HACIA UNA NUEVA CONCEPCIÓN METAFÍSICA DEL SER

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HACIA UNA NUEVA CONCEPCIÓN METAFÍSICA DEL SER

(Madrid, 1988)

Publicado en

“Hacia una nueva concepción metafísica del ser” en VARIOS, ¿Existe una filosofía española? Fundación Fernando Rielo, Madrid 1988, 115-142.

Saludo

Mi gratitud, sobre todo, por su presencia. El programa que se ha desarrollado en este Aula de Pensamiento ha versado durante este año acerca de si existe una filosofía española y, en caso de haberla, plantearse su raíz pura. Esta cuestión permanece abierta a los estudiosos. Lo que es verdaderamente cierto es que España no ha tenido nunca una metafísica propia. Mi preocupación, en esta hora, conforme a mi intervención, consiste en poder proporcionar una nueva concepción del ser que sirva, a la vez, de parámetro con el que interpretar la riqueza filosófica de nuestras letras.

Lamento que mi tesis aparezca carente de mención de autores y sistemas: mi metafísica es fruto de muchos años de meditación. Lamento, no menos, una pesante densidad en las ideas, aunque con la justificación de que una conferencia impone muchos límites.

Mi metafísica empata en su cuestión final con lo que me parece esencialidad de lo español, esencialidad que intento completar con una metafísica de origen hispánico.

PROEMIO

Mi concepción metafísica del ser es genética: quiero decir con el término «genético» que el ser tiene «gene». Este contenido metafísico del ser establece la sustitución de la parmenídica identidad absoluta, «ser es ser», por la congenitud absoluta de dos seres [] que constituyen, dentro del orden racional, la máxima expresión reductiva del principio de relación. Adelanto, a su vez, que la congénesis absoluta [] es la única posible que eleva el hecho místico a ontología pura.

La afirmación de la congénesis metafísica requiere la descripción del método que aporta mi concepción genética del sujeto absoluto; por otra parte, incluyo consideración crítica sobre el llamado principio de identidad que subyace en la filosofía histórica. Si me refiero a la noción en la que se fundamenta una metafísica, noción elevada a absoluto, tiene el valor de axioma puro; por tanto, rechaza más de una acepción.

Veremos también que esta metafísica de la congenitud rubrica, aunque de forma tardía, la esencialidad de un pensamiento español que se formó, históricamente, sobre el supuesto de ser España una de las cuatro iglesias apostólicas: la iglesia mística, con la que Cristo resuelve la universalidad de la Iglesia por Él instituida.

Mi metafísica genética nada tiene que ver, finalmente, con la epistemología genética de Piaget: esta epistemología piagetiana equivale a un estudio de las estructuras concretas de las ciencias y de los métodos por ellas usados para comprender sus integraciones dentro de cada una y de todas ellas en conjunto. Su concepción sicogenética se reduce a una forma filosófica del historicismo en la teoría del conocimiento.

I

CUESTIÓN CRÍTICA

La identidad absoluta, «ser es ser», arroja metafísicamente carentes de sentido: en lo sintáctico, los enunciados identitáticos —«ser es ser», «ente es ente», «sustancia es sustancia», «gripe es gripe»…— constituyen seudoenunciados porque su carencia de sentido sintáctico nada añade al conocimiento científico, debido a que el predicado es el mismo sujeto; en lo semántico, «ser es ser» y «~ser es ~ser», tienen la misma validez metafísica; en lo ontológico, las nociones de «ser», «ente», «sustancia», son inalcanzables por la identidad en virtud de que «identidad es identidad». La noción «identidad es identidad» tiene la misma validez que «~identidad es ~identidad»; en este sentido, «identidad es identidad» no alcanza a «ser es ser» y «~identidad es ~identidad» no alcanza a «~ser es ~ser». La contradicción interna de «identidad es identidad» y «~identidad es ~identidad» es absoluta. La supuesta distancia entre identidad de «ser es ser» y ~identidad de «~ser es ~ser» no es equiparable al infinito ni a la nada; antes bien, se equipara con el absurdo de «distancia es distancia» y, al mismo tiempo, de «~distancia es ~distancia». Este absurdo distancial sólo es comparable con el nuevo absurdo de «nunca es nunca» y «~nunca es ~nunca» y «siempre es siempre» y «~siempre es ~siempre». El valor absoluto de la contradicción interna del llamado principio de identidad rechaza cualquier análisis por el cual se intentara encontrar vía de solución a su estado paradójico. El carácter absoluto de las nociones metafísicas es regla que excluye cualquier relativismo.

Las tautologías, decir lo mismo con diferentes palabras, tienen el valor subsidiario de un principio de identidad que se muestra, sobre todo, contradictorio. La contradicción consiste, sobre todo, en que la validez ontológica, fundada en el principio de identidad, «ser es ser» y «~ser es ~ser», es la misma; por tanto, la identidad se clausura por su misma noción a sí misma en grado tal que se reduce a un seudoprincipio del que ninguna realidad puede deducirse, ni siquiera el ser. El intento de insignes filósofos, incluidos los escolásticos, de definir la identidad «ser es ser» y «~ser es ~ser» con el enunciado «todo ente es uno e indiviso» es inútil: la unidad indivisa nada tiene que ver con la identidad absoluta.

La aplicación de la identidad absoluta a la razón y a la fe hace a estas contradictorias: a la razón, «razón es razón» y «~razón es ~razón»; a la fe, «fe es fe» y «~fe es ~fe». Ya no es siquiera la contradicción entre razón y fe, sino razón contra razón y fe contra fe. Se dan, por tanto, dos imposibilidades ontológicas: una verdadera teoría del conocimiento y una verdadera teoría de la fe. Si aplicamos la identidad, dentro del orden relacional, a la noción de Dios, resulta que «Dios es Dios» tiene la misma validez que «~Dios es ~Dios». Sucede lo mismo en el orden revelado: «Santísima Trinidad es Santísima Trinidad» con la misma validez que «~Santísima Trinidad es ~Santísima Trinidad».

Las consecuencias de la identidad absoluta no pueden ser más devastadoras. Expresada esta devastación en términos anecdóticos, todo el edificio de las convicciones queda destruido; ni siquiera queda la esperanza de una paz en la nada porque «nada es nada» tiene la misma validez que «~nada es ~nada». El ser humano no alcanza la tranquilidad de una muerte verdadera porque «muerte es muerte» tiene la misma validez que «~muerte es ~muerte». El destino, pues, del hombre es, conforme a esta metafísica de la identidad, de no ir a ninguna parte.

II

CUESTIÓN ANALÍTICA

— A —

Mi concepción genética del principio de relación sustituye a la agenética del llamado principio de identidad. El principio de relación posee la videncia racional de dos seres []; no menos de dos, porque regresaríamos a la identidad; no más de dos, porque un tercer término [] se revelaría excedente ontológico. La geneticidad del principio de relación consiste en que es el gene de . La posición ontológica de los dos términos se obtiene por sintaxis de oración directa: genetiza a ; es genetizado por . es el agente de ; es el paciente de . La acción genética de tiene enunciado preciso: la generación teórica de por . es el objeto pasivo de la acción directa, definición genética de su agente []. Los dos seres son realmente distintos porque se revela activo en referencia a , y pasivo en referencia a . La diferencia real de los dos términos, agente y objeto, no es por oposición sino por complementariedad absoluta. Esta complementariedad determina, por su carácter genético, que su única sustancia sea verdadera congénesis. La congénesis hace que la relación de otorgue a éstos condición de único sujeto absoluto y de única acción absoluta.

El carácter genético de la complementariedad hace, por otra parte, que, dentro del campo absoluto, sea, «sub ratione obiecti», réplica del agente []. es ingénito por determinación de su lugar ontológico: engendra a ; es engendrado por . La definición más general de sujeto absoluto es de un ente [] que tiene por gene a ; por tanto, el ente es genético y no agenético. No son dos entes, sino único ente. Este ente del que es sujeto atributivo consiste en la acción de en : es el sujeto atributivo del ente porque es el origen generante de . Los dos términos [] son único sujeto absoluto porque están en función de único principio genético.

La generación no significa que dé la existencia a ; antes bien, la generación es comunicación del gene a por , reservándose éste para sí su carácter genético y, por tanto, de agente de . tiene la existencia, lo mismo que , en función del mismo principio genético. La existencia es, pues, cuestión del mismo principio en virtud del cual los dos seres [] se constituyen, racionalmente, en único sujeto absoluto. La negación de esta «quaestio principii» sustituiría la eternidad por una temporalidad en virtud de la cual, negado el principio de relación y establecida la irrelación absoluta, quedaría el nihilismo de la identidad «0 es 0» con la misma validez que «~0 es ~0».

Los términos adquieren, por otra parte, el valor de que contienen dentro de sí mismos la expresión suprema del sujeto absoluto: la persona []. El resultado de separar [] de [] reduciría a [] a un teórico en cuanto teórico. El diálogo es, racionalmente, entre dos seres personales [] y no dialéctica entre opuestos: persona y ~persona. Este diálogo entre personas, expresión suprema del ser, es cuestión del propio principio genético que excluye, por su misma naturaleza, toda relación de opuestos. La complementariedad es su ley. La dialéctica de opuestos, persona y ~persona, responde al absurdo de un supuesto principio de identidad por el que adquiere la misma validez «persona es persona» y «~persona es ~persona». El impersonalismo no existe porque se inscribe en el carácter absurdo de un seudoprincipio, la identidad, y su consecuencia específica en los opuestos. Se revela anecdótico que, opuestos , anduvieran a bofetadas con y con ; por otra parte, la oposición, dentro del lenguaje absoluto propio de la metafísica, comportaría un aniquilacionismo por su misma naturaleza contradictorio. Los dos seres [] son bajo la razón de porque la noción de persona es la suprema expresión del ser.

Queda descartada la subordinación de la metafísica a la teología; antes bien, se establece la coordinación de complementariedad entre las dos ciencias: su separación supondría la ruptura de la complementariedad y devolvería a éstas, no sólo al subordinacionismo, sino a la contradicción que supone el llamado principio de identidad. La diferencia coordinativa de la metafísica genética [] con la teología genética [] consiste en que: la metafísica trata, «sub ratione absolutitatis», a ; la teología, «sub ratione divinitatis», a .

Cristo revela que, dentro del absoluto, existe un que, excediendo a la razón, nomina Espíritu Santo, . Este excedente de la razón tiene validez ontológica con sólo saber que, si la ingenidad de es activa, la ingenitud de es «sub ratione obiecti» pasiva de . El enunciado es genéticamente preciso: la ingenitud pasiva de es réplica de la ingenitud activa de . La réplica de en referencia a satisface la ingenitud activa de en tal grado absoluto que no tenga precedente alguno en un ser que llamaríamos .

— B —

Se revela una característica fundamental entre [] = [] que consiste en su dialogante apertura: teórica, ; positiva, . Esta apertura viene impuesta por la misma complementariedad que, congénita, se guardan entre sí. La clausuración de cada uno de los términos, rechazando el lugar ontológico, «1» y «2», que ocupan, nos devolvería al absurdo de una inmanencia absoluta que impone el seudoprincipio de identidad.

El modelo [] = [] tiene la ecuación significada por una congénesis que está en función, ya metafísica, ya teológica, del principio genético; por tanto, la ecuación está en función de este principio. Esta igualdad no es identidad; antes bien, significa que los dos términos, referidos a «S» y a «P», están supuestos con el «mismo sentido» en único principio genético. Quiere decirse que es la matriz teórica de la realidad positiva []: cuanto se diga de lo teórico, se afirma de lo positivo; cuanto se diga de lo positivo, se afirma de lo teórico. La identidad no admite ecuación alguna, dentro del absoluto, entre términos. La clausuración de cada uno de los términos nos devolvería, destruyendo los lugares ontológicos, al absurdo de la inmanencia absoluta que, carente de sentido, semántico, sintáctico y ontológico, representa el principio de identidad. La formulación absurda sería «S‑en‑S» o «P‑en‑P»; por otra parte, daríanse dos metafísicas antagónicas: la metafísica de un ser personal y ~personal y la metafísica de un ser impersonal y ~impersonal. La nominación de la primera metafísica sería «personalismo»; de la segunda, «impersonalismo». La negación de la geneticidad, representada por el principio de relación, establece el antagonismo de la unicidad objetiva de la metafísica: personalismo [∧~S]; impersonalismo [∧~P].

La apertura genética hace de la persona humana realidad abierta al sujeto absoluto: la inhabitación del acto absoluto en este ente creado es de carácter también absoluto. La naturaleza de la «inhabitatio essendi» es presencia constitutiva; de otro modo, la persona humana, cerrada en sí misma, se convertiría en el absurdo de un inmanente que, carente de principio, estaría privado, a su vez, de toda relación genética. Se habría caído, nuevamente, refiriéndome a la persona humana, en los carentes de sentido que aporta el seudoprincipio de identidad. La apertura inhabitada por presencia constitutiva del acto absoluto rubrica subsidiariamente una ética que adviene, exigencialmente, de la relación significada por la constitutiva presencia, inhabitación ontológica, del ACTO ABSOLUTO en la sustancia finita.

La sustancia de la persona es, por tanto, congénesis de la congénesis, supuesta la creación, del sujeto absoluto. La negación de esta creación, por el absoluto, de la persona humana establecería el absurdo de un inmanentismo que, clausurante absoluto como es el principio de identidad, se convierte en «theos» de sí mismo. La inhabitación ontológica , a la que genéticamente me he referido, es la que eleva a ontología pura la definición mística del ser humano.

Queda establecida, finalmente, la diferencia de «ser» y «cosa»: el ser creado es por inhabitación en su sustancia del acto absoluto; la cosa es por «actio in distans» del acto absoluto. Esta «ACTIO IN DISTANS» afirma de las cosas que, carentes de sustancia, son sólo existir de un vacío de ser en el que obra, creativamente, el sujeto absoluto. Este vacío de ser rechaza el concepto de nada absoluta porque, en este caso, tampoco existiría, nihilismo, el sujeto absoluto. El contenido de las cosas es sólo fenomenológico. Las cosas, insisto, son carentes de sustancia, advirtiendo, por otra parte, que la «actio in distans», propiedad del ACTO ABSOLUTO, no deja de ser genética. La razón se debe a la geneticidad que, interna a la sustancia, es proyectiva «per actionem in distans» del ACTO ABSOLUTO en las cosas.

III

CUESTIÓN METODOLÓGICA

El método con el que funciona el principio genético contiene en sus dos aspectos, racional y revelado, tres elementos: origen, sintaxis y réplica. Estos elementos son naturales y no convencionales porque proceden intrínsecamente de la geneticidad del principio []. es el origen de porque es el agente que se hace, por acción directa, con su objeto []. El enunciado es exacto: genetiza a ; es genetizado por . La acción de es en régimen de «unum» y no separadamente. La separación de y en lo que se refiere a su única acción supondría la aniquilación del carácter absoluto de su congénesis. Carentes, pues, de su congénesis, habríase establecido una dispersión de términos que, en contradicción entre sí, establecería la aniquilación de su relación genética. es, «sub ratione obiecti», réplica de dígase lo mismo de , Espíritu Santo, que, revelado por Cristo, es réplica, «sub ratione obiecti», de , quedando sellado, de este modo, el modelo ontológico por tres seres en único sujeto absoluto [].

La característica del método consiste en que la unidad de sus elementos, origen, sintaxis y réplica, tiene valor absoluto; quiere decirse, que son «unum» en tal grado que no admiten alteración alguna numérica. La dialéctica de los dos extremos, origen y réplica, no requiere, efectivamente, de ningún otro medio que no sea la sintaxis establecida. Nada hay más verdadero que la efectiva acción de un agente en su objeto.

El método genético es codificacional. Esta aposición rechaza dos nociones: «cuantificacional» y «cualificacional». El gene metafísico no es ni cantidad ni cualidad; antes bien, congénesis pura. El gene es la clave del código en virtud de la cual la relación de los términos, «esse», queda bien formada: el código del método genético rige la acción directa en un objeto [] por su agente []. La destrucción de esta estructura absoluta es sustantiva en tal grado que aparece nuevamente el fantasma de una identidad que carece de todo código para interpretación de su racionalidad metafísica y teológica.

Las propiedades del método son las mismas de la ciencia: consistencia, completitud, decidibilidad y, dentro de cierto dominio, la satisfacibilidad. Esta se cumple absolutamente en el campo revelado y no en el racional.

El metalenguaje entre metafísica y teología queda también, merced a la unidad sintáctica, establecido. La simetría genética ha convertido a las dos ciencias en objeto mutuo del lenguaje: el lenguaje metafísico es verdadero lenguaje objeto de la teología; el lenguaje teológico, verdadero lenguaje objeto de la metafísica. La razón del metalenguaje está sustentada por la complementariedad replicativa (≑) del objeto que, absoluto, es tratado, aunque de diferente modo, por estas ciencias.

Los dos supuestos, único origen y única sintaxis, abren el campo a una metafísica pura con soporte en una teología también pura; del mismo modo, hay que decirlo de una teología en función de una metafísica en virtud de que las dos convienen en única complementariedad.

La sintaxis de objeto directo cancela la oración sustantiva «X es Y». La razón es conocida: [] no es []. Los dos seres se guardan una diferencia real. Esta diferencia es, genéticamente, relacional absoluta porque los dos seres [] constituyen único sujeto absoluto de su congénesis.

El método genético dispone de instrumentos auxiliares para lectura del modelo genético. Señalo algunos de estos instrumentos, que sólo presento a modo de mención: integral, derivada, diferencial, incremento, vectorial… Las fórmulas de estos conceptos resultan interesantes porque aportan un saber culto a la metafísica y teología genéticas.

IV

CUESTION CATEGORIAL

—A—

Las categorías del modelo genético se constituyen por las características que especifican, haciendo posible un modo real y no abstracto, el orden ontológico: en lo racional, de []; en lo revelado, de []. Estas categorías no son géneros supremos del orden ontológico que aquellas ocupan en función del principio genético. El género es única metacategoría por la cual los tres seres se constituyen, con sus diferentes posiciones ontológicas, en único sujeto absoluto del mencionado principio.

El concepto de orden ontológico consiste, por la naturaleza sintáctica, semántica y ontológica del principio genético, en el impositivo carácter genético de que al agente [] le corresponde la acción que de sí recibe su objeto []. La necesidad de este orden ontológico es el propio principio genético. Negada esta necesidad, quedaría, a su vez, negada la geneticidad del principio constituido por tres términos [] igualmente necesarios. La precedencia del activo [] no implica jerarquía alguna con referencia a y porque habríase introducido el subordinacionismo de a ; con este subordinacionismo, un nuevo principio. El concepto de jerarquía, hablando con estilo metafísico, exige el absurdo de dos principios que, elevados a absoluto, se destruirían entre sí porque habríanse establecido tres sujetos absolutos entre los cuales no sería posible relación genética.

El hecho de que sean términos en relación intrínseca del mismo principio genético hace de [] única congenitud absoluta. La negación de la relación intrínseca disolvería la unicidad del sujeto absoluto en tal grado que se revelarían carentes de principio metafísico y, por tanto, de origen convencionalista. Los tres seres hallan, pues, con el principio genético la misma metacategoría: único sujeto absoluto de única congénesis pura. La relación extrínseca llevaría, por su parte, el absurdo de la identidad como principio de relación: «R es R» con la misma validez que «~R es ~R».

Las categorías son las diferenciales por las que los tres seres [] ocupan el lugar genético que les es propio: en lo racional, la ingenitud activa de en virtud de la cual es origen de ; en lo revelado, la ingenitud pasiva de cumple la función replicativa de la ingenitud activa de . La ingenitud pasiva de satisface, desde la revelación, el origen categorial de en virtud del cual es su objeto, y con unidad agente de .

La categoría de es ser logos genético de que une a su condición de objeto de , verbo substantivado, la realidad de ser con unidad agente que «sub ratione essendi», hace posible que la ingenitud pasiva de clausure la ingenitud activa de . La ingenitud activa de , de otro modo, no quedaría satisfecha porque, carente de su pasivo, carecería, a su vez, de objeto su acción. El resultado sería perderse en el absurdo de una nada con origen en la contradicción interna de una ingenitud activa contra el carácter activo de la propia ingenitud; esto es, ingenitud activa contra ingenitud activa. Téngase presente que no puede darse agente alguno del que su acción no vaya dirigida a un objeto; en caso contrario, daríase el nuevo absurdo identitático de «acción es acción» con la misma validez que «~acción es ~acción».

El hecho de que —logos genético de — sea necesario para que la ingenitud pasiva de clausure la ingenitud activa de se debe a que la acción agente de quede cumplida con su objeto []; de otro modo, daríase el absurdo de un excedente ontológico que, saltándose la racionalidad de un principio constituido por dos términos de relación [] clausuraría a un que no habría cumplido previamente con su objeto . El específico del absurdo sería la afirmación de un principio genético constituido por un agente con objeto de valor «0»; esto es, [≑0]

Las categorías, pues, del sujeto absoluto son tres y sólo tres: en la ingenitud activa; en el logos genético; en la ingenitud pasiva. Las tres categorías son fundamento, finalmente, de las procesiones: generación, espiración e inspiración.

No existe diferencia ontológica (real) de las procesiones y su fundamento, las categorías, porque, elevando la diferencia a absoluto, como es propio de la metafísica, habríase introducido un nuevo principio al único genético: el principio diferencial. Toda diferencia implica una resta entre dos conceptos que se destruyen genéticamente por vía de absurdo. Establezcamos un caso: la ingenitud activa de daría el absurdo de contra . Los dos conceptos tampoco se suman porque habríase introducido en el único principio genético una suma elevada a principio.

La relación de la ingenitud activa de y su carácter generante es «per viam complementarietatis». La complementariedad reside específicamente en el valor absoluto de la acción del agente [] en su objeto []. La generación activa, procesión, de no es réplica de la ingenitud activa de porque no hay acción agente de sobre . La negación de este carácter irreplicativo del generante activo y la ingenitud activa de habría convertido a en agente y objeto de sí mismo. Por tanto, no existe paso entre categoría y procesión activas de con . La admisión de un paso significaría la introducción de un nuevo término que, rompiendo la unidad de con se habría destruido éste a sí mismo en el absurdo de un bivalente. El concepto de paso introduciría nuevo término que, por su necesaria elevación a absoluto, nos llevaría a otro principio: el «pasismo».

Los dos conceptos «ingenitud activa» y «generación activa» de se sintetizan en único principio genético del que es origen de : por tanto, no se suman ni se restan. La diferencia real de [] reside en la naturaleza del propio principio genético que racionalmente está dotado de dos términos: si fueran lo mismo (y) habríase destruido la relación de dos términos que constituyen, referente al mencionado principio, único sujeto absoluto.

La ingenitud activa de es, finalmente, categoría fundamental a la que se remiten, «sub ratione originis», las categorías y procesiones de (y) . La negación de la unidad categorial de con en orden a introduciría tres sujetos absolutos con sus tres principios absolutos, rompiéndose, de este modo, la realidad de único sujeto absoluto en único principio absoluto: el principio genético.

— B —

No existe paso del sujeto absoluto al ente finito en ninguno de los dos órdenes: racional, de ; revelado, de . La razón se debe a que el modelo genético es una constante pura: carece, por tanto, de variables. La negación de esta constante pura introduciría, dentro del modelo genético, aunque sólo fuera por única variable que diera paso al ente finito, un evolucionismo intrínseco en tal grado que dejaría de ser único modelo absoluto. El modelo genético es, por su misma naturaleza, inmutable. No merece mención alguna la palabra «creación» del absoluto porque habría que preguntarse: ¿por quién? Los conceptos «evolucionismo» y «creacionismo» son, dentro del absoluto, absurdos: el evolucionismo, porque comportaría el panteísmo de un ser magmático de carácter impersonal; el creacionismo, porque erigiría la nada absoluta en principio del sujeto absoluto.

Se impone la creación, por el sujeto absoluto, del ente finito. Esta creación no obedece a un principio, creacionismo, antes bien, es acto libre. La evolución es, por su parte, un hecho cosmológico que, no respetando el supuesto creacional del ente finito, deja de ser científico. La razón se debe a que, erigido en sujeto absoluto, evolucionismo absoluto, arrojaría el absurdo de su fundamento a un seudoprincipio de identidad por el que aparece «evolución es evolución» con la misma validez que «~evolución es ~evolución»; por otra parte, el evolucionismo se presenta carente de origen y de fin. La evolución no es, por tanto, principio de sí misma, sino, antes bien, facticidad cosmológica que, en función del tiempo, tiene su término.

Las categorías del ente finito, supuesta su creación, son de dos tipos: en los seres, la presencia constitutiva, inhabitación, del acto absoluto en su sustancia; en las cosas, la «ACTIO IN DISTANS» de este ACTO ABSOLUTO en una constante fenomenológica que, deshabitada de sustancia, se reduce a puro existir. Su característica es precisa: las cosas no son, sólo existen.

La inhabitación ontológica es categoría que, objetiva, hace posible: en la persona humana, aunque libremente concebida por el sujeto absoluto, el carácter sobrenatural de la mística procesión; en los seres impersonales, su destino preternatural. La diferencia ontológica de los dos órdenes, sobrenatural y preternatural, del ente finito reside: sobrenatural, en la gracia concedida a la persona y su sustancia; preternatural, en la gracia concedida sólo a la sustancia. La negación de este orden de la gracia «sub ratione creationis» promulga un nuevo seudoprincipio: el naturalismo absoluto que, debido al supuesto de la identidad, comporta los carentes de sentido sintáctico, semántico y ontológico.

La inhabitación ontológica es de necesidad para que la antropología y la ética sean dignas del hombre: en antropología, porque la inhabitación es el transcendente que hace del hombre finito abierto que, por imperativo genético, es, metafísicamente, coloquial con el sujeto absoluto; en ética, porque la inhabitación establece el régimen moral que hay que suponer por este mismo imperativo en estado de rectitud. El sujeto absoluto es único modelo antropológico y ético del hombre que tiene la sana ambición de llegar a su plenitud perdurable. La negación de esta inhabitación genética frustra al hombre en tal grado que, cerrado en sí mismo, se erige en degenerada identidad que la muerte se encarga de desmentir.

V

CUESTIÓN EPISTEMOLÓGICA

La presencia constitutiva del ACTO ABSOLUTO, inhabitación ontológica, en la persona humana, supuesta la creación de ésta, es el fundamento que da forma, referido al campo metafísico del conocimiento: esta presencia es, pues, la «episteme». El específico de la «epistemia» consiste en que la presencia constitutiva no es creada: sería absurdo que el ACTO ABSOLUTO creara su propia presencia en la persona humana. Esta presencia increada y, a su vez, recreante de la persona es el transcendente que la capacita para conocer, dentro del campo racional, dos seres [], que, «sub ratione unici subiecti absoluti», son conocidos por la razón. Este específico increado de la presencia del ACTO ABSOLUTO y su sujeto es imprescindible. La persona humana no podría conocer, deshabitada del increante —la presencia constitutiva del ACTO ABSOLUTO—, la realidad. La razón es, pues, genética: si es genética la persona, lo es también esta función del conocimiento que decimos «razón». La concepción genética de la «episteme», la inhabitación ontológica del acto absoluto, es el origen de inteligibilidad del modelo genético; efectivamente, la geneticidad, modelando a la persona humana, modela, a su vez, la función racional. Esto no quiere decir que la persona humana tenga un saber absoluto del sujeto absoluto, pero sí un saber cierto sobre el sujeto absoluto que no es, metafísicamente, por medio de los sentidos. El enunciado es preciso: el saber humano está modelado por la geneticidad del sujeto absoluto. Esta verdad de razón está confirmada por la revelación: la persona humana es imagen y réplica, congenitud epistemológica de la congenitud absoluta []. Este saber cierto sobre el modelo absoluto no es, aunque inmediato, sin la dura condición temporal de los sentidos. Esta condición temporal de los sentidos es el primer fenomenológico que condiciona duramente el saber inmediato del primer dato ontológico: . La congenitud desmiente el proceso abstracto del conocimiento metafísico porque sacaría a la razón fuera de la propia realidad vital de un modelo genético que consiste en la complementariedad positiva de . La intuición es, antes que acto epistemológico de la razón, apertura genética de ésta al sujeto absoluto: si extinguida la intuición, imposibilitado también cualquier tipo de juicio. Tiene que ser la intuición porque el modelo absoluto [] no puede ser deducido ni inducido de ningún otro dato intermediario: este modelo genético se da con su específico increante, la presencia constitutiva del acto absoluto, «Per congenitudinem» a la persona humana.

La metafísica genética fundamenta, pues, a la epistemología. El método epistemológico se inscribe en esta fundamentación que consiste en que el juicio racional es modelado por el juicio absoluto. Éste es el nóumeno. El específico del juicio racional consiste en la complementariedad «sub ratione essendi» con el juicio del sujeto absoluto. La complementariedad es relación de lo modelado con lo modelante. Esta relación epistemológica es entre dos juicios y no entre términos del mismo juicio racional: la relación entre términos de un mismo juicio racional es lo propio de la lógica. La esencia epistemológica del juicio racional consiste, por tanto, en la relación modelante «per viam complementarietatis» del juicio absoluto.

La negación de la formación por el juicio absoluto del juicio racional comporta el absurdo de que, identificado con sí mismo, dé como resultado «juicio es juicio» con la misma validez que «~juicio es ~juicio». La validez de este absurdo ha desgarrado a la filosofía en dos caminos: racionalismo e irracionalismo. Esta negación no comporta relación, como puede observarse, entre verdad y falsedad; ciertamente, una relación entre verdad y su oponente, la falsedad, comportaría, elevada a absoluto, dos principios en oposición absoluta: el principio de la verdad y el principio de la falsedad. Estos dos principios aportarían un dios de la verdad y un dios de la falsedad; en este sentido, habríase promulgado a imagen de la metafísica un maniqueísmo epistemológico.

El juicio racional tiene único método: preguntar al sujeto absoluto [] qué juicio tiene de sí mismo y del mundo. La respuesta está dada en virtud de que los elementos del juicio absoluto son modelantes, imperativo epistemológico, del juicio racional; en este sentido, el cristianismo significa la gran respuesta a la persona humana acerca de su relación con el sujeto absoluto y el mundo. Esta epistemología, restringida, naturalmente, en lo que se refiere a la espiritualidad del ser humano, ha sido revelada con precisión moral y mística por Cristo: esta consecuencia está dada en un libro, el Evangelio.

El método epistemológico es, pues, aplicación del método metafísico —origen, sintaxis y réplica— al juicio racional. El enunciado es preciso: el juicio absoluto forma al juicio racional; el juicio racional es formado por el juicio absoluto. Cristo remite el juicio absoluto a un origen: representa el juicio absoluto que forma el juicio racional de la persona creada. Su imperativo ontológico, «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48) sitúa al Padre persona referencial de la forma del destino de una persona humana que, abierta a este origen, dé explicación final a su plenitud ontológica. Esta perfección comparativa con el Padre [] no deja de ser un misterio que exige una transformación sobrenatural de nuestra sustancia finita en una «substantia Patris» de la cual [] es Hijo». La ecuación queda por Cristo precisa: el Hijo es de la «substantia Patris», siendo, por esta causa, consustanciales. Esta calificación, «substantia Patris», fue declarada con su implícito genético en el XI Concilio de Toledo (año 675).

El formante del juicio racional por el juicio absoluto es oración de objeto directo en la que el juicio absoluto es el agente; el juicio racional, el objeto pasivo; esto es, lo formado. El motivo específico reside en que el juicio absoluto inhabita, epistemológicamente, en el juicio racional: si habita en la esencia de la persona humana, no menos, en su juicio.

La síntesis epistemológica es remitida por el Verbo [] al Padre []. El juicio racional es, por tanto, «sub ratione obiecti», replicación al juicio absoluto, y, en ningún caso, rechazo de éste. La adecuación de los dos juicios es, de este modo, supuesta la creación por el sujeto absoluto, «sub ratione congenitudinis».

No cabe entre los dos juicios el supuesto unívoco, equívoco y analógico, en virtud de que el modelo genético del sujeto absoluto es esencialmente diferente del sujeto finito. La razón se debe a que el ente finito y su juicio es creación desde un precedente, su nada ontológica. No es posible, pues, comparación entre el infinito representado por el sujeto absoluto y el finito creado, aunque abierto al infinito, del sujeto finito.

La presencia del «cogito» cartesiano respecto de la metafísica conduce a la conclusión lógica de Kant al declarar imposible la aprehensión de un juicio noumenal que está formado por el sujeto absoluto en tal grado que halla en él su origen. Esta DEGRADACIÓN objetiva de la metafísica en el altar de la fenomenología es lo que ha llevado al hombre contemporáneo a estimarse un fenómeno más de la naturaleza e, incluso, a clausurarla en una antropología donde el hombre es el que vive y Dios es lo que ha muerto.

La conclusión final de la fenomenología contemporánea es la de un hombre que ontológicamente ha muerto para interesarse solamente de estructuras abstractas en las que el hombre ha perdido todo su significado transcendente: si intranscendente, imperdurable, esto es, temporal.

VI

CUESTIÓN TEOLÓGICA

La teoría de la fe no es por medio de la razón; a su vez, no es sin la dura condición de la razón. Evoco sentencia escolástica: la razón es perfeccionada por la fe, es decir, transformada en metarrazón. La dimensión objetiva de la fe a la que me refiero no es sólo pragmatismo para obrar milagros. La fe en hace de sí misma un enunciativo en el que la razón queda implicada: la ingenitud pasiva de es réplica a la ingenitud activa de . La metafísica genética aporta una teoría de la fe que, librando a la razón del seudoprincipio de identidad por el de congenitud absoluta [], eleva esta ontología racional donde la epistemología y la mística hallan su prístina pureza que hace decidible, por medio de , a . Dícese «ontología pura» a la epistemología y a la MÍSTICA porque quedan inscritas en una metafísica genética en la que hallan en único principio genético la decidibilidad de ser también único sujeto absoluto.

La transcendencia del modelo genético [] rechaza metafísicamente la condición de ser abstracto: el recurso a la flexión de único ser abstracto comportaría el absurdo de su transformación a un mínimo real. El modelo genético no puede predicarse de muchas maneras, sino de único modo que exige un principio genético [] que constituye único sujeto absoluto de único principio absoluto. Este modelo ni puede predicarse de muchas maneras ni ser flexionable en virtud del carácter absoluto de su realidad. Su satisfacibilidad interna es completa.

Rechazo, con no menos fuerza, las distinciones clásicas —univocidad, equivocidad y ANALOGÍA— del ser absoluto con el ser finito: este ser finito es «per creationem» del ser infinito y, por tanto, absolutamente diferentes. La razón es precisa: la diferencia entre «finito» e «infinito» está supuesta en la creación, por el ente infinito, del ente finito. No hay entonces nada común que no sea la apertura de la finitud creada en una inhabitación ontológica del ACTO ABSOLUTO en virtud de la cual el ente finito resulte objeto creado en la mencionada inhabitación. La negación de esta apertura con término en la inhabitación degradaría la creación en resultado de un seudoprincipio de identidad: «creación es creación» con la misma validez que «~creación es ~creación».

El fundamento metafísico, establecido por el principio genético, —en lo relacional, ; en lo revelado, —, representa sanción final de los dos ámbitos de una fe fundada en la teoría de que sea Cristo. El excedente ontológico [] de es revelado por , Cristo, con el fin de que instruya a la persona humana acerca de toda verdad. El específico de esta verdad consiste en que es la réplica pasiva de la ingenitud activa de . Queda claro positivamente que, si Cristo no hubiese resucitado por sí mismo, la fe humana carecería de sentido: no podía sino resucitar. La no resurreccíon ocultaría, por su misma naturaleza, que Cristo fuese la humanización de . Esta verdad es, por sí misma, el perfectivo de la razón porque, elevándola al orden sobrenatural por la gracia, «vocatio fidei», la persona cree, no sin su razón, que es el Mesías enviado por para que, de una manera cierta, siempre dentro del orden sobrenatural, sea ontológicamente el Verbo encarnado. Tendríamos que seguir esperando, de no haberse encarnado «sub ratione humanitatis» a que lo hiciera para constituirse en primogénito redentor de sus hermanos. es el específico por el que San Pablo dice con toda razón que de no haber resucitado «vana sería nuestra fe» (1Cor 15,17). Este es el suceso de un pueblo hebreo que sigue esperando al Mesías en virtud de no haber creído que fuera Cristo el que, asumiendo naturaleza humana, quedara encarnado.

Cristo declara a los Apóstoles: «si creéis en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1). ¿A qué se debe esta congenitud? La creencia racional en un se erige en un de : yo [] estoy en ; está en mí []. Quien ve, pues, a , el Hijo, ve a [], el Padre.

Cuando Cristo revela, finalmente, que Él hace y dice lo que el Padre le ha indicado, tiene la lectura ontológica de que , el Hijo, es, «sub ratione obiecti», réplica genética de . La razón y la fe quedan complementariamente desposadas. El fruto de este desposorio es el de una metarrazón porque Cristo da razón sobrenatural de sí mismo y del Espíritu Santo.

La sustancia de la teoría de la fe cristiana se reduce a dos hechos de evidente carácter sobrenatural: ser Cristo la encarnación de y la resurreccíon por sí mismo. La resurrección es la razón decisiva de que Él es porque, de no haber sucedido, habría que seguir esperando su mesianismo. Cuando Cristo dice «creed por las obras, aunque a mí no me creáis» (Jn 10,38) se refiere, sin duda, a la más grande de todas las que hizo: su propia resurrección.

VII

CUESTIÓN FINAL

Esta conferencia, más que preguntarse acerca de la filiación filosófica española e incluso en qué consiste la esencia de lo español, plantea, quizás, que nos refiramos a la esencialidad del espíritu de nuestro pueblo. Las nociones de «esencia» y «esencialidad» son diferentes: la esencia es noción propia de la metafísica; la esencialidad se refiere a la constante de la conducta de un pueblo, de un individuo o de un objeto. Hay que preguntarse, en este sentido, por el carácter que «sub ratione populi» es propiedad de lo español. Esta esencialidad tiene dos descripciones que expongo en sus características más generales, pero, a su vez, muy precisas:

  1. España es una de las cuatro iglesias apostólicas con las que Cristo articuló la iglesia universal: joánica, iglesia simbólica; paulina, iglesia filosófica; petrina, iglesia jurídica; jacobea, iglesia mística. España es depositaria, desde el siglo I, de la iglesia [[MÍSTICA|mística]]. La iglesia mística fue dada por Cristo a la Santísima Virgen María para su tutela. Las cuatro iglesias apostólicas no pueden encerrarse en sí mismas a modo de espacios estancos porque, como he dicho, están en función de la iglesia universal.

Esta filosofía, injerta en la teología mística, halla en el Siglo de Oro a sus dos máximos representantes: Santa Teresa de Jesús, con sus categorías de la contemplación; San Juan de la Cruz, con sus categorías de la purificación. Los dos místicos áureos culminan, dentro de su concepción romántica de una esencia, su pensamiento vivido. El sentimiento metafísico de este romanticismo es contenido de la unión amorosa, unión mística, con el sujeto absoluto: implícito, en Santa Teresa; explícito en San Juan de la Cruz. Coinciden también los dos santos en que la unión mística se verifica por desposorio de la sustancia humana con la sustancia divina. Esta mística filosofía categorial, que no nació por generación espontánea, tiene el precedente de un siglo que yo llamo de «Plata».

Los padres románicos constituyeron un reino esplendorosísimo: en Sevilla, San Leandro y San Isidoro; en Toledo, San Ildefonso y San Julián; en Braga, San Fructuoso; en Córdoba, San Eulogio; en Asturias, San Martín de Liébana. Los caracteres esenciales de su misticismo alcanzan dos hechos: primero, la constante mística, «alma esposa de Cristo — Cristo esposo del alma», permanece y se enriquece, invariable, desde su origen jacobeo; segundo, las fundaciones monásticas de estos santos inolvidables se multiplican con vitalísimo fervor en toda Europa.

Las dos iglesias maestras son, sobre todo, Toledo y Sevilla; desde ellas, el tema místico traspasa nuestra geografía para transformarse en entusiasta empresa europea. La conversión de Recaredo de manos de San Leandro comportará la vasta consecuencia de afectar a todo el reino visigodo. Este hecho se verá completado por San Isidoro, figura entonces de todo el orbe cristiano, quien con la doctrina de las Sentencias imprimirá nuevo fervor místico. Su pensamiento fundamental lo hacen tres aserciones: primera, la posibilidad del alma para su desposorio con Jesucristo le viene a aquélla de su condición celestial; segunda, le basta la purificación para alcanzar tan sublime estado; tercera, la unión mística es entre dos sustancias. Su vastísima cultura en las ciencias —teología, filosofía, derecho, matemáticas, naturales e históricas— le merece, además, el título de «San Alberto Magno» español. Sintetizamos su influencia en los siguientes términos: en lo territorial, rebasa los límites ibéricos para entrar en Irlanda, las Galias, Italia y el Mediterráneo oriental, copiándose sus obras durante el Siglo VIII en Montecasino, en Corbie, en Fulda, en Tours, en Ratisbona, en Autum, en Reims, en Colonia y en Murbach; en lo cultural, lleva a su culminación la Europa carolingia, haciendo nacer la escolástica, que habrían de poner en marcha Alcuino y Rábano Mauro; en lo apologético, nomina, para las escuelas alejandrina y antioquena, a San Juan Nepomuceno, el «San Isidoro de Oriente», de modo análogo que a Osio el «Atanasio de Occidente»; en lo jurídico, incide en la definición del derecho, «lex est constitutio populi», convirtiendo a San Isidoro en verdadero fundador de la democracia hispánica, en tal grado que los gremios, concejos y noblezas, iniciadas en el período románico, alcanzarían durante el medievo importancia capital en cortes y fueros de raíz indudablemente isidoriana, e, incluso, Santo Tomás será de los que más menciona en su Suma Teológica por estimarle magna autoridad entre los Padres de la Iglesia. Santo Tomás fundamentará en él su concepción del derecho natural y político; en lo místico, instaura un modelo criteriológico, que, descrito en sus Sentencias, habría de proyectarse en el monasticismo europeo entonces naciente. Su definición es de precisa dialéctica: amigo o no amigo. Esta dialéctica contiene, implicativa, lo verdadero y lo falso en lo que se refiere a la vida humana.

Nuestros dos místicos, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, hay que estudiarlos en texto comparado con este precedente visigótico; de otro modo, no podemos entender la esencialidad hispánica.

  1. Mi concepción genética de la metafísica tiene la virtud de poner en completitud la razón y la fe: la razón, porque la existencia de dos seres en único sujeto absoluto da respuesta a la existencia de un Padre que engendra a un Hijo, de un Hijo engendrado por un Padre; la fe, porque no es de razón que Cristo sea este Hijo eterno. La afirmación cristológica pertenece a una fe mesiánica que halla su consistencia en la resurrección de Cristo por sí mismo. La [[CREENCIA]] en esta [[RESURRECCIÓN|resurreccíon]] es la que impone la consistencia de que sea Cristo el Mesías esperado por los profetas del Antiguo Testamento, y que, en términos metafísicos, sea el $P_2$ de $P_1$. Pertenece también a la fe, aunque no sin razón indicativa, la existencia de $P_3$, el [[ESPÍRITU SANTO|Espíritu Santo]]. No es sin razón indicativa porque, aunque se revele excedente ontológico, satisface, de todos modos, la réplica perfecta a la ingenitud activa de $P_1$: un $P_4$ ya no sería único excedente ontológico; antes bien, resulta completamente inútil porque nada podría satisfacer en el orden del ser.

La esencialidad mística de lo español se vería completada en el presente por el hecho de que esta metafísica genética habría elevado la mística, limpia de todo fenomenologismo, a ontología pura.

DOXOLOGÍA

El estudio de esta metafísica genética parece aportar el convencimiento de que el cristianismo halla en Cristo al metafísico que, no sólo redime al ser humano, sino, también, le instruye sobre la constitución ontológica del ser. Revela, por otra parte, en qué consiste la esencia de esta religión: la mística procesión que, sobrenatural, sitúa a la persona humana en su verdadera dimensión metafísica. Propone, finalmente, a nuestro pueblo nueva misión universal que, liberando lo español de todo aislacionismo, le ponga, de alguna manera, al frente de los demás pueblos.

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