PERSONA, Concepción genética de la
PERSONA, Concepción genética de la: La persona, a nivel metafísico, es presencia de alguien en alguien; esto es, una persona se define por otra persona. El Padre es definiens del Hijo y el Hijo es definiendum del Padre. El definiens, como acción agente, está en el definiendum, y el definiendum, como acción receptiva, está en el definiens como acción agente. El definiendum no puede ser pasivo, pues habríamos introducido la pasividad absoluta en Dios. No hay nada que esté por encima de la noción de persona, pues es la expresión suprema del ser. Las personas divinas se definen entre sí. Sin esta definición a nivel metafísico —definiens-definiendum constituyendo única definición absoluta—, no podría darse ad extra ninguna definición bien formada del concepto de persona. Debemos partir siempre de la metafísica.
El concepto metafísico, supremo de persona, es la presencia de alguien en alguien. En Dios, tiene que haber, necesariamente, dos personas [≑] con el objeto de que se dé la definición relacional de persona: el Padre [] es todo en el Hijo [] y el Hijo [] es todo en el Padre []. Es la CONCEPCIÓN GENÉTICA DEL PRINCIPIO DE RELACIÓN a nivel deificans o constitutivo [≑]. La persona del Padre, aquello por lo cual conocemos al Padre, es la presencia en Él del Hijo. La persona del Hijo, aquello por lo cual conocemos al Hijo, es la presencia en Él del Padre. Ahora bien, la presencia del Padre en el Hijo es en virtud de su generación: el Padre, engendrando al Hijo, da al Hijo todo lo que es el Padre, menos el hecho de ser Padre; el Hijo, siendo engendrado por el Padre, recibe todo lo que es el Padre, menos el hecho de ser Hijo. El Padre es, pues, acción agente en la acción receptiva del Hijo, y el Hijo es acción receptiva en la acción agente del Padre.
Si nos referimos a la persona humana, esta es a imagen y semejanza de las personas divinas. Nuestro autor la define como ESPÍRITU SICOSOMATIZADO inhabitado por la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del sujeto absoluto . O, de forma más completa: la persona humana se define por la divina presencia constitutiva del sujeto absoluto en un espíritu que el propio sujeto absoluto libremente crea e infunde, en el momento de la concepción, en un SICOSOMA humano[1]. Por otro lado, la persona, lejos de buscar o refugiarse en su propia identidad, tiene conciencia de que no es solo conciencia de sí, ni obra solo ‘para sí’; es, más bien, alguien con conciencia de alguien y que obra para otro alguien. La definición de persona no se deja esperar: “Persona es alguien con conciencia de alguien”. La persona es alguien que representa a alguien, que muestra su interioridad, que se comunica haciendo repercutir su voz.
El campo semántico que arroja etimológicamente el concepto de “persona” (πρόσωπον), llevado a su dimensión ontológica, nos da la idea de que la persona es alguien que representa a alguien, que muestra su interioridad, que se comunica haciendo repercutir su voz. Por otra parte, el πρόσωπον, con la acepción de rostro, tiene el significado de ‘presencia’: una presencia que refleja el interior del ser humano, pues en el rostro se contempla la fatiga y el reposo, el dolor y el placer, el sufrimiento y el gozo, la infelicidad y la felicidad, la mentira y la verdad, la maldad y la bondad. La interioridad del ser humano modela el rostro de tal modo que la presencia que refleja puede ser auténtica o inauténtica. La comunicación más impactante, más ilustrativa, más comprometida es la del encuentro πρόσωπον πρὸς πρόσωπον (1Cor 13,12), la de ‘cara a cara’, ‘persona ante persona’. La persona es inconcebible sin que se implique en ella, intrínsecamente, el concepto de relación comunicativa de dos personas como mínimo; en ningún caso es un ente cerrado o incomunicado[2].
El ser humano, de naturaleza espiritual, es definido ‘persona’ por la presencia constitutiva de las personas divinas. ¿Qué hacen las personas divinas en nuestro espíritu creado? Darle un rostro, vivificar nuestro espíritu proporcionándole una interioridad comunicativa, consciente y libre. Las personas divinas se hacen presentes, se personifican en nuestro espíritu, hacen en él una personificación o prosopopeya ontológica o mística; la persona humana, por ello, más que reflejar en sí misma la presencia del Rostro de Dios, ha sido formada a imagen y semejanza del Rostro divino.
Negada la divina presencia constitutiva del sujeto absoluto en nuestro yo, este carecería, constitutivamente, de apertura, de relación; por tanto, de experiencia alguna, no solo del absoluto, sino también de lo que no es el absoluto. Aún más, si negamos la DIVINA PRESENCIA CONSTITUTIVA del sujeto absoluto en nuestro yo, este sería imposible porque no podría permanecer en su ser estructurado genéticamente. La razón es sencilla: la estructuración genética es la única forma que tiene el ser de nuestro espíritu de existir.
La persona humana es un “yo y algo + que yo”. Este “algo + que yo” se caracteriza —rompiendo el techo construido por los inmanentismos yoístas, sumidos en sus postulados identitáticos— por la presencia constitutiva de lo absoluto o divino en el yo de la persona humana.
La consciencia potestativa es la riqueza, el patrimonio por el que cada ser humano puede actuar y relacionarse como persona en todos y cada uno de los momentos vivenciales y experienciales de su vida. La persona no se define por su rol social, por su profesión, por su posición económica, por su sexo, por su capacidad intelectual, sino por su consciencia potestativa activada por la divina presencia constitutiva del modelo absoluto, como PRINCIPIO ACTUAL y epistémico (Véase PRINCIPIO ABSOLUTO O METAFÍSICO), en el ser humano con el ser humano. Esta consciencia potestativa es lo que da dirección y sentido a todos los actos de la persona por muy insignificantes que estos parezcan.
La personalidad humana no la hace el ser ministro, el ser banquero o el ser barrendero, como tampoco la hace el ser catedrático, el ser periodista, el ser analfabeto, el ser rico o el ser pobre. No es la cantidad, sino la calidad del amor, síntesis de la CREENCIA y de la EXPECTATIVA , activador de la libertad, de la inteligencia y de la voluntad con sus funciones sicosomáticas , lo que hace valioso, digno y honorable cualquier estado o acontecer del ser humano. Síntesis de la CREENCIA y de la expectativa es el amor, que no es definido por el conocimiento.
Solo el amor, que es la máxima expresión de la comunicabilidad, sabe bien lo que es el conocer, porque es el activador de nuestras facultades y sus funciones: el amor, activando la libertad, activa, a su vez, con la CREENCIA y la expectativa, la INTUICIÓN y la FRUICIÓN, proporcionando unidad, dirección y sentido a la razón, al deseo, a la INTENCIÓN y a todas sus funciones sicosomáticas. Es, por ello, fuente de sabiduría, de conocimiento profundo e integral de la consciencia potestativa que se proyecta en todos los ángulos y dimensiones de las FACULTADES HUMANAS y sus manifestaciones.
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