Diferencia entre revisiones de «La ‘geneticidad ontológica’ en Fernando Rielo»
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La ‘geneticidad ontológica’ en Fernando Rielo
José María López Sevillano
(Roma, 2021)
Publicado en
en Metaphysics 2025, Proceedings of the VIII World Conference,
Metaphysics, Sciences and Humanities. A necessary dialogue,
Universidad Pontificia, Salamanca, October 27-29, 2021,
Fundación Fernando Rielo, Madrid 2018, 27-40.
Comenzamos esta ponencia afirmando que la palabra “geneticidad” no está comprendida en el Diccionario de la Lengua Española, pero se entiende que, con este vocablo, se quiere significar lo relativo a lo genético, proveniente del griego γεννητικός, concerniente a la genética o a la génesis u origen de las cosas. No solo es utilizado en biología. Piaget, por ejemplo, incorpora lo genético a su epistemología y sicología, dedicadas al origen y proceso del conocimiento. El lenguaje religioso-bíblico asume esta terminología para designar el primer libro del Antiguo Testamento con el nombre de “Génesis”, que trata del origen del mundo, del género humano, del pueblo judío y, en general, de toda la humanidad desde el comienzo de los tiempos. Las genealogías toman de aquí su nombre. Fernando Rielo va más allá con el término “geneticidad”, dándole una dimensión ontológica y metafísica que, según él, proporcione unidad, dirección y sentido a todos los demás modos de geneticidad, sean físicos, biológicos, sicológicos, epistemológicos o espirituales[1].
Para comprender la geneticidad —si esta se refiere integralmente a la vida en todas sus facetas—, debemos partir de la experiencia común, culta y científica, y determinar el lenguaje adecuado que pueda dar razón de las vivencias humanas, distintas del vivir animal. El ser humano no es solo cuerpo y sique, no se reduce a un sicosoma homínido. El sicosoma es lo que se hereda por vía biológica: tenemos no solo rasgos físicos heredados, similares al de nuestros progenitores, sino también rasgos sicológicos que nos otorgan un “parecido de familia” en expresión de Wittgenstein. Pero hay algo más que no es heredado biológicamente o sicobiológicamente, que es el mundo genético de las vivencias, que no emergen ni proceden del proceso evolutivo del patrimonio biológico, del ADN o del código genético.
Es cierto que lo biológico no se entiende si no tenemos en cuenta lo sicofísico o sicosomático; esto es, el soma y la sique, donde el soma es el soporte de la sique. Son conceptos inseparables, pero diferentes: el soma está abierto a la sique y la sique está abierta al soma, constituyendo una unidad sicosomática. El cuerpo o soma es composición de átomos, moléculas, células, órganos, aparatos, sistemas; mientras que la sique es complejidad de funciones sicosomáticas y sicoorgánicas, que caracterizan a los vivientes no personales. Entre estas funciones, tenemos la instintivación, la estimulación, la sensorialización, los sentimientos, las emociones, la memoria, la imaginación, la fantasía, que no exceden el campo de lo subconsciencial. Pero la consciencia, que no es sin lo biológico y sicológico, excede a estos, de tal modo que nace un nuevo ser viviente: la persona humana, dotada de consciencia y libertad. El acto cognitivo no puede remitirse solo a procesos físicos o bioquímicos del cuerpo, ni a la relación que este establece con el entorno, en tal grado que todo tuviera que subsumirse en estos procesos. Estos constituyen solo el complejísimo límite formal en el que se dan las manifestaciones sicoorgánicas de la consciencia, como las disposiciones raciosensitivas, desideroemotivas e intencionales que intervienen en el procesamiento de información. El proceso intelectivo, volitivo y unitivo, que se proyecta en sus funciones sicoespirituales y sicosomáticas, no pertenece al dominio de la geneticidad sicobiológica; antes bien, al dominio de la geneticidad espiritual u ontológica.
Antes de proseguir, es conveniente conocer que Fernando Rielo distingue entre ciencias experimentales y ciencias experienciales. Las ciencias experimentales necesitan la corroboración de la experiencia medible; las experienciales, al contrario, tienen su corroboración en la experiencia vivencial. No hay vivencia positiva en el espíritu humano que no pueda ser objeto de alguna ciencia experiencial o de las vivencias. Lo experimental se refiere al ámbito cuantitativo de la materia con sus fuerzas, leyes y fenómenos, propio de las ciencias experimentales que poseen como lenguaje la matemática. Lo experiencial es mucho más amplio y se refiere a todo el campo de las vivencias, que no se sujetan a la experimentación que se obtiene con la manipulación de la materia y los fenómenos que de ella se derivan. En el terreno vivencial, se encuentra la riqueza espiritual de nuestro místico patrimonio genético —como así lo denomina el propio Rielo— y su desarrollo en las diversas etapas de la vida.
Las múltiples experiencias del ser humano sobre el amor, la fe, la esperanza, la verdad, la bondad, la belleza, la justicia, la generosidad, la libertad, la existencia —y en general todo lo que se refiere al espíritu y a la unidad, dirección y sentido de la vida—, no son objeto de ninguna ciencia experimental, pero sí lo pueden ser de las ciencias experienciales, que poseen su propio método, distinto de la unidad de medida y del experimento. La constante formal del método de las ciencias experienciales es la unidad de vivencia con el modelo absoluto y el COMPROMISO ONTOLÓGICO. El papa Francisco sale al paso de falsificaciones en las que incurren determinados hombres de ciencia: «En ocasiones, algunos científicos van más allá del objeto formal de su disciplina y se extralimitan con afirmaciones o conclusiones que exceden el campo de la propia ciencia. En ese caso, no es la razón lo que se propone, sino una determinada ideología que cierra el camino a un diálogo auténtico, pacífico y fructífero»[2]. Las ideologías llevan, ciertamente, a la ignorancia. En una entrevista titulada El Dios de un científico, el premio Nobel de física, Robert Millikan, afirmaba sin tapujos que “los hombres que saben muy poco de la ciencia y los hombres que saben muy poco de la religión llegan de hecho a pelear, y los espectadores se imaginan que hay un conflicto entre la ciencia y la religión, siendo que el conflicto es simplemente entre dos especies diferentes de ignorancia”[3].
Reducir la CREENCIA en Dios o el amor a experimento es un sinsentido porque nadie puede medirlo, y menos ponerlo en la maquinaria de la técnica para ver cuál es el resultado experimental. Sería poco serio reducir la CREENCIA, el amor, la justicia o el ejercicio de la libertad a quarks o leptones, y menos a la interacción de las fuerzas de la materia. Reducir el amor a fuerza electromagnética o atómica es propio de un mal chiste. Sin embargo, el amor, siendo superior a la materia, puede dar sentido a esta: investigarla, transformarla, conocerla. Solo la omnipotencia del amor divino ha sido capaz de crearla y dotarla de leyes y propiedades tales que puedan servir a la realización del hombre y su destino. ¿Por qué tanto empeño en reducir a materia aquello que la excede, la define y la transciende? He aquí la patología existencial, que tantos males acarrea al ser humano en su vivir cotidiano, proporcionada por la negación de la realidad absoluta, auténtica: realidad que nos define y nos realiza, origen y principio de nuestro pensar y de nuestro vivir, de nuestros conocimientos, del sentido de nuestra existencia y de la formación de nuestra consciencia. El premio Nobel de Física, Nevill Mott, escribía, en uno de sus tantos artículos, en 1991 que Dios es absolutamente necesario para explicar el origen y la esencia de la conciencia humana. Mott afirmaba que el misterio de la conciencia nunca puede ser explicado por la ciencia. “Creo también —decía textualmente— que ni la ciencia física ni la psicología podrán alguna vez explicar la conciencia humana. Para mí, entonces, la conciencia humana se encuentra fuera de la ciencia, y es aquí que busco la relación entre Dios y el hombre”[4].
¿Cómo explicar el mundo de las vivencias, el carácter existencial del ser humano, incluyendo su sentido de transcendencia, su sed de absoluto, su tendencia al infinito, su deseo de perfección y búsqueda incansable de la verdad y de la felicidad, su consciencia de hacer el bien y practicar la virtud, su necesidad de creer en algo o alguien, su búsqueda de origen y fundamento? Desde luego, no por medio de las ciencias experimentales. Pero las ciencias experienciales han tenido un grave problema. Los dos modos de expresión tradicionales han sido la teología y la filosofía, que han seguido líneas paralelas, fe y razón, con su consabida problemática, que ha llegado hasta nuestros días.
Hoy impera una especie de filosofía sin metafísica, negación que viene ya desde antiguo. Pero son, sobre todo, el empirismo, el positivismo, el marxismo y Nietzsche los que han contribuido a alimentar corrientes antimetafísicas que recorren la segunda mitad del siglo XIX, el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Estas tendencias están enmarcadas en lo que se ha solido denominar “movimiento postmoderno”, que se proyecta en el arte, en la cultura, en la política, en la literatura, en la ciencia y, cómo no, en el pensamiento filosófico. Hay que concebir este movimiento como una especie de “inteligencia universal colectiva” que, desde la utilización de los medios tecnológicos del avance científico y los medios de comunicación de la revolución informática, intenta, sin ningún pensamiento definido, superar los problemas del mundo y de la humanidad. Esta apreciación viene acentuada —aún más si cabe la expresión— en este tiempo que vivimos de pandemia.
No podemos renunciar a la reflexión en profundidad. Para ello, debemos alejarnos del llamado “pensamiento débil”, que nos bloquea y paraliza con su indiferencia, escepticismo y falta de creatividad experiencial. ¿De dónde procede este lastre? El pensamiento débil estaba ya larvado en la metafísica histórica. Rielo afirmaba que la metafísica ha errado con el lenguaje del ser abstracto, tautológico, identitático. La historia de la metafísica ha consistido en el diario de un ser identitático, estéril, por el que la razón se ha abandonado a sí misma, degenerando en ignava ratio o “razón perezosa”. El “ser es ser” o el “ser en cuanto ser” posee tres carencias de sentido: a) carencia de sentido sintáctico-semántico, porque la estructura oracional identifica al sujeto con el predicado sin añadir conocimiento alguno; b) carencia de sentido lógico, porque ‘ser es ser’ es una fórmula o expresión de functor monádico que reduplica el mismo término, cuyo resultado es el inmovilismo o esterilidad lógica; c) carencia de sentido metafísico porque la identidad, pretendiendo evitar la petitio principii, se transforma a sí misma en la propia petitio principii en tal grado que la identidad nunca puede alcanzar a su propia identidad: A es definido por A definido por A… y así indefinidamente.
El seudoprincipio de identidad ha obstaculizado el desarrollo de la metafísica y, con ello, de las ciencias experienciales porque este seudoprincipio vacía todo de unidad, dirección y sentido transcendentes ya que, cerrando la consciencia y el objeto en sí mismos, los desprovee de la geneticidad con la que está investida toda la realidad.
Frente al “ser identitático”, F. Rielo, propone el “ser genético”. El ser no es, pues, identidad, sino “geneticidad”. El ser no es “ser” simpliciter, sino ser+, indicando con el + que es un campo de valores vitales. La geneticidad, elevada a absoluto y a la máxima simplicidad, es, racionalmente, relación absoluta de dos vitales que constituyen la vida absoluta. Estos dos vitales, suprema expresión del ser+, tienen que ser personas divinas realmente distintas: no menos de dos, porque habríamos incurrido en el seudoprincipio de identidad; no más de dos, porque una tercera persona divina sería, racionalmente, un excedente metafísico, teniendo en cuenta la simplicidad absoluta del modelo. Son pues dos personas, dos vitales realmente distintos. El primer vital, definiens, acción agente, define al segundo vital, definiendum, acción receptiva, en tal grado que la relación definiens y definiendum del modelo absoluto se constituyen en la definición metafísica, lo mismo que la acción agente y la acción receptiva se constituyen en único ACTO ABSOLUTO. Para tener una visión bien formada de esta BINIDAD que presenta el modelo, debemos hacer lo siguiente: a) elevar a absoluto la relación —ya que toda la realidad es constitutivamente relacional[5]— con el resultado necesario de dos términos que la constituyen; b) romper la identidad para imposibilitar la petitio principii, y c) remontarnos sobre el campo fenoménico. Esta visión genética, desde el punto de vista racional, es binitaria; sería necesario el don de la fe para que el modelo absoluto se presentara a nuestra visión fiducial como Santísima Trinidad de personas, entrando en el ámbito fiducial (o de la fe) de la Teología Metafísica, como la denomina el fundador de la Escuela Idente.
Pero prosigamos nuestra exposición en el campo de la racionalidad.
Debemos ser conscientes que el absoluto es aquella realidad, absolutamente simple, infinita y eterna que no depende de nada ni de nadie. Al absoluto se le ha llamado de muchas maneras: en la actitud metafísica o filosófica, ser de todos los seres, causa de todas las causas, realidad de realidades; y, en la actitud teológica o religiosa, Dios, Alá, Yahvé… El absoluto, llámesele como se quiera, debe ser el modelo metafísico, cuya presencia constitutiva en el ser humano define a este como persona abierta al infinito y a la eternidad; lo finito, lo circunstancial, lo contingente, son conceptos que no definen a la persona, solo la limitan. Cuando el ser humano hace de sí mismo o de cualquier finitud un absoluto, se encuentra con una consciencia deforme, esclávica[6]. Esta actitud le lleva a la egolatría e idolatría, pues el absoluto ha sido suplantado por un seudoabsoluto, sustituyendo el COMPROMISO ONTOLÓGICO por un dejarse arrastrar de lo que le limita, esto es, de lo finito, circunstancial y contingente.
El modelo absoluto es, para Rielo, a nivel racional, la CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN de dos seres vitales que, ad intra, constituyen, en inmanente complementariedad intrínseca, única vida absoluta, único sujeto absoluto, único ACTO ABSOLUTO, única consciencia absoluta, única libertad absoluta, y con ello, única verdad, bien, belleza, omnisciencia, omnipotencia, perfección, infinitud y, analógicamente, todo lo que el ser humano experiencia, finitamente, como virtud y valor, elevados a absoluto. La persona humana posee lo menos de lo “más y absoluto” que posee el modelo metafísico, dados por el propio modelo metafísico.
Este modelo, que es único absoluto, comprende toda virtud y valor, toda perfección e infinitud ad intra, imposibilitando ad extra otro absoluto. La razón es clara: no puede haber dos absolutos porque serían o absolutamente idénticos o absolutamente opuestos. Si fueran idénticos, se daría el absurdo de la identidad absoluta; si fueran opuestos, se daría el absurdo de la contradicción absoluta. Luego no puede haber sino un solo absoluto, imposibilitando a priori otro absoluto, llámese este “nada absoluta”, materia, sociedad, hombre, riqueza, etc. Es lo que el fundador de la Escuela Idente ha venido en llamar “paradoja del doble absoluto”.
La sustitución del absoluto por un seudoabsoluto es lo que denomina F. Rielo “idolizar”. Podemos hacer ídolos, idolizar el instinto, la sensorialidad, la estimulación, la razón, los sentimientos, el cosmos, el cuerpo, la sique. Una ideología se caracteriza, según nuestro autor, por su reduccionismo, exclusivismo e intransigencia o fanatismo. Idolizar es reducir, empequeñecer, humillar, esclavizar. El materialismo, por ejemplo, reduce al ser humano a materia, excluye todo lo que no va con el discurso materialista e incurre en el voluntarismo de la petitio principii por la que debe reduplicar el punto de partida: la materia halla su explicación en la materia. El materialismo instaura un determinismo con un comportamiento irresponsable y a la deriva, donde la libertad y la consciencia se convierten en simple quimera. No hay mayor humillación y esclavitud que dejarse aplastar por la materia o por cualquier otra cosa que no sea la luz liberadora, potenciante, dialogante, generosa del absoluto amante, que ha creado, con su amor omnisciente y omnipotente, la materia y sus fenómenos con sus leyes en evolución hacia la vida. Afirmaba el Nobel de física, Max Planck, que “Toda la materia surge y persiste solamente debido a una fuerza que hace que las partículas atómicas vibren, y las mantiene juntas en el más diminuto de los sistemas solares: el átomo. Sin embargo, en el universo entero no hay fuerza que sea inteligente o eterna, y por lo tanto debemos suponer que detrás de esta fuerza hay una Mente o Espíritu consciente, inteligente. Este es el origen mismo de toda materia”[7].
Proseguimos en nuestra explicación de la geneticidad rieliana. La imposibilitación de otro absoluto ad extra, al no ser “nada absoluta”, es “algo”, esto es, vacío de ser o “posibilidad genética”, determinada ad extra por el propio modelo absoluto. La posibilidad genética es condición para que pueda darse la creación.
Y es aquí donde Rielo distingue los tres momentos esenciales de la creación: el big-bang de la materia, el big-bang de la vida y la creación del espíritu.
No puede darse, por mucho que se quiera, una estructura matemática completa del big-bang de la materia. No hay instrumentos para medir y experimentar el primer momento del big-bang. Tenemos que acudir a la metafísica.
Debemos partir —así lo explica Rielo— para entender el big-bang de la materia, que no existe otro absoluto, mejor dicho, no existe la “nada absoluta”, porque se hubiera dado la paradoja del doble absoluto. La nada relativa o “vacío de ser” es un concepto genético —determinado por el modelo absoluto ad extra— cuya propiedad es el “aliquid”. Este “aliquid” o “algo” es “posibilidad genética”, que está en la omnisciencia divina ad extra y que, antes de la creación, es acción receptiva a la acción agente de la omnipotencia divina. El acto de creación consiste en que la omnisciencia del modelo absoluto es activada ad extra por el acto omnipotente de la libertad divina, dando lugar al big-bang de la materia. La omnipotencia es, de este modo, la acción agente —y no una energía que tiende al infinito— en la acción receptiva de la omnisciencia ad extra en la que está toda la realidad posible ‘en teoría’ —y no una supuesta masa tendente a cero—. La palabra “teoría”, que viene del griego, θεωρία [Theoría], es la contracción de dos términos: θεός [theós=Dios] y ὁράω [horáo=ver], que posee, según Rielo, el significado de “visión ad extra del modelo absoluto de toda la realidad posible”. El vacío de ser está genetizado por la acción receptiva de la omnisciencia ad extra, dando como resultado la posibilidad genética del espacio, tiempo, materia, seres y cosas, con sus fenómenos, leyes y propiedades, que constituirán el conjunto de la creación. Es pues visión teórica, diseño absoluto, de la Mente Divina[8]. El ser humano participa con sus finitas teorías “bien formadas” —por medio de la inspiración ontológica— de las distintas posibilidades genéticas que le proporciona la “teoría divina” o “fenos”[9], que es lo que, desde toda la eternidad, aparece como “posibilidad genética” a la omnisciencia divina ad extra. La posibilidad genética, concepción genética de la nada, no es un absoluto, sino un subabsoluto sujetado por el propio absoluto.
El big-bang de la materia es el primer momento creador en el cual interviene el acto omnipotente por el que el modelo absoluto reduce a cero la posibilidad genética, dando lugar a la existencia del ente creado, que pasa de la posibilidad genética a la actualidad genética. Aquí comienza la evolución física con sus leyes y fenómenos. Las cuatro fuerzas conocidas (electromagnética, nuclear fuerte, nuclear débil y gravitación), en interacción, dan lugar al proceso evolutivo de la materia en cuyas leyes está presente la ACTIO IN DISTANS del modelo absoluto, dando forma, ordenando y haciendo perdurar la creación realizada: no hay nada, ningún proceso, que no sea conocido por la omnisciencia divina y actuado por la omnipotencia también divina del modelo absoluto. El ser humano participa, aunque limitadamente, del conocimiento y poder divinos, pero lo hace de un modo finito abierto al infinito. Puede matematizar el campo finito de la materia, pero nunca podrá matematizar el infinito a no ser con el simpático símbolo de un ocho tumbado, que solo puede servir de convencional comodín matemático.
La evolución de la materia y sus fenómenos, por medio de leyes intrínsecas definidas por la ACTIO IN DISTANS del modelo absoluto, está abierta a la vida; por tanto, la evolución material despliega en sí misma las condiciones de máxima aperturidad de la materia a la vida. Estas condiciones se presentan en el ámbito espaciotemporal físico cuando aparecen en la evolución las moléculas prebióticas (carbohidratos, ácidos nucleicos, péptidos y proteínas, y lípidos), que son los cuatro tipos de moléculas de las que están hechos los seres vivos. La interacción de estas moléculas hace posible que se dé el segundo momento de la creación: el big-bang de la vida cuya evolución viene determinada por leyes regidas por la divina presencia reverberativa del modelo absoluto. En su libro Ejercicios anatómicos sobre la generación de animales, William Harvey, investigador y creador de la fisiología y embriología modernas, escribía: “Reconocemos que Dios, el Creador Supremo y Omnipotente, está presente en la generación de todos los animales como si apuntaran con un dedo a su presencia en sus obras”[10].
Pero la vida anímica prosigue su evolución hasta alcanzar la máxima aperturidad al espíritu. Esto sucede cuando el cerebro ha alcanzado su máximo desarrollo evolutivo en el precedente homínido con el cual llega el tercer momento de la creación singular en la sucesión biológica. Con la activación de la información genética de carácter biológico (momento de la concepción de cada ser humano), se da al mismo tiempo la libre creación del espíritu por el modelo absoluto que infunde, con su divina presencia constitutiva, en el sicosoma codificado en el zigoto. El zigoto es, consiguientemente, una persona humana dotada de consciencia, de facultades y de funciones sicoespirituales y sicosomáticas que se irán formando, manifestando y desarrollando en la medida que lo vaya haciendo el sicosoma en interacción con el medio interno y externo. Hablar del origen biológico del individuo como persona humana en estadios más avanzados del proceso biológico es de una falsedad manifiesta que solo es explicable por un reduccionismo ideologizado que nada tiene que ver con la ciencia, con el progreso y con el bienestar físico, síquico y espiritual del ser humano. El padre de la genética moderna, Jerome Lejeune, aseveraba que “Cada uno de nosotros tiene un momento preciso en que comenzamos. Es el momento en que toda la necesaria y suficiente información genética es recogida dentro de una célula, el huevo fertilizado y este momento es el momento de la fertilización”[11]. Ni la vida biológica ni la vida del espíritu emergen de la materia, pero son dadas a la materia para que esta quede asumida y forme parte de la naturaleza de los vivientes no personales y de los vivientes personales. El ser humano, con su cuerpo, participa de la materia; con su sique, participa de los vivientes no personales; con su espíritu, participa del modelo absoluto.
Para Rielo, no existe ni evolucionismo ni creacionismo, en sentido absoluto y excluyente uno del otro, sino evolución en la creación y creación en la evolución: en la cima de la evolución de la materia, aparece por creación la vida anímica; en la cima de la evolución de la vida anímica, aparece por creación la vida del espíritu en cada concepción biológica del ser humano.
¿Pero qué es el modelo absoluto? Ya lo hemos dicho: “la CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN”, por la cual, a nivel racional, son dos personas divinas en inmanente complementariedad intrínseca, o Santísima BINIDAD, y a nivel revelado, tres personas divinas en inmanente complementariedad intrínseca, o Santísima Trinidad. El desvelamiento de la intimidad divina —nos dice Rielo— es debida al mensaje y testimonio de Cristo que, perfecto Dios y perfecto hombre, nos revela que Dios es tres personas divinas con nombre propio: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esto adquiere importancia decisiva en el sentido de que el modelo absoluto, Santísima Trinidad, está presente en toda la creación: en la materia y sus leyes y fenómenos, por medio de la ACTIO IN DISTANS; en los vivientes no personales, por medio de la divina presencia reverberativa; en los vivientes personales, por medio de la divina presencia constitutiva en todos los seres humanos y, por medio de la divina presencia santificante, en los bautizados en virtud de la redención de Cristo.
La sistematización del modelo absoluto la hace Rielo en su Teología Metafísica con sus dos campos: racional y revelado. Cristo es, para F. Rielo, el Metafísico por antonomasia, y el Evangelio es el código en el cual se encierra el saber y poder de Dios. «La clave de este código es —en palabras del fundador de la Escuela Idente— la generosidad o el amor por el cual podemos adentrarnos: a) en la intimidad de un Padre que engendra a su Hijo y lo envía, encarnado en una naturaleza humana, al ser humano; b) en la intimidad del Hijo que nos dice cómo ir al Padre con su palabra y con su ejemplo; c) en la intimidad de un Espíritu Santo que, revelado por el Hijo y enviado por el Padre y por el Hijo, nos lleva a la plenitud de la verdad divina y a dar unidad, dirección y sentido a todo lo que es y existe. La experiencia mística nos tiene que llevar a descifrar la información que nos proporciona este código. El amor, encarnado en Cristo, es el camino, la verdad y la vida, que nos da la clave de este código. Todas las dimensiones del amor están encerradas en el Evangelio, y solo desde el amor y con el amor se puede vivir y dar testimonio del Evangelio»[12].
Hemos afirmado asimismo que no debe sustanciarse el modelo absoluto en una realidad diferente del propio modelo absoluto, porque sería una sustitución, una antropomorfización, una degradación, un seudoabsoluto. Dicha sustanciación es, según Rielo, una proyección de la egotización humana; egotización que no es absoluta, pero contamina la visión del modelo. Esta contaminación da lugar a las ideologías o discursos que emanan de seudoabsolutos o ídolos. El ser humano, con su tendencia egótica, es proclive a construirse ídolos, y con ellos convive en muchos casos subconsciencialmente formando cuerpo con su historia y su cultura.
La negación del modelo absoluto va contra la naturaleza misma de la persona, pues está definida por su presencia constitutiva, necesaria para dar unidad, dirección y sentido a la vida en todos sus niveles, ámbitos y dimensiones. Esta negación posee diferentes causas cuya raíz son las disgenesias morales y síquicas con proyección e interactuación en la educación, sociedad, cultura, ciencia, religión, donde interviene la mentira sicológica o moral y los diferentes mecanismos sicoéticos de defensa que se fundan en la tendencia egotizadora que busca una supuesta homeostasis en la justificación moral y sicológica. El rechazo del absoluto tiene como consecuencia la CONSCIENCIA DE SEPARACIÓN, causante de la experiencia límite de la contraconciencia con el resultado de la soledad, de la angustia, del miedo, de la culpa, de la tristeza de la vida, y de las deformaciones que se derivan de las actitudes egocéntricas. En orden a la curación, Rielo nos ofrece la concepción genética de la Terapia Transcendental o Syneidoterapia, referida a la terapia de la consciencia, que puede dar unidad, dirección y sentido a toda otra clase de terapia.
En su “Definición mística del hombre y el sentido del dolor humano” (Roma, 1996), Rielo precisa la enumeración de los diversos tipos de disgenesias que trata la Syneidoterapia, ya sea las de orden síquico, las de orden moral y las de orden ontológico.
Concluyendo. Fernando Rielo utiliza las palabras geneticidad, genético, gene, a modo de campo de valores incluyendo conceptos como génesis, origen, coorigen, fin o finalidad, transmisión, procesión, vida, comunicación, apertura, patrimonio hereditario, entrega, amor, éxtasis, etc. Lo genético, en general, es para F. Rielo lo relativo: a) A los tres niveles de la naturaleza humana —biológico, síquico y espiritual—. b) A los cuatro ámbitos de relación de la persona humana: personal, consigo misma; sacral, con lo transcendente; social, con los seres humanos; cósmico, con la naturaleza. c) A las múltiples dimensiones que el ser humano produce, creativa y libremente, para realizarse y conseguir el bienestar físico, sicológico, espiritual y social, como son la historia, la religión, la ciencia, la técnica, la cultura, el arte, el deporte, la economía, la política, etc.
Debemos distinguir, pues, los tres grados fundamentales de lo genético: lo biológico, lo ontológico y lo metafísico. Lo ontológico, relativo al ser del espíritu humano, es imagen de lo metafísico, que es lo relativo al ser divino, del que, a su vez, es vestigio lo biológico, que es lo relativo al ser de los vivientes no personales y de las cosas con su apertura a la vida.
El supremo rango de la geneticidad es, pues, el metafísico, que es el del modelo absoluto que da razón integral de toda la geneticidad. No puede ser de otro modo. Si se estableciera como modelo de la geneticidad lo biológico, Dios y el hombre serían imagen de lo biológico, incurriéndose, de este modo, en las diversas formas del biologismo materialista, panteísta, emanacionista o inmanentista, ideologías que han estado presentes en la historia de las religiones y de las mentalidades, y que si no se establece una visión bien formada de una metafísica genética, seguirán imperando con fuerza, con el deterioro del ontológico patrimonio genético, en el saber, cultura y vida de la persona humana[13].
Queda afirmar, por último, que, para la razón fiducial cristiana, bien formada, la geneticidad absoluta, esto es, la absoluta perfección, infinitud, omnisciencia y omnipotencia de Dios se realiza humanamente en Cristo con lenguaje, sentir, pensar, padecer, sufrir y morir humanos. ¿Por qué Dios se hace humano en Cristo, sobre todo en la cruz clavado, agonizante, muerto?
He aquí la gran lección del misterio de la cruz, capaz de transformar el odio en amor, la ignorancia en sabiduría, la debilidad en fortaleza, la muerte en vida.
La antropomorfización de Dios por el hombre, hecho inevitable en todas las religiones, ha quedado superada, en Cristo, por la “divinización del hombre por Dios”.
Y es aquí donde, según F. Rielo, está la clave de la auténtica genetización ontológica del espíritu humano.
- ↑ Bibliografía: Rielo, Fernando: “CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN”, Quito (Ecuador), III Congreso mundial de Filosofía Cristiana (Quito-Ecuador-Julio,1989) 159-181. “Concepción genética de lo que no es el sujeto absoluto y fundamento metafísico de la ética” en Raíces y valores históricos del pensamiento español, FFR, Madrid 1990, 97-134. “Filosofía psicoética” en Filosofía y ética, Madrid 1996. “Definición mística del hombre y sentido del dolor humano”, Roma 1996. “Formación cultural de la filosofía”, en Filosofía, ética y educación, FFR, Madrid 2001, 33-55. Mis meditaciones desde el modelo genético, FFR, Madrid 2001. Concepción mística de la Antropología, FFR, Madrid 2012. Consciencia y neurosis, (inédito). Concepción genética de la metafísica y Concepción genética del método (inéditos).
- ↑ Evangelii gaudium, n. 243.
- ↑ A Scientist's God, Collier, 24 de octubre de 1925.
- ↑ Tihomir Dimitrov, La dimensión espiritual de grandes científicos, Traducido y adaptado por: Jorge G. Ibáñez Cornejo, Pilar Erdozain Ortiz y Georgina Ibáñez Velasco. Universidad Iberoamericana, México 2014, 82.
- ↑ Lo único que no es relacional es la nada absoluta, que no existe; por tanto, toda la realidad es relacional. Y esta es, según F. Rielo, la experiencia que ningún ser humano puede desmentir: “Todo se constituye en relación”.
- ↑ Neologismo que, en nuestro autor, significa “esclava y esclavizante”.
- ↑ «Conferencia Das Wesen der Materie [La naturaleza de la materia]». Archiv zur Geschichte der Max-Planck-Gesellschaft, Abt.Va, Rep. 11 Planck (impartida en Florencia, Italia.) 1797: 362-362, 1944. Citado por Tihomir Dimitrov, La dimensión espiritual de grandes científicos, o.c., 45.
- ↑ El precursor de la termodinámica y la energética, Lord Kelvin, afirmaba que “En todo nuestro alrededor se encuentran pruebas abrumadoramente fuertes de un diseño inteligente y benévolo; y si algunas perplejidades, ya sean metafísicas o científicas, nos alejan de esas pruebas por un tiempo, vuelven a nosotros con una fuerza irresistible, mostrándonos a través de la Naturaleza la influencia de una voluntad libre, y nos enseña que todos los seres vivos dependen de un Creador activo y Soberano”. Tihomir Dimitrov, La dimensión espiritual de grandes científicos, o.c., 34. Otros científicos y destacados premios Nobel se expresaban en este mismo sentido, como Arthur Compton: “El argumento sobre la base del diseño, aunque trivial, nunca ha sido debidamente refutado” (Ibid., 68); o como John Eccles: “Además creo que hay una finalidad, algún Diseño en los procesos de la evolución biológica que ha llegado eventualmente hasta nosotros” (Ibid., 77). Se expresaron asimismo Darwin: “primera causa con una mente inteligente” (Ibid. 31); Einstein: “Esta firme CREENCIA, vinculada con un gran sentimiento, en una Mente superior que se revela a sí misma en el mundo de la experiencia, representa mi concepción de Dios” (Ibid. 62), etc., etc.
- ↑ El vocablo “fenos” es un neologismo de F. Rielo, de raíz grecolatina φαινόμενον–phaenomĕnon, que tiene el significado de “lo que aparece ad extra a la inteligencia divina antes de la creación”.
- ↑ Tihomir Dimitrov, La dimensión espiritual de grandes científicos, o.c., 20.
- ↑ Fe y Ciencia. Pensamientos de grandes científicos - https://educacionparalasolidaridad.com.
- ↑ Concepción mística de la antropología, FFR, Madrid 2012, 27.
- ↑ Véanse algunos de mis escritos sobre F. Rielo. López Sevillano, José María: “(1990) La nueva metafísica de Fernando Rielo”, en Aportaciones de pensadores españoles contemporáneos, FFR, Madrid 1991, 69-108. “Las claves del pensamiento metafísico de Fernando Rielo: el reto presente de las nuevas generaciones”, en Proceedings of the Metaphysics for the Third Millennium Conference, (in Roma 4-7 septiembre 2000), Vol I, Universidad Técnica Particular de Loja, Loja (Ecuador) 2000, 157-172. “Nuevo paradigma del conocimiento en Fernando Rielo” en Proceedings Metaphysics 2003 Second World Conference Rome July 2-5, Fondazione Idente di Studi e di Ricerca, Roma 2003. “Dimensiones del diálogo metafísico: ciencia, cultura y mística: Vías de acceso al pensamiento de Fernando Rielo”, en Metaphysics 2006, III Congreso Mundial de Metafísica, Roma 6-9 julio 2006), FFR, Madrid 2006. “Implicaciones del Modelo Genético en las áreas experiencial y experimental de las ciencias”, en Proceedings Metaphysics 2009 4th World Conference Rome November 5-7, Fondazione Idente di Studi e di Ricerca, Roma 2009, 37-44. “Concepción genética del principio de relación como modelo absoluto en Fernando Rielo”, en Metaphysics 2012 Proceedings Metaphysics 2009 Fifth World Conference, Rome, November 8-10, 2012, Fundación Fernando Rielo, Madrid 2015, 437ss. “Mística y antropología”, en Antropología, Mística y Arte, Universidad Pontificia de Salamanca, Cátedra Fernando Rielo, Salamanca 2015, 75-92. “Complementariedad de metafísica y mística, una propuesta a la luz del pensamiento de Fernando Rielo”, en Metaphysics 2025, Proceedings of the Sixth World Conference, Salamanca, November 12-14, 2015, Fundación Fernando Rielo, Madrid 2018, 27-40. “Actualidad de la metafísica. Una mirada desde los siete congresos mundiales (200-2018) en Actualidad de la metafísica. Persona, ciencia y salud, Universidad Pontificia de Salamanca, Cátedra Fernando Rielo, Salamanca 2018, 17-32.