Actualidad de la metafísica: Persona y ciencia abiertas al Absoluto
Concluding Address
Actualidad de la metafísica: Persona y ciencia abiertas al Absoluto
José María López Sevillano
Presidente de la Escuela Idente
Debemos preguntarnos, en primer lugar, si es actual la metafísica teniendo en cuenta que se han dado tantas negaciones de la misma en la filosofía moderna y contemporánea. El empirismo, el positivismo, el marxismo y Nietzsche han contribuido a alimentar corrientes antimetafísicas que recorren la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI. Estas tendencias están enmarcadas en lo que se ha solido denominar “movimiento postmoderno” que se proyecta en el arte, en la cultura, en la política, en la literatura, en la ciencia y, cómo no, en la filosofía. Hay que concebir este movimiento como una especie de “inteligencia universal colectiva” que, desde la utilización de los medios tecnológicos del avance científico y los medios de comunicación de la revolución informática, intenta, sin ningún pensamiento definido, superar los problemas del mundo y de la humanidad. El resultado de todo ello es operar, en los diferentes ámbitos de la persona y de la sociedad, desde una visión materialista cuyos ejes son el relativismo, el escepticismo y el hedonismo, como ya lo hiciera constatar el papa emérito Benedicto XVI. Para el postmodernismo, la metafísica es inservible. No hacen falta principios, ni fundamentos forjadores de los macrorrelatos, según dicen. La verdad absoluta está fuera de la realidad. Lo que realmente existen son las múltiples perspectivas en que se ve, subjetivamente, el objeto. Las grandes figuras carismáticas, la autoridad del maestro, son sustituidas por líderes de carácter efímero que pronto son reemplazados por otros líderes también efímeros. La gente busca la satisfacción en lo inmediato, pero enseguida se cansa de ello. El cansancio, la saturación, la bulimia informática, el acoso de la propaganda y el juego del consumismo, la fobia a pensar, la intolerancia al fracaso, el victimismo, la consideración de la salud como un valor absoluto, el bienestar físico, son aspectos latentes en todos los ámbitos de la sociedad actual. ¿Qué podemos hacer entonces?
Con el llamado giro lingüístico se ha priorizado la forma sobre el contenido. Si antes era la omnímoda razón la que fundaba y formaba la realidad y su verdad, ahora lo hace el todopoderoso lenguaje con sus estructuras en las que cabe todo lo que uno quiera. Al quitar el fundamento y el sentido, se ha soslayado aparentemente su intento totalizador y dejado abierta la puerta al nihilismo, a la anarquía, y a la inversión de los valores, que, de una u otra manera, han estado presentes en las diversas mentalidades y sociedades que se han sucedido a lo largo de la historia. Hoy se prefiere el pensamiento débil, la voluntad débil y las emociones fuertes convirtiendo el cuerpo en instrumento de libertad —más bien de libertinaje— y fuente de placer, pero como afirma el poeta: “Cuán presto se va el placer; / cómo después de acordado / da dolor”.
No debemos extrañarnos, empero, de estos pormenores. Se han iniciado, alternativamente, otras corrientes que van contra la postmodernidad, algunas de las cuales dan paso a la llamada metamodernidad, que hace una especie de síntesis, que se cree superadora, de la tesis modernista y de la antítesis postmodernista. No sabemos aún en qué pueda consistir esta superación que se traduce en actitudes que nos quieren dar más de lo mismo. Mientras tanto, los seres humanos siguen naciendo, si los dejamos nacer, y nos seguimos muriendo de forma natural o violenta, en paz o en guerra, a pesar de todos los avances tecnológicos e inventivas de todo orden.
No obstante, tenemos que afirmar que todas las filosofías han tenido vocación metafísica. No existe error absoluto, afirma Fernando Rielo, pues la tendencia honda, fundamental, de todo ser humano es, digamos, su “instinto metafísico”; de ahí, su asombro, su curiosidad, su fascinación por las cosas que le rodean y por lo desconocido. Ya el niño, apenas comienza a hablar, comunicándose con sus padres, hace preguntas que despuntan el sentido metafísico: ¿qué es esto?, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿cómo? Cuando al niño se le responde y no queda satisfecho, hace consecutivamente otras preguntas hasta hallar la respuesta que le pueda satisfacer. No ha habido siglo alguno, incluida la época actual, donde la metafísica no haya estado presente, aunque solo sea para afirmarla o para negarla, entendiendo por metafísica la ciencia que estudia los fundamentos de la realidad en todos sus niveles, ámbitos y dimensiones. Muchos filósofos han expresado la necesidad imperiosa de la metafísica. El pensador Mario Bunge ponía todo su énfasis en que “no hay modo de evitar la metafísica”. No estoy de acuerdo con Heidegger de que la metafísica ha perdido potencia y ha rendido sus últimos frutos. Quien ha perdido potencia es el hombre que hace metafísica, y no quiere empeñarse en rendir frutos.
Pero vayamos al inicio de la historia del pensamiento, pues si hay alguna anomalía en la metafísica, debe estar larvada en el origen, en su formulación primigenia. Si hacemos un recorrido histórico de los sistemas filosóficos, todas sus semillas se encuentran en la cultura y pensamiento griegos que también echan raíces en la cultura oriental. Si el número de sistemas filosóficos (N) se suceden (+1), quiere decirse que el +1 de cada sistema es un resto ontológico que deja el anterior y que recoge otro sistema consecutivamente. Siempre se da un resto ontológico que nunca se logra integrar en el sistema. ¿Qué está ocurriendo?
Fernando Rielo nos pone de manifiesto que hay un problema grave que siempre ha estado presente en la historia de la filosofía, y que tiene que estar en la raíz del pensamiento metafísico. La metafísica, nos viene a decir nuestro autor, nació enferma en su origen con Parménides al instaurar el “ser es y el no ser no es”. A las sucesivas etapas del “ser es ser”, le han seguido las etapas del “no ser es no ser”. De este modo, dirá Rielo que el SEUDOPRINCIPIO DE IDENTIDAD es el pecado original de la metafísica, el virus que se introdujo en el ser y en el no ser, e infectó la historia del pensamiento. Este seudoprincipio instaura, además de la identidad estática, señalada en el esquema de fórmula “A es A”, la identidad dinámica de la dialéctica de opuestos en la secuencia indefinida y superadora del “A es A” y “no A es no A”, con sus carentes de sentido sintáctico, semántico, lógico y metafísico. La consecuencia actual del SEUDOPRINCIPIO DE IDENTIDAD es una sofística, carente de orden y rigor, al servicio del que más grita o del que sabe seducir o manipular al ignorante que ha cedido al pensamiento y a la voluntad débiles. Hay un hecho inédito que ha pasado por alto a los pensadores católicos, quizás por desconocimiento, o porque no se ha querido entrar en ello. El Magisterio de la Iglesia Católica se expresa sobre el seudoprincipio de identidad condenando la siguiente proposición: “… este es el primer principio y no otro: ‘si ALGO es, algo es’” [“… hoc est primum principium et non aliud: ‘si aliquis est, aliquis est’”. Dz 570 [1048]. Publicado en Denifle, Henricus, O. P., Chartularium Universitatis Parisiensis. Paris (Tomo II), p. 576ss, 1124. Esta proposición fue condenada por el papa Clemente VI en 1346, entre otras tesis de Nicolás de Autrécourt, como falsa, peligrosa, presuntuosa, sospechosa, errónea y herética.
Si volvemos, por ejemplo, a la carencia de sentido semántico, la fórmula “ser es ser” tiene la misma validez que “no ser es no ser”. Por tanto, con el SEUDOPRINCIPIO DE IDENTIDAD todo lo que se diga del “ser” tiene la misma validez que todo lo que se diga del “no ser”. Con el seudoprincipio de identidad emergen las siguientes preguntas, de las que se ha vertido mucha tinta, pero que no tienen solución: ¿Por qué el ser y no la nada? ¿Por qué hay algo en lugar de nada? ¿La existencia del ser o del no ser es un problema de elección o es simplemente un seudoproblema? Perderse en estas preguntas y en otras semejantes me recuerda a aquellas preguntas medievales de cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler o si las mujeres tienen alma, pensamientos irrelevantes, ridículos y degradados que dieron fin, entre otros aspectos de crisis y de cansancio, a la Edad Media. ¿No sucederá esto hoy? ¿Se dejan de lado los problemas de la actualidad? Por ejemplo, el hambre, la desigualdad, los conflictos armados, el terrorismo, el racismo, el desprecio de la vida, la disgregación de la familia, la degradación de la política, la negación de la transcendencia, el maltrato de la naturaleza en todas sus dimensiones: cósmica, vegetal, animal, humana; ahí tenemoslos problemas de la contaminación, de la manipulación genética, sobre todo, en humanos, y todo ello con fines utilitaristas y económicos.
La identidad teórica causada por el pecado original de la metafísica con Parménides es consecuencia de la identidad existencial causada por el PECADO ORIGINAL de la religión. Adán y Eva cometieron el pecado original de la religión absolutizando su YO, esto es, llevando su yo al “yo es yo” existencial, que habría de sistematizar con cierto éxito el pensador alemán Fichte, y que daría lugar a la identidad dinámica de la lucha de opuestos de la lógica dialéctica.
La IDENTIDAD, mírese como se mire, es reductiva, excluyente e intransigente, engendrando en su seno las diversas formas de violencia que dan lugar a las ideologías.
Son las ideologías, causadas por este seudoprincipio las que distorsionan y degradan profundamente la visión de la realidad. El reconocimiento de una ideología lo obtenemos, según Fernando Rielo, por su estructura reductiva, excluyente e intolerante. Las ideologías reducen, en lugar de potenciar; excluyen, en lugar de incluir; y fanatizan, en lugar de activar la apertura y el diálogo. Si nos referimos al cuerpo, a la psique y al espíritu del ser humano, cualquiera de estos niveles que tomemos, elevados a absoluto identitático, incurren en IDEOLOGÍA: el ser humano no es sólo cuerpo, ni es solo psique, ni es sólo espíritu. De este modo, el MATERIALISMO o fisicalismo, el psicologismo o conductismo y el espiritualismo o idealismo gnoseológico, son ideologías porque, absolutizando un solo nivel de la naturaleza humana, presentan la realidad del hombre reducida a ese nivel con exclusión de los demás. La tendencia ideologizante está presente en la reflexión, en el discurso, en la filosofía, en la política, en la cultura, en la ciencia, en la religión. Nadie está libre de la tentación ideológica. Lo que tenemos que hacer es no caer en esta tentación. Toda ideología intentará siempre forjar un discurso justificativo e impositivo cuyos frutos podemos observar en el comportamiento de quien está preso entre los barrotes de la reducción, de la exclusión y de la intransigencia, que es el resultado que todos podemos observar en cualquier ideología.
Si nos referimos a la vida, no podemos incurrir en el simplismo de lo que dicta solo la matematización y el experimento de las ciencias biológicas y limitarnos a las expectativas generadas con la secuenciación del genoma humano. No somos pura biología. Nuestro cuerpo, tal como lo percibimos, no está diseñado para la inmortalidad. Seguiremos muriéndonos, tarde o temprano, por infarto, por cáncer, por accidente o por otras enfermedades antiguas o nuevas. El optimismo de la ciencia y su técnica no ha aliviado a nadie del temor a la MUERTE. Reducir nuestra vida a simple biología es incurrir de lleno en la triste y angustiosa ideología del biologismo materialista.
Debemos distinguir, por lo menos, tres ámbitos de la vida:
la vida orgánica o vegetativa,
la vida psíquica o anímica,
y la vida espiritual o consciencial.
La materia, cuando llega a su grado culmen de evolución se abre a la vida. Tal hecho ocurre en la interacción de los elementos prebióticos —carbono, ácidos nucleicos, proteínas, lípidos y glúcidos— que hacen posible que se dé la vida en el cosmos y son los responsables de las características propias de la vida orgánica o vegetativa. A su vez, la vida vegetativa, en su evolución con el sistema nervioso y el cerebro, se abre a la vida psíquica o anímica. Por último, la vida psíquica o anímica —en su evolución con el proceso máximo de encefalización y desarrollo de la corteza cerebral— se abre a la vida espiritual o consciencial.
La materia inerte es incapaz por sí misma de producir vida. De la interacción de las cuatro fuerzas básicas de la materia —gravedad, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil—, o de la interacción de las partículas elementales —quarks, leptones y gluones, solo pueden salir la materia y los fenómenos que se derivan de ella. La vida no es resultado de ninguna de estas interacciones; por tanto, no puede emerger de la materia, sino que es dada a la materia cuando esta cumple, en su evolución, con las condiciones de posibilidad para que pueda realizarse la vida. La materia debe llegar a un momento cumbre de aperturidad a la vida con el objeto de que esta pueda darse en aquella.
La vida orgánica se sucede, a su vez, en interacción con la compositividad de la materia y la complejidad de los componentes vitales —estímulo-respuesta, sensorialidad, instintos y pulsiones— dando lugar a los sentimientos, emociones, IMAGINACIÓN, memoria, fantasía, que son componentes psíquicos complejos. Se constituye, de este modo, la vida psíquica o anímica: es el paso de la vegetación a la animación. La animación, por último, adquiere distintos momentos en la evolución para abrirse definitivamente al espíritu. Hemos llegado, de este modo, a la psicomatización del espíritu que se hace persona en virtud de la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del modelo absoluto que inhabita en aquél. No existe, para Fernando Rielo, ni el evolucionismo ni el creacionismo; sino, más bien, la evolución en la creación y la creación en la evolución.
Si el ser humano posee visión de la realidad, es porque tiene una consciencia que puede dominar lo subconsciencial de la psique y lo inconsciencial del soma, y, abriéndose a la realidad transcendente e inmanente, es capaz de tener visión de sí mismo, de la sociedad, de la ciencia, de la historia, del ARTE, de la religión. Debemos, pues, ir al análisis de nuestra consciencia humana. En ella, observamos que está presente como objeto de conocimiento todo lo que es finito o relativo, y también está presente el infinito o absoluto en cuanto que tenemos consciencia de estar abiertos a este infinito o absoluto. La presencia de lo finito y la presencia del infinito están en nuestra consciencia como objetos de conocimiento y como límite formal (lo finito) y límite transcendental (el infinito); pero no están presentes del mismo modo: lo finito está presente limitándonos; el INFINITO está presente constituyéndonos, potenciándonos, abriéndonos a sí mismo y a la realidad de aquello que no es el absoluto. Por ello, no somos ni finitos ni infinitos; antes bien, finitos abiertos al infinito. ¿Qué es lo que nos define como personas? En ningún caso, nos puede definir lo menos, sino lo más; esto es, nos define la presencia del absoluto que, por ser definiens, es constitutiva, esencial, y en ningún caso accidental. Nuestro espíritu no es definido por la identidad absoluta “espíritu es espíritu”, sino por su relación intrínseca con el absoluto; pero el absoluto tampoco es definido por la identidad “absoluto es absoluto”, sino por la relación intrínseca de, al menos, dos personas divinas, que, vistas desde el punto de vista de la razón, son suficientes para constituir la relación absoluta. Toda la realidad se constituye en relación porque el modelo absoluto es, intrínsecamente, relación absoluta de dos personas divinas, en el ámbito racional, y en el ámbito revelado o cristológico, se constituye por tres personas divinas o Santísima TRINIDAD. Es, para Rielo, el ámbito de la plenitud de la manifestación del modelo absoluto al ser humano.
¿Qué sucede, entones, con la diversidad de religiones e, incluso, con el no creyente? Sencillamente, que puede darse —y de hecho se da— una visión, y por ende una vivencia, no bien formada del absoluto; o lo que es peor, la sustitución del absoluto por un seudoabsoluto, por ejemplo, la materia, el dinero, la sociedad, la naturaleza, etc., o los llamados ídolos de los que tanto habla el papa Francisco, y que Francis Bacon había sistematizado maravillosamente: los ídolos de la tribu, los ídolos de la caverna, los ídolos del foro y los ídolos del teatro, que hoy están de rabiosa actualidad. Cualquier ideología es sustitución del absoluto; la ideología es idea (εἶδος), eidolon (εἴδωλον), ídolo del que vive el discurso ideológico, sustituyendo al modelo absoluto bien formado y bien vivido. El ser humano se pasa la vida viviendo, en más o en menos, el absoluto o creándose seudoabsolutos en los cuales cree encontrar la tabla orteguiana de salvación.
Del modelo genético de Fernando Rielo se desprende, finalmente, una actitud metodológica que no podemos ignorar:
- Debemos llevar la inteligencia a límite en tal grado que el término que resulta, a la visión intelectual bien formada, es el modelo absoluto bajo la razón de axioma absoluto que da dirección al objeto de nuestra inteligencia.
- Debemos llevar nuestra voluntad a límite en tal grado que el término que resulta, a nuestro COMPROMISO ONTOLÓGICO, es el modelo absoluto bajo la razón de fundamento que da sentido al objeto de nuestra voluntad.
- Debemos llevar nuestra tendencia unitiva a límite en tal grado que el término que resulta a nuestra unión, en sentido último, es el modelo absoluto bajo la razón de principio que da unidad al objeto de nuestra unión.
Resumo en dos palabras este pequeño estudio. El modelo absoluto no es otra cosa que el amor absoluto entre personas divinas, que se hacen constitutivamente presentes en el ser humano infundiendo su AMOR en el espíritu y haciendo de este místico amor de su divino amor. Podemos comprender, entonces, que el mayor testimonio de amor es, como afirma Cristo con su palabra y con su ejemplo, “dar la vida”. Se puede privar de la vida, o degradarla espiritual, sicológica y somáticamente, con la violencia, con la injusticia, con la difamación y con todas las clases de DEGRADACIÓN que puede hacer el ser humano consigo mismo y con los demás. Hoy, por los medios de comunicación, conocemos tantas desgracias, tantos abusos, tanta mentira, tanta injusticia, tanta violencia, tanto mal proyectado hacia la sociedad y hacia los que representan la unidad del amor.
Quien está dispuesto a dar la vida, y no a quitarla, ni deteriorarla, y la vida se puede dar y engrandecer de muchas formas y en múltiples dimensiones, entra de lleno en la comprensión de la CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN. Este es, contrario al Dios afirmado por las religiones o el Dios negado por quien no cree, un Dios con rostro. Quien pone rostro a Dios o descubre este rostro divino es el mismo JESUCRISTO, que nos revela la intimidad divina de un Padre que, con Él y en el Espíritu Santo, constituyen el modelo absoluto, presente —supuesta la libre creación ad extra—: constitutivamente, en el ser humano; reverberativamente, en los VIVIENTES NO PERSONALES; y vestigialmente, en la materia y sus fenómenos.
Cristo es, según Rielo, el metafísico por excelencia [1]. Es quien pone auténtico rostro a la metafísica, al pensamiento humano; esto es, da e infunde personalidad, compromete a seguirle para, desde la corona del amor adornada de toda virtud y valor, elevar al ser humano a participar de lo celeste y, desde aquí, contemplar y transformar las relaciones del hombre consigo mismo, con Dios, con la sociedad, con la naturaleza, y hacer fructificar, en dirección a la gloria, las dimensiones que es capaz de crear y realizar en respuesta a la inspiración de un Dios que, presente en él, hace con él historia, ciencia, cultura, religión, política, y, en general, todo aquello que sale de las manos del propio ser humano.
Una metafísica abstracta, sin rostro, que no engendra COMPROMISO ONTOLÓGICO o místico, hay que suponer que no es una metafísica bien formada. Vayamos, pues, a resolver los problemas de actualidad con la visión bien formada de la realidad desde un viviente modelo metafísico cuyo auténtico maestro es Jesucristo. El Evangelio es, pues, según Fernando Rielo, el libro por antonomasia de una metafísica que, complementaria de una mística implícita, se constituye, con una epistemología o método codificado por el modelo, en fundamento inmediato de las ciencias experienciales y fundamento último de las ciencias experimentales. Obtenemos, por tanto, una metafísica vívida, potenciante, incluyente y, necesariamente, dialogante con toda cultura, mentalidad, ciencia, arte o religión. Una metafísica auténtica no puede poseer una solución cerrada, definitiva, radical, excluyente, porque es visión, lo mejor lograda posible, de un ser humano finito abierto al absoluto, pero en ningún caso es el absoluto.
Muchísimas gracias por haberme pacientemente escuchado.
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- ↑ Los padres apologetas presentan a Cristo como el único y verdadero filósofo. Taciano presenta al cristianismo como una filosofía única y verdadera: Justino en su Diálogo con el judío Trifón proclama a Cristo como Maestro de toda sabiduría. Ireneo de Lyon coloca la figura de Cristo superando el nivel de los grandes filósofos: Pitágoras, Platón, Aristóteles. En la misma dirección apuntan Clemente de Alejandría, Orígenes. Cf. Johannes Quasten, Patrología I. Hasta el Concilio de Nicea, 187-250, 320-412. Cristo está representado como un filósofo clásico (túnica corta, pelo corto y sandalias), con una actitud docente a la masa (da sensación de estar cercana de la gente). Sujeta siempre un libro. El filósofo para la sociedad romana estaba, por su formación, próximo a la divinidad. Representa tanto a Cristo filósofo como a la doctrina cristiana como auténtica filosofía. Es muy común en el siglo III y IV, sobre todo en sarcófagos, como ejemplo el famoso sarcófago del s. IV que representa a Cristo como el filósofo, Φιλόσοφος.