ESTÉTICA, Concepción genética de la

De Escuela idente

ESTÉTICA, Concepción genética de la: En el pensamiento rieliano, no hay más que un solo modelo absoluto: la CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN , constituida: en el ámbito intelectual o dianoético, por dos seres personales en INMANENTE COMPLEMENTARIEDAD INTRÍNSECA []; en el ámbito revelado o HIPERNOÉTICO, por tres seres personales en INMANENTE COMPLEMENTARIEDAD INTRÍNSECA []. En sentido estricto, no hay que hablar, por tanto, del modelo ontológico, del modelo estético, epistemológico, ético, etc. La metafísica es la ciencia suprema del modelo; en este sentido, solo se puede hablar con propiedad de un solo modelo: el metafísico en su actuación ad intra o ad extra. Su carácter abierto ad intra, siendo también, por su misma naturaleza, abierto ad extra, establece el carácter genético de una ontología que, formada por la metafísica, tiene por objeto específico la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del sujeto absoluto en un finito ser personal que, aunque creado de su nada singular —POSIBILIDAD GENÉTICA —, queda definido intrínsecamente por aquella divina presencia constitutiva que actúa, como principio absoluto ad extra, en el finito ser personal.

Afirma nuestro autor en Diálogo a tres voces: «La metafísica es la ciencia que estudia la revelación del axioma absoluto[1] por el propio axioma absoluto a la inteligencia humana. La ontología o mística es la ciencia que, con fundamento en la metafísica, estudia la experiencia revelada de un espíritu personal creado que, inhabitado por la divina presencia constitutiva, es unido inmediatamente con la Santísima Trinidad por la propia Santísima Trinidad»[2]. Pero no solo la ontología halla su fundamento en la metafísica, sino también —aunque no sin la ontología— las ciencias del espíritu: «La imagen y semejanza que somos en relación con la Santísima Trinidad, significada por la divina presencia constitutiva en nuestro espíritu, es, supuesta mi concepción genética de la metafísica, el fundamento de la ontología del ser humano; por tanto, de la gnoseología, de la lógica, de la moral, de la sociología y, en general, de las llamadas ciencias del hombre. Concibo la CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN como el paradigma que, haciendo posible las ciencias humanas, las hace, a su vez, comunicables con la metafísica; si con la metafísica, también entre sí. Esta comunicabilidad es la forma de apertura que tiene por supuesto la CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN»[3]. Las ciencias del espíritu poseen, de este modo, carácter ontológico o místico. Las tres ciencias primordiales son las que el fundador de la Escuela Idente estableciera ya de antiguo: la metafísica, la ontología o mística y la gnoseología. Las demás ciencias las suponen hallando su función en ellas. Todas las ciencias, incluidas también la ontología o mística y la gnoseología, se remiten, pues, a la metafísica por constituir esta la primacía absoluta. La metafísica, por último, proporciona el soporte transcendental a las ciencias de la naturaleza: «Mi concepción genética de la metafísica puede dar soporte transcendental a todas las ciencias, pero estas tienen su campo propio, de tal modo que resultan, para mí, pequeñas ciencias que, con sus propias leyes y fenómenos, versan, sin oponerse a Dios, sobre lo que no es Dios. Puede decirse, por otra parte, que, a pesar de los miles de años que pasen por estas ciencias, nunca se podrá adquirir una visión absoluta de sus objetos»[4]. Solamente las personas divinas poseen la ciencia absoluta[5], esto es, visión absoluta del sujeto absoluto y de lo que no es el sujeto absoluto.

Si nos referimos a una concepción ontológica o mística de la estética, debemos acudir a la concepción genética del modelo, porque como axioma absoluto vertebra, en la definición ontológica o mística del hombre, todas las llamadas ciencias del espíritu. No existe una estética, una epistemología, una ética, etc., como ciencias absolutas; lo que existe es la divina belleza absoluta, la divina verdad absoluta, la divina bondad absoluta… Todo ello corresponde a la ciencia metafísica que estudia la CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN. Ahora bien, este único principio absoluto en su proyección ad extra con sus atributos también absolutos —belleza, bondad, verdad—, infunde con su divina presencia constitutiva en la persona humana estos atributos, que, por poseer estos el límite formal del elemento creado de la persona humana[6], no son divinos, antes bien, ontológicos o místicos. Por tanto, la belleza, bondad y verdad humanas, son mística belleza de la divina belleza, mística bondad de la divina bondad, mística verdad de la divina verdad.

¿Qué significa esto? Que las personas divinas nos infunden el místico u ontológico código de su belleza, bondad y verdad. Si nos referimos a este nivel ontológico, la belleza, bondad y verdad en el ser humano poseen dos límites:

  1. formal, la finitud bajo la razón de creación;

  2. transcendental, la infinitud bajo la razón de increación.

La persona humana se encuentra, pues, entre estos dos límites: creado, la naturaleza humana ; increado, la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA . Estos son los dos elementos que afirma el sistema rieliano acerca de la persona finita: creado e increado. Los dos elementos, creado e increado en la persona humana, son inseparables en virtud de que su separación establecería la alternativa de dos imposibles: si negamos la divina presencia constitutiva, se nos da la imposibilidad de la persona humana; si negamos el elemento creado, hemos convertido a la persona humana en persona divina.

La fenomenología, por otra parte, del elemento creado, regida por las leyes de la naturaleza, que tienen como supuesto la ACTIO IN DISTANS del sujeto absoluto, es objeto de las ciencias de la naturaleza; la ontología del elemento increado, regida por las leyes del espíritu, que tienen como supuesto la divina presencia constitutiva del sujeto absoluto, es objeto de las ciencias del espíritu. No hay separación radical entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu porque el ser humano es unidad constitutiva de espíritu, alma y cuerpo. Afirma Rielo Omnia ad supernaturalem originem remittentur [todo se remite a un origen sobrenatural]. La razón es sencilla: si nos referimos a los seres, son definidos en su esencia por la divina presencia constitutiva del sujeto absoluto; si nos referimos a las cosas, son definidas en sus leyes por la ACTIO IN DISTANS del sujeto absoluto. Las personas divinas, siendo origen, principio y fin absolutos, de su propio sujeto absoluto, son también —rota a priori la identidad de la nada absoluta— origen, principio y fin sobrenaturales de lo que no es el sujeto absoluto.

Si en la ontología del ser humano, con supuesto en la metafísica, hallan unidad y sentido todas las ciencias, también la estética debe encontrar en aquella su carácter de ciencia. El modelo metafísico no es, por tanto, el modelo estético, sino el que forma ad extra la definición del ser humano, sujeto ontológico, a su vez, de la estética; esto es, la estética como ciencia está en función de la visión de su objeto por parte de un ser humano definido intrínsecamente por la divina presencia constitutiva del sujeto absoluto. Esta es el TERCIO INCLUSO que, rompiendo la identidad del ser humano en el ser humano, lo forma, lo constituye, lo define, lo abre a la transcendencia. Sin esta aperturidad constitutiva de nuestro espíritu por el sujeto absoluto, no podríamos hacer, crear o recrear ninguna ciencia; menos aún, relacionarnos o comunicarnos con los demás, ni con la naturaleza, ni con nada.

Por tanto, la forma de relación que tengamos con el absoluto es la forma que tenemos de hacer ciencia y de comunicarnos con nosotros mismos, con los demás, y, en general, con todo el universo interior y exterior que nos rodea. Si el ser humano deformara esta relación con el absoluto, aquel podría concebirse a sí mismo ‘de cualquier manera’, constituyéndose este ‘de cualquier manera’ en el referente último de su relación. Este seudoabsoluto, significado por ‘de cualquier manera’, son los ídolos que, con mayor o menor empeño, el ser humano se construye (ideologías, egolatrías, sociolatrías…) como forma de elección para seguir viviendo en este mundo. Esta deformación idolátrica no impide, de ningún modo, que el absoluto siga constituyendo, ontológicamente, al ser humano como persona con su divina presencia. Más aún, es en virtud de esta divina presencia constitutiva del sujeto absoluto que el ser humano posee la ‘energía’ espiritual para utilizar su potestad como persona en orden a su ‘DEIFICACIÓN’ o ‘ateificación’:

  1. la deificación es formación por la actuación del sujeto absoluto en el ser humano con el ser humano;

  2. la ateificación es deformación, por el ser humano, de la actuación del sujeto absoluto en el ser humano.

La razón es sencilla: si el ser humano no tuviera esta energía espiritual para verificar su potestad como persona, no habría en él responsabilidad moral: por tanto, no podría ejercer su potestad como deidad.

La divina presencia constitutiva es, haciendo una comparación, como esa riqueza que es nuestra porque, ontológica o místicamente, la heredamos y con la cual podemos vivir invirtiéndola o malgastándola: si la invertimos, se incrementa nuestra riqueza o patrimonio; si la malgastamos, vamos perdiendo esa riqueza, y nuestro patrimonio se reduce hasta deteriorarse por completo. En el ejercicio de su responsabilidad moral, hasta llegar a las situaciones límites entre la deificación y la ateificación, halla el ser humano sus vivencias encontradas, sus alegrías y tristezas, sus idas y venidas, sus arrepentimientos y caídas, su bondad y su malicia, su verdad y su mentira, su hermosura y su fealdad, su amor y su dolor… He aquí que el ser humano, liberándose o deformándose, libera o deforma también lo que es capaz de concebir, esto es, lo que le rodea y, en último término, libera o deforma a Dios, a la sociedad y a la naturaleza. Pero nuestra riqueza, nuestra heredad, es la divina presencia constitutiva: no es una riqueza externa o extrínseca, no es un patrimonio biológico, ni familiar, ni social; es un patrimonio ontológico, constitutivo de nuestro ser, sin el cual no podríamos vivir ni ser personas. Este patrimonio posee en sí la lectura genética del sujeto absoluto y, por tanto, de todo lo que es creado, constituido y formado por el propio sujeto absoluto. La primera clave de esta lectura genética es el amor absoluto.

¿En qué consiste, ontológicamente, nuestra forma genética de relación? – En la comunicación de amor, que es, por naturaleza, extática; esto es, nos hace salir de nuestro egoísmo o egolatría para entregarnos generosamente al absoluto, y, con el absoluto, a nuestro prójimo, el ser humano. El estado viador es tiempo de ejercer nuestra potestad, no mediante un amor puro y absoluto, sino con las limitaciones de nuestra condición deprimida por el pecado original, por el pecado personal, por las estructuras de pecado, por el dolor físico y moral, por la enfermedad, por la injusticia, por la muerte… Todo ello es el material expresivo con el que se construye, formalmente, la obra de arte —sea poética, literaria, escultórica, musical, pictórica—, cuya carga semántica, afectiva y unitiva, es —en expresión de F. Rielo— el “dolor del amor”.

1_.- ¿La inspiración constitutiva es patrimonio de todos los seres humanos? –_ La generosidad del amor, bajo la razón del dolor en estado viador, en que consiste nuestra forma de relación con el absoluto es nuestra genética tendencia espiritual: es lo originario en nosotros, pero puede ser degradado personal o culturalmente (todas las religiones y culturas hablan del amor y la protección de este amor mediante mandamientos o leyes, se habla de responsabilidad personal, pero también de responsabilidad social, se prohíbe el escándalo, la manipulación, el engaño, la opresión, la violencia, etc. porque van contra la naturaleza del ser humano). Si suplantamos el absoluto por una forma de concebirlo a nuestro modo, o por medio de una ideología, cultura, mentalidad, costumbre, sensibilidad, etc., o lo suplantamos, simplemente, por el concepto ‘hombre’, entendido como un cúmulo inmanencial de valores posibles que aceptamos todos, hemos establecido, entonces, nuestra forma propia de relación con los demás y con la naturaleza: relación que es insuficiente, inestable, a la deriva. De este individualismo personal o social surgen —incluso cuando no hay mala voluntad, y aunque se mantengan rasgos de bondad y de verdad— las diversas disgenesias (Véase DISGENESIA) de todo orden, la división, los conflictos, las desavenencias, los odios, y, en general, el MAL provocado por el propio hombre.

La creatividad, los grandes valores humanos, las grandes empresas, las grandes obras del arte, entre ellas las obras literarias, no pueden proceder del egoísmo, sino de una generosidad como respuesta a la inspiración constitutiva o a la inspiración santificante. La inspiración constitutiva es una gracia ‘fundamental’ o ‘fundante’ que posee todo ser humano, la quiera o no la quiera, porque es condición de posibilidad y de necesidad para acometer cualquier actividad. Esta inspiración no es negada a los no creyentes e, incluso, a personas de objetivo comportamiento moral indeseable: la fuerza de esta inspiración, si bien tiene en cuenta la aptitud de la persona cuando son, sobre todo, actividades selectivas las que esta realiza, hay que ganarla con la actitud, el esfuerzo, la exigencia, encaminada al objeto en cuestión; por ejemplo, una obra de arte. El poeta se siente cómodo con la inspiración —aunque no sepa de dónde le viene—, pero, a su vez, sabe que tiene que trabajar mucho como afirmaba Lorca con cierta ironía: «Si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios —o del demonio— también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema». No hablamos, en este momento, de la inspiración santificante, que es la inspiración constitutiva elevada al orden santificante o cristológico.

2_.- ¿Por qué el TERCIO INCLUSO es la imagen estética? –_ El carácter estético del modelo no son dos términos A y B puestos en relación con un término R en elipsis. R no es un término, sino que significa la relación genética constituida por dos términos: A y B, abiertos entre sí. La relación, por tanto, no es un término. Nuestro autor habla de un tercer término que denomina TERCIO INCLUSO . Este TERCIO INCLUSO es, precisamente, el que da la forma de apertura a los dos supuestos términos de la relación. Hay que tener en cuenta que, cuando estamos en el modelo absoluto, la CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN, son: a nivel racional, dos términos en INMANENTE COMPLEMENTARIEDAD INTRÍNSECA []; a nivel revelado, tres términos en INMANENTE COMPLEMENTARIEDAD INTRÍNSECA []. Fuera del modelo absoluto, esto es, ad extra, pueden darse tantos términos de relación como establezca el propio modelo absoluto, que es, en definitiva, el TERCIO INCLUSO transcendental como sujeto último de referencia.

La imagen estética es, en virtud del TERCIO INCLUSO, por potenciación; es decir, adquiere aquella intensidad merced a la cual las palabras que sustentan la imagen nos dicen mucho más de lo que es su mera connotación semántica. Los términos se abren unos a otros para formar nuevos campos semánticos en los que se invoca una comunicación estética de la que son función valores que dicen relación con el sentimiento, la inteligencia, el corazón, la imaginación, etc. del ser humano. Por ejemplo, tomemos estos términos: ciudad, cielo, tierra, mundo, hombre, Dios, felicidad, sufrimiento, amor, odio, etc. Estos términos, por sí mismos, significan algo preciso, pero no forman ninguna imagen estética. La imagen estética se sustenta en la apertura de los términos entre sí en tal grado que forman un campo de valores en el que entran los diversos niveles: semántico, fónico, rítmico, etc. Pero la unidad de este campo de valores —diríamos el alma— no la da el cuerpo del poema, que son las palabras con todas sus posibilidades denotativas y connotativas. Habríamos incurrido en un formalismo reductivista.

El TERCIO INCLUSO, actuación de Dios en el ser humano con el ser humano, es el que forma la imagen estética e, incluso, aporta los términos exactos entre otros muchos cuyo campo de valores semánticos queda implícito. La inspiración es, por tanto, el TERCIO INCLUSO que forma la imagen estética. Hay que ver, entonces, qué nos dice la inspiración sobre una determinada imagen poética. Para ello, tenemos que echar mano de todos los resortes textuales, contextuales y extratextuales, resortes de nuestra cultura literaria actualizada, de todas las connotaciones y denotaciones de las palabras que intervienen, del ritmo, la sonoridad, los innúmeros recursos literarios, etc. Es como decir ‘la imagen estética no tiene desperdicio’. Una vez que tenemos en cuenta este material como soporte de la inspiración, es cuando viene a nuestro sentir y a nuestro inteligir la captación de la potenciación de la imagen poética, engendrando campos de valores estéticos, que nuestra razón pasa al análisis.

3_.- ¿Qué es, entonces, el poe’s? –_ Es la imagen estética principal o definiente, implícita o explícita, en torno a la cual todas las demás giran para constituir el poema. Un poema no es, por tanto, una superposición o yuxtaposición de imágenes; antes bien, es una unidad de imágenes regidas por el poe’s. El poe’s es el soporte que requiere la poesía para encarnarse en todas las artes; es, en este sentido, el corazón de un poema, de una pintura, de una escultura, de una sinfonía, etc. Por eso, afirma F. Rielo, en Diálogo a tres voces, que la poesía es la constante de todas las artes.

4_.- ¿Qué es la inspiración en el artista y en el destinatario, con su soporte en la obra de arte? ¿Qué sucede con el artista; en nuestro caso, con el poeta? –_ El poeta comunica la belleza de la verdad y del bien[7] por medio de la imagen estética, y no por medio de lo que piensa o siente, sino por “algo +” de lo que piensa y siente. El poema no es una fiesta de la inteligencia como defendía Verlaine, ni una fiesta del corazón como estimaba Machado. El poema es inteligencia, corazón y “algo +”.

Toda comunicación o visión que nos ofrece un poema se debe a la inspiración. Pero no solo necesita de inspiración el poeta; también el destinatario participa, aunque de diverso modo, de esta misma inspiración. ¿Qué poeta no habla de inspiración? Los críticos se refieren a ella como lugar común. Sin embargo, la inspiración no es el abstracto de una fuerza impulsiva que viene de no se sabe dónde

Henri Brémond llega a decir que «solo puede ser realmente puro ese trance inefable del espíritu creador que llamamos inspiración». Por su parte, Shelley aseveraba que «Si la influencia de la inspiración celeste fuese duradera en su pureza original, no es posible predecir la grandeza del resultado. Pero cuando se comienza a componer, la inspiración va declinando». La inspiración se oculta a todo género de manipulación o cosificación. Y esto por un solo motivo: la inspiración es recreativa donación de amor.

Si nos referimos a la inspiración en la poesía de nuestros místicos, aquella es, para Dámaso Alonso, original fuerza intuitiva, pero quizás bastante más que INTUICIÓN; es una fuerza sobrenatural, transcendente, que lleva a nuestro ilustre polígrafo a decir de san Juan de la Cruz como poeta: «Y todo en él transciende a inspiración divina»; de igual modo, Jorge Guillén se hace eco del carácter inspirativo de la poesía sanjuanista cuando señala que «San Juan de la Cruz acierta con el equilibrio supremo entre la poesía inspirada y la poesía construida».

Pasando a algo más simple. El problema fundamental de la Teoría literaria es, según los críticos y lingüistas, la relación entre el texto y la realidad. Pero nadie se pone de acuerdo en definir qué es el texto y, menos, qué es la realidad. ¿Se puede saber del texto o de la realidad fuera de un sujeto capaz de concebir el texto y la realidad? Todas las preguntas tienen que desembocar, al final, en el sujeto humano, sea este el escritor o el intérprete. Pero llegar al sujeto humano, es encontrarnos con su sensibilidad, su forma de ser y de actuar, es encontrarnos, en suma, con su sed de transcendencia.

5_.- ¿Toda obra de arte posee un modelo implícito o explícito? ¿Qué piensa F. Rielo, cuál es la mentalidad, la sensibilidad, la concepción del mundo del escritor y del intérprete, o del lector en la literatura? ¿En qué se funda o se inspira el escritor para crear un personaje o un texto literario, y el intérprete para interpretarlo? ¿Qué es aquello que mueve al escritor o cuál es la razón que le lleva a escribir? ¿Qué ve el intérprete en la obra de arte?; y si ve algo, ¿cuál es la razón o razones de su visión? –_ Las respuestas a estas preguntas, por parte de cualquier inteligencia humana, tienen, en última instancia, el supuesto de un modelo implícito o explícito, que habría que decir filosófico con vocación metafísica, aunque el modelo que se quiera escoger sea un modelo materialista. Si excluimos, por ejemplo, el estructuralismo, al menos el de la primera etapa, que centra su modelo en un texto concebido como autoclausurado y autosuficiente, los modelos estéticos se han movido, por lo general, en lo extratextual. El marxismo afirma el arte como actividad práctico-productiva ligada a la evolución del hombre y al trabajo; el intuicionismo afirma el arte como INTUICIÓN en la que se descubre el sentido de las cosas justamente porque cree que el ser humano crea el sentido de las cosas. En general, el ser humano es el sujeto de referencia de toda concepción estética. Hay que preguntarse, por tanto, cuál es la filosofía, cuál la IDEOLOGÍA , que subyace implícita o explícitamente, qué es lo que hay detrás no solo de una obra de arte o del sujeto que realizó la obra de arte, sino qué hay detrás de quien interpreta la obra de arte.

Si hemos entendido lo que es, en realidad, romper la identidad, al referirnos a la estética literaria, debemos preguntarnos ¿qué significa el “+” del ser, aplicado a un texto literario? Primero, que el texto literario no es cerrado, sino que está en función del ser humano; pero también transciende la ideología o concepción del mundo de un escritor porque, si bien la ideología, mentalidad, sensibilidad o concepción del mundo, pueden proyectarse en el texto literario, sin embargo hay “algo +” en el texto literario que no se reduce a simple ideología, mentalidad, sensibilidad o concepción del mundo. Ese “algo +” es la inspiración que hace del lenguaje expresión estética de una realidad vivida en la complejidad del acontecer de la existencia humana y que halla su fuente en un espíritu humano constituido por la divina presencia del absoluto. Esta divina presencia del absoluto se da como gracia constitutiva en todo ser humano, sea de la ideología que fuere, sea bueno o sea malo, creyente o no creyente, pues es lo que hace que el ser humano no se quede en sí mismo, en su autismo identitático, sino que sea “algo +” que sí mismo. Si es “algo +” que sí mismo y el ser humano es alguien, el “algo +” tiene que ser “+ que alguien humano”, esto es, el “algo +” es “presencia constitutiva de Alguien” que abre al ser humano al absoluto. Si la persona humana no estuviera definida por la divina presencia constitutiva del absoluto, no sería sujeto de una naturaleza que dispone de capacidad de actuación con dirección y sentido en unidad transcendente. Si los seres impersonales se mueven estimúlicamente, la persona lo hace motivacionalmente. Y todo motivo —rechazando, genéticamente, el caos, el abismo y el absurdo— posee dirección y sentido existenciales. ¿Cuál es la forma eminente de esta dirección y sentido? El absoluto. Es dirección y sentido al absoluto; por tanto, a su infinitud, omnisciencia, omnipresencia, bondad, justicia, misericordia… Pero la persona humana no podría estar abierta al absoluto si el absoluto no estuviera ya en ella constituyéndola, definiendo transcendentalmente su apertura, formándola en deidad.

La constitutividad deitática, por la que todo ser humano se define como ser místico, es previa a todo credo, a todo comportamiento religioso; por lo tanto, precede al hecho de ser cristiano, judío, musulmán, ateo…, y es, en virtud de la divina presencia constitutiva que el ser humano es, por naturaleza, extático, esto es, se abre a alguien o a algo para unirse y comunicarse con este alguien o este algo; en definitiva, tiene necesidad imperativa de salir de sí mismo para ‘unirse con’ porque el ‘salir de sí’ y el ‘unirse con’ le es constitutivo. Lo contrario, meterse en sí mismo, le lleva a las más diversas formas de enfermedad sicológica o siquiátrica con repercusión espiritual y orgánica. Encerrarse uno en sí mismo es, a todas luces, disgenético, enfermizo…, es, en una palabra, contranatura. Acontece esto en un individuo que se encierra en sí mismo, en una familia que se encierra en sí misma, o en una sociedad que se encierra en sí misma. Este posicionamiento identitático hace que surja todo tipo de disgenesias individuales, familiares, sociales.

6_.- ¿Qué significa la conciencia extática como condición de creatividad del arte y de la cultura? –_ La divina presencia constitutiva hace que el ser humano posea, constitutivamente, una conciencia extática que le lleva a «salir de sí par unirse y comunicarse con». La forma cómo se dé este unirse y comunicarse supone:

  1. con quién o con qué se une y se comunica;

  2. cuál es el grado de unión o comunicación;

  3. la inquietud y aspiración a más sin conformarse con algo pasajero;

  4. tendencia a unirse con sentido de ultimidad y perfección no con cualquiera ni con cualquier cosa, sino con quien pueda satisfacer en sumo grado la forma de unirse y comunicarse, esto es, con el absoluto;

  5. el absoluto no puede ser tampoco identitático, sino absoluta apertura o geneticidad, que si es ad extra también lo será ad intra;

  6. esta forma constitutiva —con dirección y sentido— de unirse y comunicarse con el absoluto es el modelo y la pauta para comunicarse con el propio absoluto, con los demás seres personales, con la naturaleza.

De este modo, el ser humano, en virtud de la energía extática que le otorga la divina presencia constitutiva, haciéndole conciencia extática en dirección y sentido transcendentes, puede afirmar y realizar no solo el hecho religioso, sino también toda huella cultural en la humanidad; incluso, puede servirse —y de hecho se sirve— de esta energía extática para alimentar y proyectar sus propios egoísmos y egolatrías en las diversas formas de la superstición, del fanatismo y del fetichismo religiosos, culturales o ideológicos.

Es aquí, en la divina presencia constitutiva, donde hay que colocar la inspiración estética, que, requiriendo el esfuerzo o respuesta por parte del hombre, se da para buenos y malos, para justos e injustos como el sol y la lluvia. Quien trabaja, quien confía en la inspiración, quien obedece dejándose llevar de ella, recibe los resultados eficaces de esta divina inspiración constitutiva, que es gracia universal, datum, lo genéticamente[8] dado, que no requiere el mérito o la condición de supuestas ortodoxias y ortopraxis objetivas.

Si tal es la importancia de la inspiración constitutiva, ¿cuál no será la de la inspiración santificante? Este es el gran capítulo de la inspiración elevada al orden sobrenatural o cristológico. Aquí la inspiración, aunque no se da sin el mérito, no es por causa del mérito humano; esto es, el mérito humano es sobrenaturalmente valioso si, y solo si, es asumido por el mérito de Cristo, que es el medio por el que se nos da la inspiración. (Véase INSPIRACIÓN CONSTITUTIVA Y SANTIFICANTE)

Quedan, claro está, el desarrollo de las líneas maestras de la función estética de la inspiración constitutiva y de la inspiración santificante. Las funciones de la inspiración en estos dos niveles —sabemos— son incontables, como pueden ser incontables las ciencias: función metafísica, función ontológica, función epistemológica, función estética, función ética, función sicológica, función lógica, función histórica, función social, función religiosa…



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  1. Los conceptos modelo, axioma, principio, sujeto, acto hay que entenderlos genéticamente. No existe distinción real entre ellos, pues la distinción real es solo la de las personas divinas. No es este el momento de explicar estos términos, pero la siguiente breve reflexión puede ayudar a entenderlos al menos intuitivamente. El modelo son las personas divinas que, en INMANENTE COMPLEMENTARIEDAD INTRÍNSECA, se definen: a) como único axioma, porque se constituyen en único saber absoluto, del que es imagen y semejanza el saber humano; b) como único principio, porque se constituyen en único ACTO ABSOLUTO ad intra del sujeto absoluto y en único ACTO ABSOLUTO ad extra de lo que no es el sujeto absoluto. Las tres manifestaciones o categorías del ACTO ABSOLUTO ad extra son: a) la ACTIO IN DISTANS, para las cosas; b) la DIVINA PRESENCIA REVERBERATIVA, para los VIVIENTES NO PERSONALES; c) la divina presencia constitutiva, para los vivientes personales.
  2. F. Rielo, Diálogo, ob. cit., 144.
  3. Ibid., 145.
  4. Ibid., 153.
  5. La ciencia divina no necesita de ningún método, ni requiere sistematización alguna. La razón reside en que la Santísima Trinidad posee visión absoluta: ad intra, de sí misma; ad extra, de lo que no es sí misma. Si por otra parte, nuestra visión es mística visión de la divina visión, nuestra reflexión nos debe llevar a relativizar todo método, toda sistematización, porque, en ningún caso, estos pueden darnos una visión, ya no absoluta, pero ni siquiera lo suficientemente adecuada con la realidad. Este hecho experiencial concede al científico la humildad del verdadero sabio. El slogan de F. Rielo: «el conocimiento no se obtiene por medio de los sentidos y facultades, pero no es —en nuestra condición viadora— sin la dura condición de los sentidos y facultades», podría aplicarse del siguiente modo a la ciencia humana: la ciencia no se obtiene por medio del método ni de la sistematización, pero no es sin la dura condición del método y de la sistematización.
  6. Para que el sujeto absoluto infunda sus atributos ad extra tiene que crear la naturaleza humana inhabitada constitutivamente por la increada divina presencia de aquel. Si la persona humana posee —como afirma Rielo— dos elementos, creado e increado, puede decirse, ciertamente, que la persona humana, bajo la razón del elemento creado, es creada. El elemento increado, la divina presencia constitutiva, es infundido en una naturaleza espiritual creada para constituirla como persona; por eso, la divina presencia es constitutiva, esencial, necesaria, para que el ser humano adquiera la categoría de ‘persona’: «sin la divina presencia constitutiva», asevera nuestro autor, «la persona humana sería imposible».
  7. Los atributos de la verdad, bien y belleza no pueden separarse a modo de compartimentos estancos. Para poner una comparación, deben concebirse como una especie de PERICÓRESIS trinitaria: toda la verdad está en el bien y en la belleza, todo el bien está en la verdad y en la belleza, toda la belleza está en la verdad y en el bien. Por esta causa, no tienen razón los que afirman que la estética hay que separarla de la ética (la hermosura sin el bien es una hermosura vacía, informe; lo mismo hay que afirmar del bien sin la hermosura); F. Rielo afirma en Diálogo a tres voces: «La poesía es, para mí, fuente lírica de la ética, una eticidad que resulta, por esta causa, eminentemente lírica». Tampoco tienen razón los que afirman la separación de la estética y la metafísica. Rielo afirma en Diálogo a tres voces: «Para mí poesía y metafísica son inseparables». Y lo son porque no puede concebirse la estética sin el supuesto de la metafísica. Los que defienden la separación de estética y metafísica conciben el lenguaje estético como una especie de desviación u oblicuidad del lenguaje común; en este sentido, dicen, el lenguaje estético es ficción, no dice o comunica la verdad. Pero debemos tener en cuenta que la belleza sin la verdad es también vacía, informe (lo mismo que sucede con la verdad sin la belleza). La cuestión no es si este determinado cuento es, material o formalmente, ficción o no (por ejemplo, Platero y yo de Juan Ramón), sino que lo importante de Platero y yo es la belleza de la verdad y del bien, experiencial o existencial, que nos está comunicando, denotativa y connotativamente, bajo la razón de la inspiración. No hay que confundir, finalmente, el “algo” que se quiere comunicar con la forma de comunicarlo, como tampoco debe confundirse una determinada forma de pensar o un determinado comportamiento moral del artista con la obra de este.
  8. Hay que distinguir siempre los tres niveles de lo genético: lo biológico, lo ontológico y lo metafísico. Lo ontológico es imagen de lo metafísico, del que es vestigio lo biológico. El supremo rango de la geneticidad se da, por tanto, en el modelo absoluto. Si se estableciera como modelo de la geneticidad lo biológico, Dios y el hombre serían imagen de lo biológico, incurriéndose, de este modo, en las diversas formas del biologismo materialista, panteísta, emanacionista o inmanentista.