PSIQUIATRIA Y MÍSTICA

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PSIQUIATRIA Y MÍSTICA: Según F. Rielo existen en la persona humana dos fuerzas fundamentales: definiente y limitante. La primera se refiere al PATRIMONIO GENÉTICO de carácter ontológico de las estructuras y operadores de orden legislativo, receptivo, transformativo y atributivo. La segunda se sitúa en el PATRIMONIO GENÉTICO de carácter biológico con la tendencia egotizadora de la consciencia que se proyecta en el sicosoma dando lugar a la neurosis consciencial del espíritu, subconsciencial de la psique e inconsciencial del soma. (Véase Consciencia)

La SYNEIDOTERAPIA , que es, para F. Rielo, la terapia integral de la NEUROSIS consciencial, y su incidencia en la cura de la EGOTIZACIÓN (Véase EGO y Egótico) subconsciencial e inconsciencial, se da a través de las estructuras y operadores :

  1. legislativos, como la ley de la inmanencia, transcendencia y perfectibilidad;

  2. atributivos, como la verdad, el bien y la belleza;

  3. receptivos, como la CREENCIA, la expectativa y el amor;

  4. _transformativos__,_ como las VIRTUDES y valores.

No puede realizarse, según nuestro autor, una terapia bien formada sin tener en cuenta los tres niveles de la persona (CUERPO, ALMA Y ESPÍRITU), los cuatro ámbitos de relación (personal, sacral, social y cósmico) y las múltiples dimensiones en que el ser humano se proyecta: histórica, religiosa, cultural, artística, científica, política, familiar, económica… (Véase Niveles, Ámbitos y Dimensiones)

La neurosis es la manifestación neurológica de la limitación radical o EGOTIZACIÓN del ser humano (Véase EGO y Egótico), que, como persona definida por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del modelo absoluto e investida de estructuras y operadores transcendentales, viene a este mundo provisto:

  1. de una inmunología orgánica deficiente, con tendencia a enfermedades físicas;

  2. de una psicología débil, con tendencia a enfermedades síquicas;

  3. de un espíritu egotizante, con tendencia a enfermedades espirituales o morales.

El soma, la sique y el espíritu son, debido a estas tendencias anómalas, susceptibles de desarrollar las más diversas enfermedades de carácter agudo o crónico, de carácter general o patológico. El instinto de felicidad como tendencia radical de la egotización desarrolla los síndromes del anarcós, la culpa y el miedo, con sus correspondientes síntomas y signos.

El concepto de síndrome, según la concepción rieliana, es un conjunto de síntomas característicos que describen un trastorno o una enfermedad del espíritu, o el inicio de estos; por ejemplo, el síndrome del anarcós viene caracterizado por un síntoma que engloba los demás síntomas, el narcisismo, con el egoísmo, la egofrenia y la egolatría. Los síntomas, a su vez, se caracterizan por la percepción de anomalías causadas por la enfermedad correspondiente del espíritu; por ejemplo, la soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y la pereza son síntomas basales del anarcós. Los signos de la enfermedad son las manifestaciones objetivables de los síntomas; por ejemplo, cuando una persona dice que es ‘mejor que los demás’, es signo de los síntomas de orgullo, prepotencia y, en última instancia, de soberbia, que constituyen la sintomatología del síndrome del anarcós.

Las somatoneurosis serían trastornos y enfermedades que tienen causa física, incluso las enfermedades físicas que se refieren a cualquier órgano, aparato o sistema, que no tengan procedencia síquica o espiritual. Las siconeurosis serían los trastornos y enfermedades de carácter sicológico que producen en el organismo disfunciones biológicas originadas por el estado sicológico-espiritual del paciente. La causa es, sobre todo, síquica.

Las neumatoneurosis son trastornos y enfermedades que tienen su origen en el espíritu. Son las que revisten mayor gravedad puesto que afectan directamente a toda la persona en sus tres niveles, cuatro ámbitos y múltiples dimensiones. Todas las enfermedades tienen, en última instancia, su origen en la tendencia egótica de la persona, ya sea en el orden hereditario, remontándonos a la culpa primigenia o PECADO ORIGINAL, ya sea en la activación personal de dicha tendencia, ya sea en los factores biológicos, sicológicos, ambientales, etc., influidos por la EGOTIZACIÓN.

Descrito lo anterior, nos preguntamos ¿Qué puede aportar la antropología mística a la psiquiatría? – Recordemos unas palabras de F. Rielo: «La negación de la religiosidad o de la mística como constitutividad de la persona humana lleva directamente a la actitud idolátrica. El ser humano está estructurado genéticamente para adorar al Absoluto o Dios, que es donde encuentra su definición, su potenciación y su plena dignidad, y no en rendir adoración a un sustituto, sea el yo egotizado o una proyección en algo inferior a sí mismo. El mecanismo de defensa de la negación de la realidad tiene que ver con esta negación de la mística o religiosidad, desarrollando en el ser humano lo que denomino “delirio ontológico”. No se trata de desorden mental o trastorno del contenido del pensamiento, sino de desorden o trastorno del espíritu, centrando la persona todo hacia sí misma, dando lugar al egocentrismo para derivar en la egofrenia a través de la egolatrización»[1].

La religión es un conjunto de creencias, normas y ceremonias por las que el ser humano reconoce su relación con la divinidad. La MÍSTICA es más que la religión, en el sentido de que es un religare experiencial del amor divino, de persona a persona. La mística, dirá nuestro autor ateniéndose a la etimología de la palabra griega, es cerrar los ojos al egoísmo para abrirlos al AMOR. Hay que decir, entonces, que no todo lo religioso es místico, pero sí todo lo místico es religioso. Hay elementos religiosos que, por su rigidez, exclusividad, reducción e intransigencia no son místicos. La esencia de lo místico, que es el amor, es potenciante, incluyente y eminentemente comunicativo. La mística auténtica es inmune a aquellos elementos, que, en todo caso, hay que considerarlos seudorreligiosos o seudomísticos.

Es necesario acudir a la definición del ser humano para saber de qué, para qué y cómo estamos hablando. Según Rielo, el ser humano es un ESPÍRITU SICOSOMATIZADO inhabitado por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del absoluto. Esta DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA infunde en el espíritu el ontológico o místico PATRIMONIO GENÉTICO que nos hace personas entre personas a imagen y semejanza del absoluto, que es comunidad de personas divinas. En el libro Mis Meditaciones desde el Modelo, asevera que: «El espíritu humano no es un espíritu puro; antes bien, un ESPÍRITU SICOSOMATIZADO, poseedor de fuerzas pulsionales o estimúlicas que, carentes en sí mismas de dirección y sentido, deben ser dirigidas por la persona humana en virtud de que esta posee, ontológicamente, el carácter motivacional otorgado por la divina presencia constitutiva del absoluto en todo ser humano. Esta divina presencia constitutiva inspira en nuestro espíritu lo que es esencia del sujeto absoluto: el amor. Motiva, por tanto, lo que se hace por amor, con amor y en el amor»[2].

El médico psiquiatra, padre de la logoterapia, Viktor Frankl considera también al ser humano en tres niveles: corporal, sicológico y espiritual. Esta trilogía da pie a Frankl para distinguir entre somatogénesis, sicogénesis y noogénesis, según que los trastornos tengan, respectivamente, causas biológicas, sicológicas o de carácter existencial. Para él, el hombre tiene cuerpo y alma, pero es espíritu. Los padres, al engendrar un niño, prestan los cromosomas, pero no le infunden el espíritu. Los cromosomas determinan tan solo el elemento sicofísico, no el espíritu; definen lo que va a ser el organismo sicofísico, no la persona espiritual. En suma, los cromosomas transmitidos por los padres solo determinan al hombre en aquello que tiene, no en aquello que es. La siquiatría suele olvidar siempre esa dimensión espiritual que no viene por vía de generación biológica, sino ontológica. Frankl coincide con Rielo en que el espíritu se define por la presencia del absoluto denominándola constitutiva; esto es, esencial, definiente de todo ser humano. Así se expresa Viktor Frankl: «Solo desde un valor absoluto, desde una persona absolutamente valiosa, desde Dios, adquieren las cosas un valor. Solo cuando las hacemos comparecer —aunque de modo tácito e inconsciente— ante el tribunal divino, somos capaces de calibrar el valor de las cosas, el valor que les corresponde. En toda valoración tenemos presente de modo tácito e inconsciente a la persona absolutamente valiosa, presuponemos siempre al arbitro divino»[3].

Vayamos a otro texto de nuestro autor que nos instruye de aquello que no define al ser humano, sino que lo limita e incluso lo degrada. Se trata de la tendencia egotizadora con la cual todos nacemos, frente a la ley de la perfectibilidad que nos transciende, y por la que somos capaces de realizarnos. El santo, en este sentido, es el hombre normal porque cumple con la perfección del amor, que es el motor de la vida de un ESPÍRITU SICOSOMATIZADO con proyección en todos sus ámbitos y dimensiones. He aquí el texto rieliano: «La EGOTIZACIÓN hace de la persona humana una máscara o caricatura de su propio yo en cuanto yo. Siempre que el ser humano se egotiza en su inmanencialidad y se comporta ajeno a la perfectibilidad de su transcendencia, a la que es llamado por la perfección de la presencia constitutiva del sujeto absoluto, se comporta inauténticamente. En este sentido, estoy de acuerdo con el famoso siquiatra Rudolf Allers cuando afirma que “… la definitiva superación de la inautenticidad que caracteriza y define a la NEUROSIS, no se logra sino en la vida verdaderamente santa. (…) o por lo menos en una vida que tiende a la santidad”»[4].

 El padre de la logoterapia, como F. Rielo, pone también la transcendentalidad como fuerza necesaria para salir de la inmanencialidad, ya que en esta, metida en sí misma, no está la imagen del hombre. Frankl se expresa del siguiente modo: «Con la demostración de que el hombre no está determinado estrictamente por fuerzas y potencias vitales y sociales, sino que se ve libre de ellas y es responsable de la autodeterminación, hemos recuperado la existencia del hombre más allá de los hechos biológicos, psicológicos y sociológicos. Ahora, con la inclusión de la trascendencia en la teoría del ser humano, se trata de recuperar una imagen del hombre que responda a su esencia, destacando en ella el rasgo de su trascendentalidad. Una imagen del hombre en consonancia con su ser desborda los marcos de la facticidad y también de la inmanencia. La imagen del hombre no queda completa en el marco de la inmanencia. O el hombre se concibe como imagen y semejanza de Dios o deriva en mera caricatura de sí mismo»[5].

¿Qué decir sobre el conflicto que se ha dado entre religión y psiquiatría? F: Rielo afirma lo siguiente: «Es cierto que las religiones pueden deformarse y alejarse de su sentido originario con consecuencias nefastas para sus seguidores, incluso de carácter sicológico y social. La religiosidad puede, por ejemplo, degradarse cuando se convierte en un fin en sí misma; es entonces cuando la experiencia de lo divino se desvanece, y la religiosidad adquiere un carácter instrumental, adaptativo y supersticioso, que aleja al sujeto de lo espiritual. Sin embargo, el razonamiento científico no se puede valer de las degradaciones o, incluso, de los trastornos sicológicos que tienen personas practicantes de su religión con el fin de rechazar y desconfiar de la herencia religiosa de la humanidad. En lugar de curar la enfermedad, la sicología y la siquiatría dirigieron sus esfuerzos a la destrucción de elementos, recursos y claves de la auténtica curación. Intentar destruir la FE o la ESPERANZA, por ejemplo, es un despropósito que lleva no solo al fracaso, sino a toda suerte de trastornos y anomalías»[6]. Es más fácil ver el conflicto entre religión y psiquiatría que entre mística (cuando esta es auténtica) y psiquiatría. Ya hemos indicado que la religión, en sus estructuras de creencias, normas y ceremonias, puede fácilmente caer en anomalías, pero estas no se deben a la religión, sino a la proyección de la ideologización de las personas y de los estados de ánimo, donde aparecen la rigidez, la intransigencia, y otros fenómenos conocidos que, generalmente, se confunden con los estados místicos.

El fundador de la Escuela Idente se expresa con claridad sobre el origen del prejuicio y la tendencia ideológica de la psiquiatría cuando esta identifica la religión con la neurosis: «Reducir la religiosidad a síntomas siquiátricos pertenece al terreno del prejuicio y de las ideologías ; en ningún caso, de la ciencia. La causa de esta atribución hay que buscarla en una malformación, si no DEGRADACIÓN, de la consciencia moral y ontológica. No pueden confundirse los síntomas siquiátricos y las experiencias religiosas auténticas. Su confusión está normalmente condicionada por la ignorancia o por prejuicios atribuidos al contexto social y a las influencias ideológicas y culturales. El siquiatra o sicoterapeuta que intentara confundir, solapar o negar la experiencia religiosa debería ser el primer diagnosticado. Más graves que los desórdenes mentales son los desórdenes del espíritu»[7].

Traemos un texto también de F. Rielo donde nos ilustra de la defensa de la religión que hacen algunos psiquiatras: «Se han dado voces desmitologizadoras de la sicoterapia materialista o ideológica, como la voz de Erich Fromm, que piensa que es necesaria una religiosidad sana en la vida de los no creyentes llegando a afirmar que “el problema de la religión no es el problema de Dios, sino el problema del hombre”. Fromm está convencido de que la religación constitutiva de los negadores de la religión, al ser fuertemente reprimida, puede dar muestras de patología sectaria cuyo ejemplo lo encontramos en el stalinismo o en el nazismo. Es más, Fromm quiere demostrar que la nota de normalidad en el ser humano se percibe en la firme negación de la idolatría. Jung llega a señalar que las religiones son sistemas sicoterapéuticos en el auténtico sentido de la palabra. Por su parte Viktor Frankl considera como “neurosis obsesiva de la humanidad” la negación de la religiosidad, sustituida por una fe reprimida en forma desfigurada e infantil, por la superstición que llega también a doctrinas científicas cargadas de dogmatismo, por los despotismos y fenómenos tan difíciles de explicar como el fanatismo deportivo. También Jorge J. Saurí afirma que la negación de la religiosidad se transforma en una modalidad social o personal de autoengaño o de falsa conciencia»[8].

Asimismo, el famoso psiquiatra y filósofo católico Rudolf Allers, discípulo de Alfred Adler y maestro de Viktor Frankl, es bastante explícito en la defensa de la religión: «Una dirección de almas comprensiva, cariñosa, respetuosa, paciente y puramente religiosa, puede llegar a corregir, a la vez la conducta religiosa y la neurótica; porque dicha influencia aborda, en efecto, el problema más central de todos. Por supuesto, no todos esos hombres están en disposición de conocer y comprender sin más ni más, ese problema, ni ver que es problema para ellos. En tales casos, es necesario un penoso trabajo de ilustración y educación, a fin de llevar a esos hombres hasta el punto donde ya es factible discutir ese problema, es decir, se precisa, justamente, una psicoterapia sistemática»[9].

Finalmente, debemos señalar la importancia que tiene el ejercicio de las VIRTUDES, sobre todo el amor que, según santo Tomás, es la forma de todas ellas. Así tenemos que, cuando son formadas y vividas en el amor, son un factor clave para cualquier tipo de terapia. Así se expresa Rudolf Allers: «Para permanecer firme ante los conflictos, las dificultades, las tentaciones, es necesario ser simple. Para curar una neurosis no es necesario un análisis que descienda hasta las profundidades del inconsciente para sacar no sé qué reminiscencias, ni una interpretación que vea las modificaciones o las máscaras del instinto en nuestros pensamientos, en nuestro sueños y actos. Para curar una neurosis es necesaria una verdadera metánoia, una revolución interior que sustituya al orgullo por la humildad, el egocentrismo por el abandono. Si nos volvemos simples, podríamos vencer el instinto por el amor, el cual constituye -si le es verdaderamente dado el desarrollarse- una fuerza maravillosa e invencible. […]. Para liberarse de las cadenas que nos atan a los valores inferiores, para poder resistir a las tentaciones que desde afuera o desde dentro surgen tan frecuentemente, para permanecer firmes a través de los inevitables conflictos de la existencia, no hay que fiarse del estoicismo que no es en el fondo más que una forma refinada del orgullo, ni librarse a la búsqueda de causas inconscientes perdidas en la lejana nebulosa de un pasado problemático»[10].

F. Rielo da suma importancia al amor como motor de la historia, de la sociedad, de la ciencia, de la vida. Por eso, el amor debe ser tenido en cuenta en toda clase de terapia que atañe al conflicto individual y social: «Si nos referimos a la llamada degradación social o desórdenes sociales, culturales, históricos, científicos, etc., son los que proyecta la propia persona humana, pues es esta el sujeto de la sociedad, de la cultura, de la historia, de la ciencia; esto es, la persona humana es la que hace sociedad, cultura… Es la persona humana la que actúa e interactúa con las otras personas humanas, con las obras de su mente y de sus manos, y, de modo específico, con la naturaleza animada e inanimada, y con el cosmos para, a su vez, transformarlos o degradarlos. Las individualidades sociales, con su complejísima egotización estructural, influyen en la persona humana, pero esta puede ejercer un cierto dominio sobre ellas en tal grado que, de algún modo, puede cambiarlas o transformarlas. Solo el amor, en el que hacen síntesis todos los valores y VIRTUDES, es el motor de todo cambio o transformación en los NIVELES, ÁMBITOS Y DIMENSIONES de la persona humana. El amor es lo único que puede motivar verdaderamente al ser humano; lo demás son seudomotivaciones, a lo más, fisiomotivaciones o sicomotivaciones»[11].

Nuestro autor nos ilustra ampliamente, y en toda la profundidad metafísica, mística, sicológica, pedagógica y humanista, sobre la definición del ser humano y las consecuencias anómalas y patológicas que derivan de las limitaciones, resistencias y condicionantes de un espíritu que proyecta, en su sicosoma, su patrimonio ontológico o místico, a la vez que aquellos factores que no lo definen, sino que lo limitan. Otro texto de F. Rielo en el que, con la SYNEIDOTERAPIA o terapia del espíritu, complementa y abre a otras posibilidades la logoterapia o llamada tercera escuela vienesa de psicoterapia, es el siguiente: «La egotización y sus consecuencias, con el lado oscuro y tenebroso del ego, con el juego de tendencias descontroladas y poderosas de las funciones sicosomáticas, de los instintos con sus fisiomotivaciones y sicomotivaciones, son hereditarias, proyectándose en todos los niveles de la persona humana. La neurosis posee su origen, pues, en la egotización de la consciencia potestativa; por tanto, el origen de la cura debe encontrarse en las ESTRUCTURAS Y OPERADORES GENÉTICOS de esta consciencia potestativa que, en virtud de la divina presencia constitutiva del absoluto, definen ontológica o místicamente a la persona humana. Toda cura o terapia física, sicológica o espiritual, adquiere unidad, dirección y sentido desde la SYNEIDOTERAPIA o terapia transcendental. El Maestro y el Médico por excelencia de esta terapia es el mismo Cristo, sin excluir, en el ámbito general o ecuménico, la terapia incoada implícitamente en los libros sagrados de las religiones. […]. Toda manifestación patológica de orden espiritual y sicológico puede ser reducida por sicofármacos, pero el problema subsiste si no se acude a una solución integral que puede darla la SYNEIDOTERAPIA, ciencia que busca el bienestar espiritual, fuente del bienestar sicológico y físico (Véase BIENESTAR FÍSICO, SICOLÓGICO Y ESPIRITUAL), y superadora de los problemas que afectan al ESPÍRITU SICOSOMATIZADO de la persona humana»[12].



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  1. F. Rielo, Consciencia y neurosis, libro inédito.
  2. F. Rielo, Mis Meditaciones, ob. cit., 123.
  3. V. E. Frankl, El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia, Herder, Barcelona, 1983, 134.
  4. F. Rielo, Consciencia y neurosis, libro inédito.
  5. V. E. Frankl, El hombre doliente, ob. cit., 139
  6. F. Rielo, Consciencia y neurosis, libro inédito.
  7. Ibid.
  8. Ibid.
  9. R. Allers, Naturaleza y educación del carácter, Labor, Barcelona 1950, 312.
  10. R. Allers, El amor y el instinto. Estudio psicológico, en I. Andereggen - Z. Seligmann, La psicología ante la Gracia, EDUCA, Buenos Aires 1999, 338s. (originalmente publicado en Études Carmélitaines, 1936).
  11. Fisiomotivación es, por ejemplo, intentar motivar a un niño por medio de un dulce o caramelo. Las sicomotivaciones intentan motivar, superficialmente, por medio del recuerdo, imaginación, sentimientos. La instrumentalización del afecto para conseguir algo es una sicomotivación. Los anuncios publicitarios, spots televisivos o radiofónicos, tienen mucho de fisiomotivación y sicomotivación al utilizar mecanismos asociativos de la inconsciencialidad del cuerpo y subconsciencialidad de la sique.
  12. F. Rielo, Consciencia y neurosis, libro inédito.