REDUCCIONES A CERO
REDUCCIONES A CERO: ¿Qué son las reducciones a cero según el sistema GENÉTICO? Rielo distingue en orden a la actuación de las personas divinas ad extra como único principio creacional, concreacional, actual, epistémico y santificador (Véase PRINCIPIO ACTUAL, PRINCIPIO CONCREACIONAL, PRINCIPIO EPISTÉMICO, PRINCIPIO ABSOLUTO O METAFÍSICO), diversos modos de reducción a cero. La reducción a cero no es una aniquilación de algo, sino transformación de ALGO (‘A’) en otra cosa (‘B’) por la propia omnipotencia del ACTO ABSOLUTO, quedando el específico de ‘A’ asumido por ‘B’ en tal grado que las circunstancias específicas que eran de ‘A’ son ahora circunstancias específicas de ’B”. Existen dos modos generales de reducción a cero_:_
Reducciones a cero por la omnipotencia del ACTO ABSOLUTO en general;
Reducciones a cero por la omnipotencia de la gracia en especial.
La expresión reducción a cero significa, pues, máxima aperturidad de una forma inferior a otra superior en virtud de reducir a cero su ACTO ONTOLÓGICO y asumir sus funciones específicas. El ACTO ONTOLÓGICO de la forma superior es el que se hace cargo del específico de la forma inferior de tal modo que esta forma inferior recibe todo el potencial ontológico de la forma superior. No hay aniquilación de la forma inferior con su ACTO ONTOLÓGICO, pues en este caso desaparecería también el específico. En el caso del alma y el espíritu, el ACTO ONTOLÓGICO de este reduce a cero el ACTO ONTOLÓGICO de aquella asumiendo, ontológicamente, sus funciones síquicas. No hay pues dos actos ontológicos, anímico y espiritual, sino único ACTO ONTOLÓGICO espiritual que asume las funciones de la SIQUE O ALMA. En este sentido, el alma es espiritual, a diferencia de los vivientes no humanos, que es solo alma o sique sin espíritu.
1.- ¿Cuáles son las Reducciones a cero por la omnipotencia del ACTO ABSOLUTO en general? a) Reducción a cero metafísico: Consiste en la POSIBILIDAD GENÉTICA de ser por imposibilitación de otro absoluto por el propio absoluto constituido por personas divinas; en este caso, no hay transformación, sino imposibilitación, y es en esta imposibilitación de otro absoluto en lo que consiste la genética posibilidad de seres y cosas. La imposibilitación por el absoluto de otro absoluto –no ser absoluto o nada absoluta– no es aniquilación. La aniquilación supondría la existencia a priori del no ser o nada absolutos. Sin embargo, la imposibilitación de otro absoluto establece, ab eterno y antes de la libre creación, la POSIBILIDAD GENÉTICA de seres y cosas con sus leyes, con su espacio y tiempo teóricos, que no son el absoluto, pero no son sin el absoluto. Sería absurdo y contradictorio afirmar que el absoluto aniquila la nada absoluta; en este caso, la nada absoluta debería existir antes para ser aniquilada, dándose a la vez y al mismo tiempo dos absolutos: ser y nada. Nos habríamos topado así con la PARADOJA DEL DOBLE ABSOLUTO . Esta paradoja puede expresarse del siguiente modo: si existieran dos absolutos, o serían lo mismo o serían distintos; si fueran lo mismo, nos encontraríamos con el absurdo de la identidad absoluta; si fueran distintos, nos encontraríamos con el absurdo de la contradicción absoluta. Existe, por tanto, único absoluto, que es modelo, sujeto, principio, axioma y fundamento de todo cuanto es y existe.
b) Reducción a cero de las nadas singulares. Consiste en la libre creación, por el sujeto absoluto, de seres y cosas; esto es, la omnipotencia del ACTO ABSOLUTO vence la resistencia indefinita, infinitesimal y transfinitesimal, de las nadas singulares transformándolas en seres y cosas. Si nos referimos al ser humano del siglo XX o XXI, este posee experiencia del específico de su nada singular, cuando menos de que no existía en el siglo XVII: era solo mera POSIBILIDAD GENÉTICA. La indefinitud es propiedad del VACÍO DE SER antes de la libre creación en tal grado que las posibilidades genéticas son indefinidas y cada posibilidad posee la propiedad del propio VACÍO DE SER, esto es, la propiedad de la indefinitud. Esta indefinitud, vestigio ad extra de la infinitud divina, es la UNIDAD DE MEDIDA por la ACTIO IN DISTANS del sujeto absoluto , consistente en la distancia entre dos términos opuestos: término micrométrico, hacia el infinitesimal; término macrométrico, hacia el transfinitesimal. Queda rechazado, por tanto, el concepto de un supuesto infinito, real o formal, ad extra del sujeto absoluto. No existe, en virtud de la PARADOJA DEL DOBLE ABSOLUTO, un supuesto INFINITO formal o infinito matemático. El símbolo matemático ‘∞’ nada tiene que ver con un supuesto infinito. El único infinito que existe es el constituido por las personas divinas.
c) Reducción a cero formal u ontológico. Una forma precedente queda reducida a cero, no aniquilada, cuando su específico es asumido por otra forma de superior rango; por ejemplo, en el contexto de la evolución, el ser humano es el resultado de la reducción a cero —no aniquilación— de la forma precedente homínida —SICOSOMA codificado en el embrión— quedando su específico sicosomático asumido por un espíritu creado que, inhabitado por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del ACTO ABSOLUTO , es infundido, al mismo tiempo, en el sicosoma, poseyendo aquel el ACTO ONTOLÓGICO que proporciona la unidad a las diferentes acciones de la persona.
d) Reducción a cero físico: Consiste en separar, cuando ha acontecido la MUERTE biológica, la figura corpórea de su forma biológica (Véase FIGURA Y FORMA) en tal grado que, en esta última, quedan reducidas a cero físico, no aniquiladas, las condiciones propias de la materia. Esta forma del cuerpo biológico es la constante de la clave genética que, en el ser humano que ha muerto, permanece, aunque en estado pasivo, unida al alma y al espíritu, hasta que, por la RESURRECCIÓN, quede la clave genética transfigurada en el cuerpo glorioso. La transfiguración de Cristo consistió en la reducción a cero físico, por milagro de sí mismo, de las condiciones físicas y fenomenológicas de la materia, quedando estas transfiguradas en cuerpo glorioso, adaptado a las condiciones del espíritu. Esta transfiguración se realiza en el ser humano cuando acontezca su RESURRECCIÓN.
El soma —esto es, las figuraciones materiales o físicas de la figura del cuerpo en permanente desarrollo— cambia continuamente en el ser humano desde que nace hasta que muere; no así la figura del cuerpo y su forma biológica o estructural, que son la clave genética en la que está programado el desarrollo y la descomposición biológica de las figuraciones materiales o físicas de la figura del cuerpo por la muerte. Cuando hablamos de forma del cuerpo, nos estamos refiriendo a su forma biológica o estructural, no a su forma anímica (alma), ni a su forma espiritual (espíritu), pues la naturaleza humana consiste en la unidad indisoluble de tres formas —CUERPO, ALMA Y ESPÍRITU— en tal grado que, después de la muerte, permanece íntegra la naturaleza humana, pues la forma biológica o estructural del cuerpo no ha sido aniquilada, antes bien, reducida a cero físico por separación de los componentes físicos de la figura corpórea con la muerte, sometidos a descomposición espaciotemporal y transfiguración transespaciotemporal. La constante de la clave genética está integrada en el alma que, a su vez, está asumida ontológicamente por el espíritu inhabitado por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del absoluto. La persona humana posee, pues, dos elementos: creado, el ESPÍRITU SICOSOMATIZADO ; increado, la DEIDAD a la que es elevado el ESPÍRITU SICOSOMATIZADO por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA en el momento de la concepción humana.
e) Reducción a cero fenomenológico. Las leyes y propiedades fenomenológicas del espacio y del tiempo , a las que está sometida nuestra naturaleza humana durante el periodo viador, quedan, con la muerte biológica de nuestro cuerpo, reducidas a cero fenomenológico, no aniquiladas, en tal grado que entramos en una dimensión transespacial que es mística inmensidad de la divina inmensidad, y en una dimensión transtemporal que es mística eternidad de la divina ETERNIDAD. La inmensidad y la eternidad místicas de los bienaventurados poseen la limitación formal de un espacio y de un tiempo que, aunque reducidos a cero fenomenológico, no han sido aniquilados. Solo la inmensidad y la eternidad divinas son infinitas. Por eso, hay que afirmar que la finitud de la inmensidad y eternidad místicas están abiertas a la infinitud de la inmensidad y eternidad divinas.
f) Reducción a cero ontológico de la DEIDAD por retracto de la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA. Es el caso del réprobo que, reducida a cero su DEIDAD, y retirada la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA, queda subsistenciado por la ACTIO IN DISTANS en tal grado que, no siendo ya DEIDAD, pero no aniquilada esta, y arrojado a la ACTIO IN DISTANS, no es propiamente ni ser, ni persona, ni cosa, antes bien antiser, antipersona, anticosa. Es un monstruo que se ha hecho a sí mismo réprobo. Su esencia, contraria a la transverberación del amor, es la introyección y la proyección del odio. De las reducciones a cero ontológico es la única en la que el específico no es transformado por amor, sino constituido egolátricamente en introyección y proyección de odio. No obstante, el réprobo queda ontológicamente sujeto por la divina ACTIO IN DISTANS; en caso contrario, hubiérase convertido, absurdamente, en absoluto. Hay que tener en cuenta que, dentro de la libre creación por el sujeto absoluto, debe hacerse distinción entre seres y cosas. Los seres están constituidos por la divina presencia del sujeto absoluto: intrínseca o constitutiva, en los vivientes personales; extrínseca o reverberativa, en los vivientes impersonales. Las cosas no son seres en sentido propio, sino entidades materiales o fenoménicas constituidas en sus leyes por la ACTIO IN DISTANS. F. Rielo denomina a los seres onxistencias, y a las cosas doxistencias. (Véase ACTIO IN DISTANS)
2.- ¿Cuáles son las Reducciones a cero por la omnipotencia de la gracia en especial?
a) Reducción a cero ontológico capital: Consiste en la transformación ontológica de la DEIDAD del espíritu en condivinidad. Es el caso único de la Virgen María, que es, por ello, persona condivina; esto es, persona más allá de la cual no puede haber otra después de las personas divinas y la naturaleza humana de Cristo. Llámase persona condivina porque las personas divinas asocian a sí mismas a María con el fin de la Encarnación del Verbo.
b) Reducción a cero ontológico radical. Consiste en la transformación ontológica de la DEIDAD en transdeidad. Es el caso único de san José, Esposo de la Virgen María, que es, por ello, persona transdeitática; esto es, persona más allá de la cual no puede haber otra después de María. Llamase transdeitática porque está por encima de los seres angélicos y humanos en virtud de la unión indisoluble del Santísimo José con la Santísima Virgen para el fin de la Encarnación del Verbo por obra y gracia del Espíritu Santo en el seno de María.
c) Reducción a cero ontológico inmanencial. Consiste en la reducción a cero, no aniquilación, de la ley de la inmanencia en el bienaventurado, siendo transformada por la plenitud transcendente de la gracia conforme al grado de gloria que corresponde a cada bienaventurado[1].
d) Reducciones incrementativas de la inmanencia in statu viae_. Estas consisten en las sucesivas_ reducciones que, por la gracia, se hacen de la ley de la inmanencia con tendencia siempre a la reducción a cero, en tal grado que nuestro yo, saliendo de sí mismo, vaya adquiriendo en esta vida aquel vuelo extático que incremente nuestra DEIDAD santificante al máximo posible que puede darse en esta vida. La reducción a cero ontológico de la inmanencia solo puede darse en el estado de bienaventuranza; nunca en el estado viador. Mientras permanezcamos in statu viae, podemos incrementar más nuestra santidad, podemos adquirir méritos, reduciendo siempre, merced a la gracia, nuestras tendencias y pasiones yoístas y egóticas. Hay que tener en cuenta, para entender las reducciones de la ley de la inmanencia, que todo espíritu creado posee la estructura de tres LEYES ONTOLÓGICAS que hacen posible las diversas transformaciones, incrementaciones y modificaciones del estado de ser y vivir personal definido por la divina presencia, constitutiva o santificante, del sujeto absoluto. Estas LEYES ONTOLÓGICAS son: ley de la INMANENCIA, Ley de la transcendencia y ley de la perfectibilidad. De este modo, y en virtud de la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA, la persona se define: por la ley de la inmanencia, sujeto de sí mismo; por la ley de la transcendencia, sujeto más allá de sí mismo; por la ley de la perfectibilidad, sujeto capaz de adquirir el mejor modo de ser sí mismo y más allá de sí mismo. Queremos afirmar con ello que, por ejemplo, un ser humano, reduciendo con la ayuda de la gracia su inmanencialidad, actúa transcendentalmente con dirección y sentido de perfección, transformando su estado de ser. Se explica con una comparación. El actuar humano, análogamente a la concepción einsteiniana de la ley de la inercia, es, en orden a la transformación de su estado de ser, uniformemente acelerado en dos sentidos inversamente proporcionales:
movimiento de transcendencia con límite en el infinito, cuando el movimiento de inmanencia tiende a reducirse a cero;
movimiento de inmanencia hacia la indefinitud, cuando el movimiento de transcendencia tiende a cero.
Este segundo movimiento, reducción de la transcendencia en aras de la potenciación de la inmanencia, degrada la ley de la perfectibilidad (Véase LEYES ONTOLÓGICAS) en un perfeccionismo informe que refiere todo, egolátricamente, al propio yo; la persona humana degeneraría, precisamente, en un estado egocéntrico que no podría ir más allá de un para sí, por sí o en sí.
La reducción de nuestra inmanencia por la gracia y nuestra colaboración con esta, que en esto consiste la transformación por amor, hace que, en lugar de ser y vivir para nosotros, por nosotros o en nosotros, seamos y vivamos para Dios, por Dios y en Dios. La medida de esta reducción es lo que define los diferentes grados del estado de ser santificante de nuestro espíritu deitático.
3.- ¿Cómo se aplican las reducciones a cero a la naturaleza humana? Siempre que se da la interacción de las moléculas prebióticas acontece la vida como un evento recibido en la aperturidad de la materia a las formas vitales. Es el paso de la inconsciencialidad de la materia, activada por la ACTIO IN DISTANS del sujeto absoluto, y a la subconsciencialidad de la vida orgánica, activada por la DIVINA PRESENCIA REVERBERATIVA del sujeto absoluto. Negar la transcendentalidad de la vida respecto de la materia es un reduccionismo que no posee otra RAZÓN de ser que la IDEOLOGÍA materialista. Los elementos prebióticos son materia, pero la aperturidad que se produce en la interacción de estos elementos está en la frontera de la vida haciendo posible que la materia reciba la forma vital que asume en sí la forma estructural de la materia. Un ser viviente es un ente que posee dos formas: la forma anímica o vital y la forma estructural que da unidad orgánica a la materia. La materia deja de ser inerte cuando la forma vital asume una forma estructural que da unidad orgánica a la propia materia con actuación de sus leyes y fenómenos, para constituirse, de este modo, el ser vivo.
Si nos referimos a la persona humana, esta posee, como hemos visto, tres formas: espiritual, anímica y estructural. La forma espiritual asume ontológicamente a la forma anímica, y esta a la forma estructural para constituir la unidad de la naturaleza humana. El ser humano es, de este modo, un ESPÍRITU SICOSOMATIZADO. Veamos de nuevo cómo se producen estas asunciones con el objeto de observar la unidad intrínsecamente indisoluble de los tres niveles de la naturaleza humana: soma, sique y espíritu.
Estamos dentro de la concepción genética de las formas. Debemos, por tanto, partir del hecho de que no existe la forma en cuanto forma, sino la forma +, esto es, entidad abierta inmanentemente a sus elementos, y a otra forma que, transcendental, la define. Las formas, de este modo, poseen intrínsecamente unas funciones específicas para constituir formalmente el ente, y, al mismo tiempo, ser definidas transcendentalmente por otra forma superior. No puede haber forma que no sea transcendentalmente definida y que no sea, a su vez, la unidad de las funciones que, inmanentemente, la constituyen para dar lugar formalmente al ente. Hablamos aquí de tres formas que corresponden a los entes espirituales, a los entes anímicos y a los entes materiales.
Las funciones específicas de las tres formas son las siguientes:
de las formas espirituales, la POTENCIA DE UNIÓN perceptiva y comunicativa;
de las formas anímicas, la organización de sus componentes sicobiológicos;
de las formas estructurales, la organización de los componentes de la figura física o material.
Las formas no pueden ser aniquiladas; en caso contrario, desaparecerían los entes que, formalmente, están constituyendo. La no aniquilación de una forma viene significada por la reducción a cero ontológico. Por tanto, el proceso ontológico, físico o fenomenológico de reducción a cero no significa, en el caso del ser humano, aniquilación de la forma anímica, ni de la forma estructural. La aniquilación de la forma anímica hubiera significado aniquilación de la sique y sus funciones; la aniquilación de la forma estructural, por su parte, hubiera significado la aniquilación de la figura corporal y sus funciones. La figura cambia en sus manifestaciones materiales o corpóreas, pero no puede ser aniquilada.
La reducción a cero ontológico de una forma hace que las funciones de esta adquieran su máxima aperturidad:
a) si nos referimos a la materia, las funciones físicas adquieren su máxima aperturidad transcendental a la sique y al espíritu;
b) si nos referimos a la sique, las funciones síquicas adquieren su máxima aperturidad transcendental al espíritu, y formal a la materia.
Que la materia esté abierta a la sique o a la vida y, con esta, al espíritu, no significa, como hemos afirmado, que la vida y el espíritu emerjan de la materia; antes al contrario, la vida y el espíritu transcienden a la materia sin que puedan reducirse a esta o ser su resultado o producto evolutivo. Cuando la forma vital, en la evolución de la materia y de la vida, llega a su máxima aperturidad al espíritu —y esto sucede con el precedente HOMÍNIDO— se produce la creación e infusión del espíritu en este precedente, reduciendo a cero ontológico su forma vital, asumiendo el espíritu el específico vital e integridad orgánica. Resulta, de este modo, un ESPÍRITU SICOSOMATIZADO: un espíritu que, en su aperturidad a la sique y a la materia, ha asumido las funciones síquicas del ánima o sique, y las funciones orgánicas del cuerpo o soma.
El espíritu, por su parte, no se reduce tampoco a sique o a vida biológica, ni es producto evolutivo de esta, sino que transciende el ámbito biológico. La aperturidad de la materia, de la sique y del espíritu, significada por la presencia ad extra del ACTO ABSOLUTO —con su ACTIO IN DISTANS, en las cosas con sus leyes y fenómenos, dando lugar a la inconsciencialidad propia de la materia; con su DIVINA PRESENCIA REVERBERATIVA, en los vivientes impersonales, dando lugar a la subconsciencialidad de la vida orgánica; con su DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA, en los vivientes personales, dando lugar a la consciencialidad de los vivientes personales— imposibilita la ABSOLUTIZACIÓN (Véase ABSOLUTIZACIÓN y ABSOLUTIZAR), no solo de la materia, sino también de la sique y del espíritu. No existe la materia en sí misma o cerrada en sí misma, ni existe la sique o el espíritu en sí mismos o encerrados en sí mismos.
La presencia ad extra del ACTO ABSOLUTO es distinta en las tres categorías de la creación: materia y sus fenómenos, VIVIENTES NO PERSONALES y vivientes personales. Esta presencia es:
por ACTIO IN DISTANS, en las cosas con sus leyes y fenómenos;
por DIVINA PRESENCIA REVERBERATIVA, en los VIVIENTES NO PERSONALES;
por DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA, en los vivientes personales o espirituales.
El ser humano es un creado ESPÍRITU SICOSOMATIZADO, definido por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del modelo absoluto: un espíritu que, reducida a cero ontológico la forma anímica o síquica, asume las funciones propias de la sique, que, a su vez, reducida a cero ontológico la forma estructural del cuerpo, asume las funciones somáticas de este con su figura asumida con sus componentes materiales por la forma estructural.
Recordemos que la reducción a cero ontológico es propia de las formas, pues solo las formas poseen ACTO ONTOLÓGICO. La reducción a cero de una forma significa sustitución de su ACTO ONTOLÓGICO por el ACTO ONTOLÓGICO de la forma que, superior, transciende a aquella asumiendo sus funciones. Esta sustitución significa que el ACTO ONTOLÓGICO de la forma superior asume la especificidad de la forma que ha sido reducida a cero ontológico y, por tanto, carente de acto.
La figura del cuerpo, compuesta de partes o de elementos en una determinada disposición, no cambia, sino sus figuraciones materiales o físicas que están en continuo desarrollo, como son las partes del cuerpo, los tejidos, los aparatos, los órganos, los sistemas, las células, los átomos, las partículas subatómicas. La forma estructural del cuerpo —asumida por la forma anímica y esta por el espíritu— es la que da unidad a todos sus componentes físicos y fenomenológicos. El espíritu está, pues, presente en todo lo que, ontológicamente, ha asumido.
La figura del cuerpo no se ve, sino la unidad de las figuraciones constituyendo el organismo material. Por otra parte, la figura del cuerpo no está capacitada para asumir, pues no es forma. La figura con sus componentes está asumida por la forma estructural, que tampoco cambia, y tiene la misión de formar el ente figurativo o material. Esta forma estructural, en el ser humano, ha sido también reducida a cero ontológico por la forma anímica, y esta, a su vez, por la forma espiritual; por tanto, la forma espiritual asume las funciones síquicas y las funciones orgánicas.
La reducción a cero físico es la propia de la figura, que es siempre de procedencia física. Lo que hace esta reducción a cero físico es que los caracteres físicos o materiales, así como el espacio y el tiempo, son reducidos a cero físico y a cero fenomenológico, no aniquilados, en la figura, quedando esta transfisicada en la forma estructural que, reducida a cero ontológico, también es transfísica. Lo material, físico y fenomenológico, reducidos a cero en la figura, quedan separados de la naturaleza humana con la muerte del cuerpo. La reducción a cero físico y a cero fenomenológico de la figura se da, pues, en el momento de la muerte corporal, donde no se separa el cuerpo, sino que su figura queda reducida a cero físico en sus componentes materiales, y a cero fenomenológico en sus componentes de espacio y de tiempo; de este modo, la materia y sus fenómenos quedan reducidos a cero físico y fenomenológico en la figura, y separados, por tanto, de ella. FIGURA Y FORMA estructural quedan, pues, en estado transfísico, asumido por el espíritu, pues este ha asumido la forma anímica y la forma estructural reduciéndolas a cero ontológico, y con ellas la figura del cuerpo donde, con su forma estructural, radica la constante de la clave genética.
La figura del cuerpo, en ningún caso, es aniquilada; antes bien, permanece reducida a cero físico y fenomenológico en el momento de la MUERTE del cuerpo, quedando la constante de la clave genética, radicada en la figura del cuerpo que, asumida en la forma estructural, queda en estado pasivo.
En resumen: el espíritu se hace con las funciones complejas de la sique y las funciones compositivas del soma, constituyendo la unidad de la naturaleza humana, en la que no ha sido aniquilada la materia, sino que esta adquiere en aquella su máxima aperturidad transcendental a la sique. Dígase lo mismo de la sique: esta no ha sido aniquilada, sino que sus funciones adquieren su máxima aperturidad transcendental al espíritu. La constante de la clave genética es la figura del cuerpo que, reducida a cero físico y fenomenológico, ha quedado codificada en la forma estructural.
Negar la aperturidad de la materia, de la sique o del espíritu es completamente absurdo porque va contra toda experiencia: habríamos negado las relaciones, no solo de la materia con la sique y el espíritu, sino cualquier relación entre sí de los elementos estructurales y compositivos de la materia, de los elementos complejos de la sique y de los elementos formales y transcendentales que constituyen la simplicidad del espíritu. ¿Por qué se relacionan entre sí los elementos estructurales y compositivos de la materia? Por su genética aperturidad FORMAL Y TRANSCENDENTAL. Su no genética aperturidad transcendental, habría convertido, absurdamente, a la materia en un principio absoluto, del que se excluye la complejidad y la simplicidad en aras de una compositividad que lo explicaría todo. ¿De dónde vienen a la materia aquellas leyes que hacen interactuar sus elementos estructurales y abrirlos a la vida, cuando estos han llegado —en virtud de leyes que tampoco se sabría de dónde vienen— a su máxima compositividad evolutiva? La complejidad de las formas vivientes, a las que está abierta la compositividad de la materia, está también abierta a la simplicidad del espíritu, cuando se dan las condiciones de máxima complejidad evolutiva.
La CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN , único modelo absoluto, hace absurda cualquier ABSOLUTIZACIÓN e imposibilita el reduccionismo y el emergentismo con todas sus implicaciones panteístas, monistas o subjetivistas. Afirmemos cualquier otra ABSOLUTIZACIÓN, y habremos incurrido en la PARADOJA DEL DOBLE ABSOLUTO.
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- ↑ Esta reducción a cero inmanencial adquiere su plenitud en la Virgen María y en san José, con mayor motivo que en san Pablo cuando afirma: «No soy yo quien vivo; es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). En el caso de san Pablo, no hay una reducción a cero de la ley de la inmanencia, pero sí hay una reducción de la inmanencia con tendencia a cero. La reducción a cero ontológico de la inmanencia no significa aniquilación, sino llenitud por la gracia en virtud de que la omnipotencia divina suple el específico de esta ley. Ya no es la Santísima Virgen la que vive en sí misma, sino la Santísima Trinidad la que vive en la Santísima Virgen. Esta es la razón por la que María estaba “llena de gracia” (Lc 1,28). Existen, según F. Rielo, dos niveles de reducción a cero inmanencial: capital, en María; radical, en José; glorioso, en los bienaventurados.