo que denomino ‘poesía antimística’ y ‘poesía antirreligiosa’. Bien es cierto que esta deformación no puede aniquilar, de modo absoluto, la transcendencia que define al poeta: toda poesía es apertura al misterio patético que es el hombre.
b) General o incoado: consistente en expresar con suprema maestría la íntima experiencia de amor con el absoluto en los diversos modos de búsqueda que presenta el espiritual inquietum cor del ser humano. Considero, en este sentido, la mística abierta, esto es, incoada en todo ser humano por el hecho ontológico de que, más que animal racional, político o simbólico, es ser místico. El ser humano es, por consideración de su status místico u ontológico, desposado, desde el primer instante de su concepción, con Dios, esto es, unido, constituido, relacionado. La vida mística, conforme a esta definición del hombre, es la incrementación, por vía de la gracia, de la inmanente presencia constitutiva de las personas divinas en la persona humana: en esto consiste la elevación de la vida mística a su mayor intimidad posible.
La auténtica poesía mística debe evocar con suma destreza estética, a pesar de los límites impuestos por la lengua, la realidad íntima e inefable de la unión a morosa, en aquel sumo grado que sea posible en esta vida, entre Dios y el poeta: «No hay poesía mística donde no se invoque el amor divino adobado con el dolor humano. Nada mejor que el lenguaje de la poesía mística para comunicar, más allá del entender, esta entrañación por la que el alma humana, más que otear, saborea infinitos horizontes. Evoco la certera palabra de san Juan de la Cruz cuando, refiriéndose a sus canciones, afirma: “no pienso yo ahora declarar toda la anchura y copia que el espíritu fecundo de amor en ellas lleva”»[18].
En la obra poética de nuestro autor, nos encontramos ante un hecho insólito: desde el primer verso hasta el último de su dilatada producción poemática es auténtica poesía mística. Este hecho nos es insólito por dos razones: primera, porque después de cuatro largos siglos no se ha dado, en sentido estricto, este género místico; segunda, porque la poesía de Rielo tiene, a nuestro parecer, la cualidad, de la suma destreza estética en la que expresa su hondo sentir enamorado de un Padre concelebrado por el Hijo y el Espíritu Santo que constituyen su único destino; con su destino, su única pasión en esta vida forjada por el dolor y la esperanza de una gloria donde el amor será consumado en plenitud. A esta pasión de amor en el dolor se une la humanidad y la naturaleza entera que también gimen por su liberación. El poeta místico no puede cantar la paz o la alegría o la seudorrelación de intereses que le proporciona, a altísimo precio, un mundo cerrado a la transcendencia. Sigue, más bien, aquella promesa de Cristo que afirma: «Os dejo la paz, os doy mi propia paz: una paz [alegría, libertad, felicidad…] que no os puede dar este mundo» (Jn 14,27).
Se ha hablado, en el siglo XX, de escritores que cultivan alguna vez la poesía religiosa: en ningún caso, la poesía mística: Machado, Hopkins, Dámaso Alonso, Celaya, Gaos, Hidalgo, Bousoño, Otero, Valverde… Nada tiene que ver esta poesía con la poesía mística rieliana. Es una poesía tan transparente, tan honesta, que no sirve para nada a los intereses de este mundo.
Es digno de mención cómo F. Rielo habla de continuo en su poemario sobre el tema de la muerte. En uno de sus proverbios llega a decir: «no existe apenas poeta / que no haya vestido a la luna / con traje de enterrador»[19]. Pero lo importante es la forma cómo se trata el tema de la muerte. La poesía rieliana rompe la tradición manriqueña y machadiana de los ríos que nos llevan a la muerte. Esta forma machadiana y manriqueña del thanatos poético se coloca en línea creadora del gran escultor Miguel Ángel que llega a decir: «No nace pensamiento en mí que no lleve esculpida la muerte». Nuestro poeta y filósofo nos revela que la muerte puede ser también acto supremo de amor. Escuchemos, si no, este hermoso poema en el que, implícito tenemos la implicación metafísica de su concepción del ser, de la vida y de la muerte.
El poemario de Rielo es, por otra parte, ajeno a la angustia existencial y lucha clamante con Dios de Unamuno, Hopkins, Dámaso Alonso, Blas de Otero… Rielo vive la honda nostalgia, a golpes de amor y dolor, de la mística unión con Dios que será satisfecha solamente en la gloria celeste. La angustia existencial, que, de una u otra forma, es propiedad del alma de todos los poetas, se incluye en los poemas de estos, como afirma uno de los proverbios de Rielo: «El poema es cárcel / donde cumplen condena / los gemidos del poeta»[20]. Pero hay una diferencia entre el poeta místico y el que no lo es; entre el auténtico metafísico y entre los filósofos que tiene vocación metafísica: filosofías hay muchas—dirá nuestro escritor—; metafísica solo hay una. «Ni Kierkegaard, ni nadie de los que han hablado de la angustia, trazan el momento del amor. Solo el temor aparece. Y no hay amor porque no hay ninguna presencia, ningún rostro». La intimidad divina, a la que aspira con firmeza y sin descanso ser unido nuestro poeta místico, es la única mirada que, en angustia y grito de amor, tiene puesta en esta vida: esta mirada es contemplar la tierra desde el cielo y no el cielo desde la tierra donde quedan nuestra carne y nuestros huesos. Lejos esta mística agonía de la agonía religiosa unamuniana: la agonía mística de Rielo es segregación del alma respecto del espíritu como lo atestiguan los siguientes versos: «ven presuroso a mi espíritu / ves la agonía que sufro». Esta agonía tiene como marco la viadora visión divina, puro dolor de amor hasta su plena consumación en la vida eterna; en este sentido, nada interesa al místico la vida en este mundo; por eso, nos dice: “¡quede en Ti libre del mundo!”; un mundo donde yace ya muerto con mística muerte en amorosa espera de su liberación total.
Los poetas se han servido, por lo general, de la imagen de la tarde para expresar la tristeza y la angustia: la tarde de la “tristeza dulce del campo”, “tardes sin sol ni luceros”, de “nostalgia tristísima” por caer “la bruma en el alma”, cinceladas por Juan Ramón Jiménez; la tarde “cuando todo es tan bello porque todo es triste” de Vicente Gaos… La imagen de la tarde en Rielo, contrariamente a Machado, para quien la tarde es clara y alegre, y más cercano a Juan Ramón o Gaos, evoca el símbolo místico de la tristeza de Cristo cuando, comenzando a sentir pavor y angustia en Getsemaní, dijo a Pedro, Santiago y Juan: «Mi alma está triste hasta el punto de morir» (Mc 14,33s.). Esta tristeza, invocada por la imagen de la tarde, cuando la trémula voz del verso rieliano dice “Desde que nací soy tarde / tarde en la que todo es tarde”, está maravillosamente esculpida por el recurso estético al eco encadenado y a la epífora del morfema ‘tarde’. Tenemos, de este modo, la evocación de la tristeza más profunda del poeta: tristeza de vida, de amor, de muerte que va acompañada de heridas frescas, como mañanas nacientes y punzando sin cesar. La tarde, de este modo, vuélvese poesía de un sentimiento verdadero que, a pesar de su agonía, es dulcificado por el amor. Así lo expresa la rieliana Noche clara: «Tú eres, poesía, mi sentimiento verdadero. /Eres como la honda filosofía de la tarde/que dulcifica el tono agreste de todo lo que grita»[21].
Frente a Gaos, Hidalgo, Bousoño, Otero, que luchan con Dios para intentar creer, Rielo nos enseña, desde su primer poema hasta el último, que la fe es formada por el amor. Su queja sobre los poetas no se deja, por eso, esperar: «El campo tiene más fortuna/con el labriego/que el cielo con los poetas»[22].
Frente a la humanización teorizante de lo divino en Valverde y Rafael Morales, Rielo da testimonio de que el hombre es elevado por un Cristo encarnado a rango de mística deidad. La mística castellana nada tiene que ver con una pretendida mística especulativa. Frente a Montesinos que se engríe de sus transgresiones y afirma su fervor por lo erótico, Rielo, afirmando el místico amor contra toda forma de egoísmo proporcionado por el instinto de felicidad, caricaturiza, al mismo tiempo, esta antipoesía. Así lo expresa en Transfiguración: «La literatura erótica es arte de convertir las palabras en coristas»[23].
Frente a Antonio Machado, que define la poesía como “palabra en el tiempo”, Rielo afirmando que «la poesía es enemigo infatigable del tiempo»[24], confirma el “silencio de la palabra en la eternidad”. Si para Lessing el tiempo constituye el dominio del poeta, así como el espacio lo es del pintor, para nuestro autor, el poeta místico, dominado amorosamente por Dios y Dios dominado amorosamente por el poeta, eleva, prescindiendo de una fenomenología carente de sentido estético, el tiempo a presente místico y el espacio a mística presencia.
La poesía es, para Cernuda, “combinación de tradición y novedad”; para Rielo, «La poesía consiste en que extraigas tu muerte del lenguaje»[25]. Esta extracción de la muerte para una vida perdurable la hace el poeta místico por la incorporación de las diversas formas, antiguas y nuevas, de expresar la constante de la experiencia mística cristiana: la unión de amor con la Santísima Trinidad.
El viento, que es tema central en Guillén y en Otero para expresar, en sentido inmanente, la libertad y la vida, en Rielo es libertad consagrada al amor divino: mística libertad creadora de la divina libertad creadora y mística vida de la divina vida otorgada por el Espíritu Santo. Esta mística libertad es un misterio del que el poeta con seguridad afirma poderlo ver de un modo definitivo: «Camino hacia el viento. / ¿Pero dónde acaba? /Este es el misterio/que veré mañana»[26].
El carpe diem horaciano, que pretende asumir el poeta con la avidez de un estado gozoso, es en Rielo el carpe Deum o sustancia del poe’s que define al poema consumándose ahora en fe lo que será consumado después en gloria. Esta consumación dolorosa no impide un estado de felicidad que, como dice Cristo, no es como la da el mundo.
La llamada ‘escritura automática’ del surrealismo formal que rompe invariablemente los esquemas métricos y melódicos, aunque el mismo Breton reconoce que no es posible el automatismo puro, es asumida por poetas como Gerardo Diego, Alberti, Lorca, Aleixandre, Cernuda, Larrea, Altolaguirre… Este surrealismo formal muéstrase agobiante a la sensibilidad rieliana en virtud de que, abandonadas a su suerte, «Las palabras agobian al poeta / porque buscan vivir lo mejor posible»[27]. Rielo rechaza esta supuesta escritura automática del surrealismo formal por la escritura inspirada de lo que él denomina ‘surrealismo transcendental’: es la inspiración la que, abriendo los esquemas de las formas poéticas establecidas, crea, a su vez, con estética maestría nuevas formas.
San Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús y fray Luis de León tallan su breve poemática en unos pocos moldes o formas de la tradición, sobre todo, garcilasista. Rielo, recorriendo en su amplia poemática las diversas formas poéticas de la historia de la literatura y aportando otras nuevas, nos demuestra con su poesía que la poesía mística es susceptible, quizás más que otro género de poesía, de las más variadas formas y recursos poéticos, incorporando al castellano nuevos valores de construcción estética.
El lenguaje poético rieliano asume, de este modo, las diversas métricas con las múltiples formas castellanas clásicas; con las formas clásicas, las numerosas variaciones de estas y la incorporación de nuevas formas castellanas modernas del versolibrismo a las que se suman otras formas que, prestadas de otras lenguas, adquieren en la poesía de nuestro autor su castellanización propia. Pero donde adquiere extraordinaria originalidad la poesía rieliana es, aparte de recorrer la múltiple variación del metro castellano, en las nuevas formas creativas que forjan el vínculo de lo clásico con lo moderno.
5.- ¿Qué significa “Dios es poesía” para F. Rielo? – La esencia de la Santísima Trinidad, expresada por «Dios es amor» (1Jn 4,16), consiste en que las personas divinas se extasían entre sí su divina apoteosis de amor, un amor que es única verdad, única bondad y única hermosura, tres atributos que, en mutua pericóresis, son constituidos por las personas divinas: la verdad es toda en la bondad, toda en la hermosura; la bondad es toda en la verdad, toda en la hermosura; la hermosura es toda en la verdad, toda en la bondad. Esta divina apoteosis es el supremo éxtasis de la ternura del amor, esa ternura divina que hace exclamar al salmista: «Oh Dios, vengan presto a nuestro encuentro tus ternuras» (Sal 79,8). Por eso, reflexiona acertadamente nuestro escritor: «Dios es poesía porque es el trino de un éxtasis absoluto constituido por tres personas divinas que entre sí se extasían. El hombre es poesía porque es trino de un éxtasis que, no encontrando hábitat en este mundo, se abre al divino éxtasis. La poesía, recreación de estirpe deitática, es teándrica comunicación : Dios es poesía del hombre porque el hombre es poesía de Dios. El ser humano es, por tanto, mística poesía de la divina poesía; místico éxtasis del divino éxtasis»[28].
Si Dios crea con su palabra todas las cosas (Gén 1-2), y hace, con el ser humano, prosopopeya divina[29] [«Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza» (Gén 1,26)], el ser humano re-crea todas las cosas “poniéndoles nombre” (Gén 2,20) y hace, sobre todo con su arte, prosopopeya mística imprimiendo su personal carácter en la obra. Y así como el acto creador divino ‘descosifica’ nuestra nada, nuestro VACÍO DE SER, con su divina presencia constitutiva, de la misma manera el acto creador humano ‘descosifica’ la palabra, el sonido, el material, imprimiendo su mística presencia para constituir así la obra de arte. La obra de arte adquiere, entonces, personalidad, estilo propio. Se dice que nadie da lo que no tiene. El poeta da lo mejor que posee: su mística deidad, esto es, su mística poesía de la divina poesía. Pero lo da con esfuerzo, con dolor, con alegría, ya que, cuando la poesía se encarna en el poema, lo es a semejanza del nacimiento de una nueva criatura que, sometida a los momentos de concepción, gestación y alumbramiento, tiene paternidad propia, como asegura Rielo: «Un poema nace como puede nacer una criatura en el seno de su madre. Es una concepción, una gestación que se va desarrollando a sí misma en comunicación con la sangre, el llanto, las alegrías de quien es, diríamos, padre o madre de este fruto que es el poema. Así nace un poema: este es el fruto normal del alma, como las flores o los árboles lo son del campo; lo que no sabría contestar es cómo termina»[30].
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- ↑ Para gustar el arte poético y la riqueza y pluralidad de sus composiciones, remitimos a los didácticos y sugerentes comentarios realizados en la segunda parte del libro F. Rielo, Los hijos del encuentro, FFR, Madrid 1999, 79-163.
- ↑ F. Rielo, Diálogo, ob. cit., 75.
- ↑ Ibid., 88.
- ↑ M. Zambrano, The Contexts of Poetry, Boston, 1963, 181.
- ↑ M. Zambrano, Obras reunidas, Aguilar, Madrid, 1971, 116.
- ↑ M. Zambrano, “Pensamiento y poesía en la vida española”, en Obras reunidas, 296.
- ↑ Cfr. F. Rielo, Diálogo, ob. cit.
- ↑ Para un conocimiento general de la metafísica de Fernando Rielo, véanse dos de sus conferencias, “Hacia una nueva concepción metafísica del ser” y “Concepción genética de lo que no es el Sujeto absoluto y Fundamento metafísico de la Ética”, publicadas en ¿Existe una Filosofía Española? y en Raíces y valores históricos del pensamiento español, Varios, FFR, Constantina (Sevilla), 1988 y 1990 respectivamente. Véase también José M. López Sevillano, “La nueva metafísica de Fernando Rielo”, en Aportaciones de pensadores españoles del siglo XX a la filosofía, Varios, FFR, Constantina (Sevilla), 1990.
- ↑ «En su deseo de encontrar una unidad que dé sentido, la poesía se asemeja a la mística. Es verdad que el místico no siempre habla, pero cuando habla, lo hace con palabra poética. La poesía es, sin duda, el lenguaje de la mística. Ahora bien, aquello que comparten la poesía y la mística es el éxtasis, el cual se ha de entender aquí en sentido etimológico, como un salir de sí mismo, de trascender, de superar la alienación cotidiana a través de la enajenación poética», Varios: Presencia de Dios en la poesía latinoamericana, Celam, nº 111, Bogotá, 1989.
- ↑ San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 39, 3.
- ↑ Véase, a este respecto, un amplio análisis sobre esta materia en Antonio Carreño, La dialéctica de la identidad en la poesía contemporánea, Gredos, Madrid, 1982.
- ↑ Ibid., 88.
- ↑ León Felipe en su carta a Camilo José Cela (29 de abril de 1959) recuerda su primer título, Versos y oraciones de caminante, reafirmando esta definición.
- ↑ Cfr. Poetas españoles contemporánes, Madrid, Gredos, 1978, 375ss.
- ↑ F. Rielo, Diálogo, ob. cit., 8.
- ↑ Discurso para el XV Premio Mundial de Poesía Mística, 11 de diciembre de 1995.
- ↑ Texto de F. Rielo fechado en Nueva York, el 21 de noviembre de 1993, que acompaña a las bases actuales del Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística.
- ↑ Discurso para el XV Premio Mundial de Poesía Mística, 11 de diciembre de 1995.
- ↑ F. Rielo, Transfiguración, 127.
- ↑ Ibid., 138.
- ↑ F. Rielo, Noche clara, Ornigraf, Madrid 1980, 83.
- ↑ F. Rielo, Transfiguración, 88.
- ↑ Ibid., 85.
- ↑ Ibid., 138.
- ↑ Id.
- ↑ Inédito de F. Rielo.
- ↑ F. Rielo, Transfiguración, 138.
- ↑ Discurso para el XVI Premio Mundial de Poesía Mística, Bolonia (Italia), 12 de diciembre de 1996. La teandría es, para Rielo, la acción de Dios en el ser humano con el ser humano, en tal grado que la iniciativa hacia el bien es siempre divina contando con la respuesta activa del ser humano.
- ↑ La prosopopeya divina consiste en que Dios da, místicamente, a su creado ser humano la categoría de persona deitática imprimiendo en esta su carácter divino.
- ↑ F. Rielo, Diálogo, ob. cit., 96-97.