NOESIS Y VERBO O LOGOS

De Escuela idente

NOESIS Y VERBO O LOGOS: Si nos referimos a los seres personales, la percepción es, bajo la razón de creación, estructura formal del ESPÍRITU SICOSOMATIZADO . Esta estructura pose carácter ‘noético’ porque la noesis es su esencia, donde adquieren fundamento las facultades. Por otra parte, la comunicación es, asimismo, bajo la razón de creación, estructura formal del ESPÍRITU SICOSOMATIZADO. Así como la percepción tiene su carácter noético, la comunicación posee su propio carácter ‘verbal’ o ‘logal’ porque el verbo o logos es su esencia, donde adquieren fundamento todos los lenguajes y modos de comunicación[1].

La inseparabilidad de estas estructuras, percepción y comunicación, hace que la percepción sea comunicativa y la comunicación sea perceptiva; esto es, no hay percepción que no sea comunicativa, ni hay comunicación que no sea perceptiva. Lo mismo hay que afirmar de la noesis y del verbo (Véase Noesis y VERBO O LOGOS): no hay noesis sin verbo, ni hay verbo sin noesis. Podemos asegurar, de este modo, que la noesis es verbal y el verbo es noético. Sucede lo mismo con las estructuras transcendentales de la percepción y de la comunicación, bajo la razón de la divina presencia constitutiva como PRINCIPIO CONCREACIONAL, actual y epistémico (Véase PRINCIPIO ABSOLUTO O METAFÍSICO): si la percepción es, transcendentalmente, consciencia ontológica, y la comunicación es, transcendentalmente, potestad ontológica en virtud del GENE ONTOLÓGICO O MÍSTICO, la consciencia es potestativa y la potestad es consciencial. De aquí, las expresiones “consciencia potestativa” (Véase Consciencia) y “potestad consciencial” (Véase Potestad).

El enunciado de la noesis y del VERBO O LOGOS es simple: conocemos en la noesis y transmitimos en el verbo lo que está codificado en el gene ontológico o místico. La recreación, la verificación de lo que conocemos en la noesis y transmitimos en el verbo, lo expresamos, junto con otras funciones sicosomáticas, a través de razones, deseos, intenciones con las distintas formas del lenguaje y de la comunicación expresiva. Si la palabra, el signo, el símbolo, la señal, el gesto, el ademán, la mirada, el silencio adquieren de la consciencia ontológica su contenido, su significado, su emotividad, su intencionalidad, reciben de la potestad ontológica[2] la fuerza, la energía, el poder, la capacidad de ejecución, de verificación. Dime cómo respondes al ejercicio de tu potestad y te diré cuál es la fuerza de comunicación que posee tu lenguaje. La personalidad, la autoridad moral de un ser humano se encuentra en el verbo potestativo que infunde en su palabra.

La noesis no es esencia del objeto aprehendido, ni es ver el objeto discerniéndolo, ni es INTUICIÓN ni intencionalidad del objeto, ni es pensamiento puro; antes bien, la noesis es la esencia de la percepción ontológica por la que esta posee capacidad comprehensiva del objeto. La noesis abre la INTUICIÓN a la CREENCIA, la FRUICIÓN a la expectativa, la libertad al amor. Esta palabra, procedente del griego νόησις, posee el significado originario de “concepción o inteligencia de una cosa”. Hay que ir más allá de esta significación. La noesis es capacidad ontológica; esto es, aperturidad o disponibilidad ontológica del espíritu creado para recibir genéticamente, en el momento de la creación de aquel y su infusión en el SICOSOMA , las estructuras transcendentales y su actualización por la divina presencia constitutiva del modelo absoluto como PRINCIPIO CONCREACIONAL, actual y epistémico (Véase PRINCIPIO ABSOLUTO O METAFÍSICO). La noesis es, por tanto, capacidad ontológica de aprehensión directa, inmediata e indubitable del objeto que se hace presente en el espíritu y que debe ser abordado por las facultades conforme a su propia naturaleza facultativa con sus funciones sicosomáticas. Debemos afirmar por ello que, en la noesis, la facultad unitiva posee la capacidad de hacerse con el objeto, de elegirlo, de intencionarlo, de interiorizarlo, de intimizarlo, de hacerlo suyo, para que la facultad intelectiva, iluminada, lo intuya, lo vea, lo conciba, lo contemple, lo sensibilice, y la facultad volitiva, movida, lo recree, lo desee, lo disfrute, lo emotive, o, más bien, pueda abandonarlo, aborrecerlo, menospreciarlo, sufrirlo.

La noesis se caracteriza, sobre todo, por su capacidad numínica; esto es, por su capacidad de aprehender el modelo absoluto como presencia constitutiva, condición indispensable para poder aprehender cualquier otro objeto. Por ello, en toda aprehensión de cualquier objeto, está constitutivamente presente el modelo absoluto como PRINCIPIO ACTUAL y epistémico. La noesis requiere, finalmente, la GENETIZACIÓN transcendental por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del modelo absoluto, en tal grado que aquella, la noesis, queda elevada: si es general o ecuménicamente, a dianoesis ; si es revelada o cristológicamente, a hipernoesis .

La consciencia ontológica posee, de este modo, dos ámbitos: general o ecuménico, la “consciencia dianoética”; revelado o cristológico, la “consciencia hipernoética”.

El verbo o logos no es, por otra parte, la definición del objeto aprehendido, ni tiene el significado del “decir inteligible”, ni es razón, ley o principio universal de inteligibilidad; antes bien, el VERBO O LOGOS es la capacidad que posee el espíritu de comunicarse y de expresarse con el objeto en él presente; esto es, el VERBO O LOGOS es capacidad de dialogación, de manifestación, de definición. Dicho de otro modo: es capacidad dialógica, manifestativa, declarativa, expositiva, demostrativa. Las palabras verbo y logos vienen, respectivamente, del latín verbum y del griego λόγος; verbum es la traducción latina de λόγος, que posee el significado originario de palabra, lenguaje, discurso, definición, orden, ley, principio o norma. El VERBO O LOGOS no se reduce, en el pensamiento rieliano, a ningún lenguaje, ni a formas diversas de definición o de expresividad. Es el “+” de todo ello. Este “+” hace que nuestra comunicación esté abierta; esto es, posea capacidad para un diálogo viviente, ordenado, selectivo, con dirección y sentido hacia el modelo absoluto que se hace presente constitutivamente. Y es en la divina presencia constitutiva del modelo absoluto, y a partir de esta, donde adquieren también dirección y sentido todos los demás objetos que se hacen presentes al espíritu, y con este en las facultades y sus FUNCIONES SICOESPIRITUALES Y SICOSOMÁTICAS . Esta presencia empero no es una presencia para quedarse; antes bien, para comunicarse; por esta causa, el OBJETO DE CONSCIENCIA es puesto de manifiesto por medio de los lenguajes y de las distintas formas de expresión.

Afirma el fundador de la Escuela Idente que, en el VERBO O LOGOS, la facultad unitiva posee la capacidad de compenetrarse, de vincularse, de conectarse con el objeto para que la facultad intelectiva, iluminada, lo intuya, lo conceptúe, lo verbalice, lo defina, y la facultad volitiva, persuadida, lo active, lo transforme, lo construya, lo desideralice, o, también, lo desactive, lo inmovilice o lo destruya. El verbo hace que nuestra comunicación se caracterice por su capacidad logética; esto es, por la capacidad lógica de poder relacionarnos, manifiestamente, con el modelo absoluto en virtud de la presencia constitutiva de este, condición indispensable para que, codificada por ella nuestra comunicación, podamos crear lenguajes y formas de expresión en nuestra relación con cualquier otro objeto, sobre todo con nuestros semejantes.

La comunicación es, en virtud de su VERBO O LOGOS, “+” que los distintos lenguajes y formas de expresión. No se reduce solo a la pura fenomenología de transmisión de mensajes; por tanto, el hecho humano de la comunicación no puede ser restringido a una teoría cibernética, teoría lingüística, teoría de la información o teoría de los roles, por muy perfeccionadas que estas puedan llegar a ser. Dichas teorías inciden solo en un área que corresponde a parte del ámbito sicosomático de la comunicación. Sabemos que la comunicación se sicosomatiza en las facultades y, con ellas, en las estructuras de la sintacticidad que, codificadas por el carácter transcendental del VERBO O LOGOS, dan lugar a las manifestaciones articuladas o no articuladas del lenguaje, que estudia la lingüística, y a la capacidad reglada de estas manifestaciones de recibir las cargas de significación, que estudia la semiótica o la semiología. Rielo se refiere a todo el ámbito manifestativo del lenguaje articulado —oral y escrito— y al otro enorme ámbito de las manifestaciones no articuladas del lenguaje como es el caso de la mímica, la mirada, el gesto, la expresión corporal, los modos y modales en el vestir y arreglarse, y, en definitiva, todo aquello que acompaña a la expresión oral del lenguaje: entonación, ritmo, intensidad, flexión de voz…

El VERBO O LOGOS requiere, desde luego, la genetización transcendental por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del modelo absoluto , en tal grado que el verbo o “logos” queda elevado a “transverbo” o “dialogos”. Este “transverbo” o “dialogos” es lo que denomina nuestro teólogo y metafísico con la palabra “transverberación” o “dialogación”, que es, en su pensamiento, la esencia transcendental del espíritu o concepción genética de la esencia humana. El concepto de transverberación corresponde, por otra parte, a los dos ámbitos: general o ecuménico, transverberación constitutiva o dialogía; revelado o cristológico, transverberación santificante o translogía.

La POTENCIA DE UNIÓN impide, finalmente, la separación de la percepción y la comunicación, la noesis y el VERBO O LOGOS, en tal grado que podemos afirmar que la percepción es comunicativa y la comunicación es perceptiva, la noesis es verbal y el verbo es noético. Lo mismo hay que decir de sus transcendentales: consciencia, dianoesis e hipernoesis; potestad, transverberación constitutiva y transverberación santificante. Si la consciencia es potestativa y la potestad es consciencial, tenemos —en los dos ámbitos, constitutivo y santificante— lo siguiente:

  1. la consciencia dianoética es transverberativa o dialógica en el ámbito constitutivo, y la transverberación o “dialogación” en el ámbito constitutivo es consciencia dianoética;

  2. la consciencia hipernoética es transverberativa o translógica en el ámbito santificante o revelado, y la transverberación o “translogación” en el ámbito santificante o revelado es consciencia hipernoética.

La transverberación constitutiva es “dialogación” y la transverberación santificante es “translogación” en tal grado que podemos afirmar que la consciencia ontológica es: a nivel constitutivo, dialógica y dianoética; a nivel santificante, translógica e hipernoética.



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  1. El ser humano posee múltiples recursos en su comunicación con sus semejantes: la mirada, la sonrisa, la expresión facial y corporal, el gesto, y un rico sistema de indicadores, signos y señales construido en la interacción con otros. Sin embargo, los recursos más elaborados de socialización, conocimiento y comunicación son el lenguaje oral y escrito. Cuando hablamos de los lenguajes, estamos refiriéndonos no al lenguaje oral y escrito, sino también a los diversos tipos de lenguaje: común, científico, lógico, metafísico, estético, musical, etc.
  2. Las Sagradas Escrituras nos revelan el poder de la Palabra divina. Claro está que aquí nos estamos refiriendo al poder de la Palabra venido no de la potestad ontológica o mística, sino de la potestad metafísica o divina. Dios obra con su Palabra como realidad dinámica u omnipotencia que opera infaliblemente los efectos pretendidos por Él (Jos 21,45; 23,14; 1Re 8,56). Ella produce siempre lo que anuncia (Núm 23,19; Is 55,10s) ya sean los acontecimientos de la historia, las realidades cósmicas o la salvación. En la revelación del Nuevo Testamento, se nos comunica que, por medio de la palabra, Jesús realiza milagros, produce en los corazones los efectos espirituales del perdón, de la santificación, de la paz, transmite sus poderes, enseña “con autoridad”. Es más, la Palabra es el mismo Dios por quien fueron creadas todas las cosas (Jn 1,3; Heb 1,2; Sal 33,6ss). La manifestación divina es, pues, comunicación verbal que, más allá de todo lenguaje, lleva en sí misma la omnipotencia y sabiduría divinas, que se sirven del lenguaje humano para comunicarse con los seres humanos en la Historia. La máxima expresión de la manifestación divina a los seres humanos es, según el Evangelio de San Juan, la Encarnación del Verbo. Débese aclarar, por último, que la manifestación divina por medio del lenguaje humano no es una antropomorfización de la acción divina por parte del ser humano, pues esta quedaría en simple antropomorfización; antes bien, es una antropomorfización de la acción divina por parte del mismo Dios para comunicarse, ontológica o místicamente, con el ser humano. Esta manifestación divina no se queda, sin embargo, en simples antropomorfizaciones o en sicosomatizaciones lingüísticas; antes bien, las desborda, porque las palabras en que Dios se manifiesta «son espíritu y vida» (Jn 6,63).